Palabra de Jesús: usina generadora de Luz que transforma nuestra vida

jueves, 24 de abril de 2008
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En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo:  «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado.  Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas.  Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo.  El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue:  la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna.  Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».

Juan 12, 44 – 50

El que cree en mí, dice Jesús ,en su Palabra, ese va a vivir en la luz, como iluminado por la presencia de mi amor que transforma y hace nuevas todas las cosas. La luz es signo de la transformación que la persona realiza en su camino interior.

De hecho decimos que una persona irradia luz cuando hablamos de alguien que tiene verdaderamente energía en su corazón y ha hecho, se nota, un camino de transformación. Por eso la luminosidad de la que habla Jesús hoy a partir de la creencia en su Palabra es la que viene como fruto del desarrollo de un camino interior donde el Señor verdaderamente nos transforma, nos hace nuevos.

La vida espiritual es un camino en ese sentido. Un camino interior que apunta a transformarnos siempre y constantemente. En la vida del Espíritu nos abandonamos en el Dios que da la vida, quien quiere desarrollar en nosotros su luminosidad por medio de un camino de transformación constante. De hecho la luz siempre surge como fruto de la transformación de algo.

Nosotros si tenemos la posibilidad de contar con energía lumínica en nuestros ambientes donde hacemos nuestra tarea es porque hay algo que se está transformando que hace que esa energía traiga luminosidad en el ambiente que estamos, la usina donde se genera la energía eléctrica. Así también es la vida interior que está llamada a ser una usina donde se genere la luz que necesitamos para caminar.

De hecho cuando estamos opacados en el camino de la vida por un cierto decaimiento, depresión, tristeza, agobio, preocupación, falta de horizonte sin sentido es como que se desvanecen las fuerzas que por dentro nuestro traen la posibilidad de generar en el camino entusiasmo, buenos deseos, energía que transforma, luminosidad.

El camino interior es un camino de verdadera generación de energía que pone luz en nuestro andar. L transformación interior se desarrolla yo diría con Anselm Grün de manera espiral tal como las representan a veces algunas imágenes que nos vienen de otro tiempo, de la edad media. No es un camino de mano única por el que podríamos seguir avanzando sino que es un sendero en forma de espiral que parece regresar al punto de partida para volver a reiniciar con fuerza el andar. Jesús lo describe a éste proceso de transformación interior en algunas

Parábolas como por ejemplo la de la semilla de mostaza que crece lentamente para transformarse en un arbusto, el más grande de todos siendo una pequeña semillita, la mitad de una cabeza de alfiler. Por largo tiempo no notamos nada sobre su transformación pero de repente empieza como a aparecer un brote y éste crece, se fortalece y va desarrollando su ramaje hasta constituirse en el más grande de todos los arbustos donde vienen los pájaros del cielo a cobijarse bajo su sombra.

También dice Jesús: es como un poco de levadura el Reino de los cielos que alguien pone en la masa y de repente toda la masa se ve fermentada por la levadura. Es como un poco de sal también dice el Señor, el Reino que viene a darle sabor a toda la vida. Así también los procesos nuestros de transformación no hay que pensarlos en escala espectacular y desde grandes opciones o profundos y grandes cambios de repente sino en un proceso que va ganando como poco a poco en el tiempo el corazón y nos permite desde dentro ver su fuerza lumínica, transformante. Verlo consolidar en el camino porque nace de lo pequeño y de a poco va ganándolo todo.

La expresión bíblica para hablar de ésta transformación energética lumínica, podríamos decirlo desde la Palabra es metanoia.  Metanoia indica cambio, conversión. Es lo que pasa, como decíamos recién como ejemplo, en una central hidroeléctrica. Se produce un cambio. El agua con toda su fuerza tomada por una turbina se transforma en energía eléctrica. Así también en nuestra interioridad lo que recibimos produce dentro de nosotros una transformación, un cambio, una metanoia, una conversión que lo ilumina todo, muestra todo un camino por delante.

La palabra metanoia significa un cambio de raíz, hondo, profundo, el que Dios nos quiere regalar en éste tiempo pascual para que nuestra vida adquiera la luminosidad que necesita para vencer toda oscuridad que hay por algún rinconcito de nuestro corazón o alrededor nuestro en lugares donde el Señor quiere comunicar la Gracia de la Resurrección.

Lo que decíamos al hablar de transformación lumínica en nosotros. Esto que dice Anselm Grün en El Camino de Transformación. Dice el: el camino de la vida cristiana no es un camino lineal de constante subida, y es verdad conoce muchas curvas, tiene subidas y bajadas, hay avances, retrocesos.

Quien puede verlo más de cerca en el proceso personal o en el acompañamiento a otra persona descubre en éste camino de transformación que el pecado tiene una implicancia especial y viene como a ofrecer resistencia aunque a veces ésta misma realidad, si la tenemos bien incorporada, es un aliciente para que nosotros nos podamos acercar más a Dios y podamos decir también con Pablo bendita culpa que me mereció la presencia de la Gracia del Salvador.

En el camino de la transformación que no es en carácter lineal nosotros tenemos que ir descubriéndole la vuelta a partir del auto conocimiento de por donde Dios verdaderamente trabaja en mi para hacer de mi y dentro mío una vivencia de luminosidad. El camino de la vida espiritual pasa sobre todo a través de la oración y la meditación. Es decir Dios viene y se acerca a nosotros y toma en nosotros lo que encuentra abierto como camino para transformarlo pero también nos dice que si por allí nosotros a esa predisposición interior que tenemos le sumamos meditación y oración no solamente se abre el camino sino que se aceleran los tiempos de transformación.

Es la oración y la meditación el camino a través del cual la luz crece en nosotros, ésta de la que Jesús habla hoy en la Palabra, y crece porque la energía interior se ve aumentada, acrecentada a partir de ésta presencia de Dios que particularmente en la Palabra hace nuevas todas las cosas.

Es la experiencia del monacato más antiguo ésta de dejarse transformar cada vez más y por y desde la Palabra a partir de una lectura sencilla, simple, meditada, pausada unida al ritmo de la respiración de los textos de la Palabra de Dios. Allí Dios nos transforma. Está presente y activo en medio nuestro. La Palabra según los antiguos no solo es portadora de información, no nos deja un dato, un mensaje, que debemos aprender a retenerlo en la memoria y a elucubrar con el en la racionalidad sino que la Palabra en si misma trae una fuerza de transformación.

La Palabra es eficaz en su comunicación. Mientras trabajamos con el texto de la Palabra de Dios dejemos que Dios mismo obre en nosotros. La Palabra de Dios obra lo que expresa. Es como una espada de doble filo que corta en nosotros los nudos interiores a los que permanecemos atados en nuestras propias cuevas, diría yo, donde están las sombras, donde está la oscuridad.

Si tomando el texto de hoy hacemos el ejercicio que estamos diciendo, éste debería ser así: decir simplemente durante el día, dice Jesús: Yo soy la luz he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Si repitiéramos solo éste versículo durante el día a un ritmo pausado, sereno o menos todavía, diciendo: me dice Jesús: Yo soy la luz.

Seguramente vamos a ver como la luz de Jesús va ir penetrando en cada rincón y como esa presencia va ir ganando nuestra mirada, nuestro rostro, nuestra actitud y porte frente a la vida, nuestros vínculos y diálogos, cómo la luminosidad va abarcar nuestro trabajo. Vamos encontrar respuestas donde antes nos parecía que solo había sombras.

Hagamos el ejercicio, éste que en la oración de Jesús nos enseña la filocalia a desarrollar invitándonos a decir una y otra vez la frase de la Palabra que quiere penetrar en lo profundo de nuestro corazón como empapa a la tierra el rocío de la mañana. Esa Palabra que quiere entrar a lo hondo y que quiere regalarnos la p0osibilidad de transformación que está escondida en ella misma.

Digámoslo una y otra vez: dice Jesús Yo soy la luz y lo repitamos al ritmo de un respirar sereno, tranquilo y con una mirada puesta, concentrada en la fuerza que ésta misma expresión trae a distintos lugares de nuestra vida donde descubrimos sombras. Cuantas sombras hay a veces en la vida matrimonial, desentendimiento, cuantas ausencias de luz hay en los vínculos en relaciones humanas que tienden como a instalarse conos de sombras donde después resulta muy complicado salir porque no se encuentra el lugar por donde captar un poco de luz que nos permita regenerar las buenas relaciones. Yo soy la luz.

Y sintamos en lo más hondo del corazón y tengamos conciencia que ésta luz no está sino para ser puesta en lo alto como dice la Palabra. No se esconde un candelero debajo de la mesa, se lo pone arriba para que ilumine a todos. Entonces sintamos en lo más hondo del corazón que éste Yo soy la luz de la que habla Jesús tiende como a expandirse desde nosotros a los otros sea que lo sepan o lo podamos expresar en un diálogo donde verdaderamente la luz se manifieste, sea que sencillamente los otros reciban de nuestra luminosidad a partir de la clara conciencia interior, profunda y transformante con la que el Señor en su Palabra viva y eficaz ha venido a liberarnos de las tinieblas, sombras, oscuridad, de la muerte.

La ausencia de luz en el Evangelio de San Juan está directamente vinculada a la increencia y éste es el camino de la muerte. Cuando decimos Yo soy la luz, Jesús lo repite dentro nuestro. Cuando lo dejamos decir desde adentro de nuestro corazón, ésta expresión de Jesús Yo soy la luz no solamente vamos encontrando rumbo, camino a lo que tenemos por delante sino que al mismo tiempo nos vamos como desprendiendo de las sombras de muerte bajo cualquiera de las formas en la que se muestra en nuestra propia existencia.

Que lo diga una y otra vez la Palabra en nuestro corazón en éste 16 de abril Yo soy la luz. En nombre de Jesús dejemos que se exprese ésta Palabra en nuestro interior.

La luz del Señor que va penetrando cada rincón de nuestra existencia cuando valiéndonos de un versículo o una expresión del Evangelio al ritmo de nuestra respiración lenta, honda, profunda, decimos aquello que hemos elegido como texto y ésta Palabra va llenando de una significación nueva nuestro modo interior de pararnos frente a la vida.

Yo soy la luz elegimos como Palabra para hacer éste ejercicio siguiendo la enseñanza de Jesús. La Palabra tiene ésta capacidad de conducirnos al fundamento, a lo más íntimo de nuestro ser.

La Palabra, dice Isaac de Nínive, nos abre las puertas al inefable misterio de Dios, al espacio de la quietud en la que Dios vive en nosotros y nos permite unirnos a El. Esta es como la meta de un proceso de transformación y el de la Palabra que ilumina y nos hace uno con Dios revelando el verdadero rostro de nuestra identidad a partir de un encuentro sereno, profundo, transformante, luchado en y con Dios.

Es como el objetivo de un proceso interior éste de la transformación a imagen de Cristo. Los antiguos tenían un modo concreto para conseguirlo. Repetían constantemente la oración: Señor Jesucristo Hijo de Dios ten piedad de mí. Cuando repetimos ésta oración al ritmo de la respiración o cuando repetimos alguna frase o versículo del Evangelio como éste: Yo soy la luz.

La imagen de Cristo se va como grabando dentro nuestro y la paz de Dios va como instalándose en lo profundo de nuestro ser. Este modo de oración era una forma a través de la cual el monacato antiguo dejaba que se sintetizara la Gracia del Evangelio. Si meditamos por largo tiempo vamos a ir como dejándonos compenetrar cada vez más por el espíritu del Evangelio y su fuerza transformante.

Cuando hablamos de fuerza transformante hablamos de su capacidad energética, de verdaderamente llenar de vida nuestra vida y a partir de ahí dar vida a quienes así lo necesitan En la meditación de la Palabra experimentamos la Gracia de la salvación. Se puede como percibir al Espíritu de Cristo que nos transforma en su imagen. Decimos Yo soy la luz.

Dejamos que aparezca dentro nuestro ésta expresión y toda sombra, toda oscuridad, todo lo desdibujado, todo lo no definido, lo que no está muy claro comienza como a mostrar matices de mayor transparencia, claridad, diafanidad. Ya no seguimos a Jesús por fuera sino que es desde dentro que nos vamos dejando llevar por la fuerza del Espíritu que transforma nuestro modo de pensar, nuestra manera de actuar. Vamos Cristificando nuestros sentimientos, también nuestra percepción de la realidad y a partir de un nuevo modo de abordar lo que nos acontece, una nueva forma de pararnos frente a la vida.

Cuando venía para acá y me traía un señor que le maneja el auto a mi padre. Ese señor me decía: que lindo que es estar a la mañana, saludarse y descubrir que una persona tiene buen ánimo. La verdad sea dicha que la manera de estar parado frente a la realidad depende mucho de con que espíritu nos paramos. Si por más que haya sol como el día de hoy yo me pongo lentes negros para ver la realidad no va a ver forma que la luminosidad del día me regale una mirada positiva, clara sobre lo que ocurre y el modo de estar relacionado con lo que ocurre.

Cuanto varía lo que nos pasa cuando lo que pasa está abordado desde la presencia lumínica de Dios que nos permite encontrarle siempre el lado bueno a lo que ocurre por más dura que sea la situación por la que atravesamos. La transformación nuestra por el camino de la espiritualidad va aconteciendo por ésta fuerza que la Palabra transformadora tiene en si misma de una manera casi imperceptible. El proceso de transformación está supeditado a muy distintas etapas de crecimiento en nuestro camino. En el proceso al que está sometido cada vida ésta no se puede hacer ni por un decreto ni por un acto voluntarioso.

La vida de la Gracia de transformación ocurre y acontece porque su presencia va ganando cada momento. No podemos obligar a que las cosas sean distintas se las puede y se las debe servir y en el servicio ayudar en su desarrollo y por eso la transformación necesita como una base de quietud. Lo que crece no hace ruido. Siempre recuerdo en el campo cuando mi madre nos quería hacer dormir la siesta nos decía que escucháramos como crece el pasto como invitándonos al silencio, a calmar a las fieras.

Ojalá pudiéramos percibir como el crecimiento de cualquier aspecto de la vida tiene su ritmo para tener mayor conciencia de cómo se va dando y a partir de ahí generar mayor adhesión pero habitualmente lo que crece no hace ruido y en todo caso si alguna señal de ruido va dejando como cuando crece el pasto que nosotros lo podamos percibir a partir de un corazón vinculado hondamente al silencio. No al silencio del mutismo que mata sino al silencio interior que da vida.

Esa capacidad de receptividad de Dios y de los hermanos en la gratuidad del tiempo sin apuros, sin ritmos alocados donde parece que a nada terminamos por llegar que siempre nos está faltando un poco más de tiempo.

Dejemos que ésta Palabra dice Jesús: Yo soy la luz  vaya repitiéndose como un repicar de campanas dentro nuestro y vaya llenando de un sonido nuevo nuestro interior y de una luz nueva nuestras oscuridades.

Dice Jesús: Yo soy la luz