Parresía, la libertad interior de Jesús

viernes, 14 de noviembre de 2008
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“Hay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado, así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres.  Ellos los mataron.  Y ustedes les construyen sepulcros.  Por eso la sabiduría de Dios ha dicho:  “Yo les enviaré profetas y apóstoles; matarán y perseguirán a muchos de ellos”.  Así se pedirá cuenta de a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo. Desde la sangre de Abel, hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el Altar y el Santuario.  Si, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.

Hay de ustedes, doctores de la ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia.  No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar se lo impiden.”

Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acusarlo, exigiéndole respuestas sobre muchas cosas.  Y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.

Lucas 11, 47 – 54

La primera consideración en nuestro encuentro es la atractiva y jugada libertad de Jesús.

A mi de las cosas que más me enamoran de Jesús, y su propuesta, es esa gran libertad con que se mueve entre toda la construcción prejuiciosa de su tiempo.

Veamos la rica gama de actitudes libres en las que actúa el Señor ante el pensar de los de su tiempo.

Por ejemplo; come con publicanos y pecadores. En Israel, sentarse en una misma mesa tenía una significación particular. Era compartir la suerte con los comensales. De ahí la afirmación acusadora de parte de los fariseos de Lucas 15, 1-2; “todos los publicanos y pecadores se acercaban a él, para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo; este acoge a los pecadores y come con ellos. Le están diciendo, este también en un pecador si come con pecadores y publicano, si come con publicanos. Jesús tiene una jugada libertad para moverse entre los que son considerados impuros en su tiempo.

Por ejemplo; cura a los enfermos de lepra. En el Antiguo Testamento y en el tiempo de Jesús la lepra era considerada como una enfermedad de impureza. Quiere decir, que estaba apartado de Dios. “Algo había hecho para recibir este castigo”. En ese momento el que estaba enfermo debía ir por la calle gritando; “¡Lepra, lepra!” para que nadie se le acerque, porque el que entraba en contacto con él, se contagiaba de la lepra, e igualmente era mal visto a los ojos de Dios.

Para que tomemos una dimensión, más o menos ajustada de la significación religiosa que tiene esta enfermedad, en el libro del Levítico 13, 45-46, dice; “el afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza. Se cubrirá hasta el bigote e irá gritando, ¡impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo. Fuera del campamento tendrá su morada.

 Jesús se ubica al lado de ellos. Los visita, está con ellos. Ese otro Cristo maravilloso que apareció por allí, por el año 1200, Francisco de Asís, tuvo un gesto semejante. Mas aun, superando la repugnancia que le significaba acercarse a los enfermos de lepra, los abrazó. Y convivió con ellos en la marginalidad de la ciudad, de su pueblo.

Es acompañado por mujeres. Las mujeres, en el tiem