Pidan y les darán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá

lunes, 30 de marzo de 2009
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“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá, porque todo el que  pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre.  ¿Quién de ustedes cuando su hijo le pide pan, le da una piedra?.  ¿O si le pide un pez le da una serpiente?.  Si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre de ustedes que está en el Cielo dará cosas buenas a aquellos que se las pidan. Traten a los demás como quieren que los demás los traten.  En esto consiste la ley y los profetas.”

Mateo 7, 7 – 12

Pedir con confianza. Dios es bueno:

Es a esto a lo que nos invita el evangelio de hoy. A pedir confiadamente; no solamente a pedir. Sino a pedirlo sabiendo que aquello que pedimos, lo recibimos. Por una sola razón. Su infinita bondad.

Si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre de ustedes que está en el Cielo. Él es bueno. Muy bueno. Pero a la experiencia nuestra de pedir, y de pedir con confianza, recibimos como respuesta que algunas cosas que pedimos no llegan.

Y otras experiencia es que además, algunas cosas que pedimos, no llegan cuando creemos deberían llegar. Se demoran en el tiempo. ¿Por qué es que cuando pedimos, y pedimos con confianza? Algunas cosas que pedimos no llegan.

El pedido que hacemos, la oración que elevamos al Cielo, está llamada a hacerse en Espíritu de discernimiento. Es decir, estamos llamados a pedir, y debemos ubicar el pedido dentro de lo que sería bueno, necesario, oportuno, para nosotros, para tu proyecto de vida, según la Voluntad de Dios, para nuestro bien, y en ese tiempo en que lo estamos pidiendo.

El que pide, dice Pablo, en nosotros, es el Espíritu Santo que clama con gemidos inefables. En el gemir del Espíritu que ora en nosotros, está presente la Gracia de discernir lo que conviene ser pedido. Para no pedir demás ni tampoco de menos. Sino para ser justos en nuestro pedir, según lo que nos haga falta, en el momento en el que elevamos nuestras súplicas, porque este Dios al que nosotros seguimos, al que lo reconocemos como Señor de la Historia, y como hacedor del camino nuestro cotidiano, es un Dios que se juega en las cosas puntuales y concretas de la vida.

Si un niño de cinco años le pide al papá o a la mamá, dejarlo salir a la noche con sus amigos para ir a tomar algo, no está bien hecho el pedido. Parece más una ocurrencia que un pedido. Parece más una linda manera de mostrar su confianza al padre, intentando hacerse el grande tal vez, al ver que sus hermanos son más grandes. Pero el padre, no lo puede dejar salir, por más que el pedido sea hecho con confianza, resulta risueño, y despierte en una cierta idealidad en la familia, una cierta gracia, no es para darle la bienvenida al pedido y decirle “¡Sí, como sos tan ocurrente, andá salí con tus amigos y que te vaya lindo!”.

Digo este ejemplo extremo porque hay veces nosotros, sin darnos cuenta, pedimos cosas a Dios,  que no están en su lugar en el tiempo en el que nos toca pedir. Por eso, cuando hacemos oración, y esta de intercesión, tenemos que caer en la cuenta, de que oramos en el Espíritu, en el mismo Espíritu que discierne, sopesa en nosotros, a lo que estamos elevando como súplica de una gracia que llamamos de discernimiento en el pedir.

La segunda pregunta que surgía en esto de pedir con insistencia, era ¿Por qué algunas cosas que pedimos no llegan cuando creemos que deben llegar? El pedir lo que necesitamos para nuestro bien se demora. Y esto va de la mano de una razón, o de varias. Una en particular. La madurez de lo pedido.

No está mal lo que estamos pidiendo, en discernimiento está bien, pero hay veces la demora de lo que estamos pidiendo, tiene que ver con la madurez del corazón. La espera hace madurar el corazón que recibe lo esperado. Y por eso no llega según el tiempo en el que nosotros decimos debería llegar, sino en el momento justo. Como dice el fundador del movimiento de la Palabra de Dios, padre Ricardo Martensen: “Dios se demora, pero nunca llega tarde, llega siempre en el momento justo”

Por eso cuando pedimos con insistencia, y pedimos con la certeza de que lo que pedimos está bien pedido, no hay que aflojar en el pedir, por más que uno sepa que lo vamos a recibir, porque el pedido madura en lo esperado.

Oremos. Pidamos con confianza, busquemos. Llamemos. Hagámoslo con insistencia.

Un motivo determina esta confianza con la que pedimos. Dios es Bueno. Sólo que pidamos con la certeza de estar pidiendo en Espíritu de discernimiento, lo que más el Espíritu nos suscita que conviene pedir, y al mismo tiempo pidamos, sabiendo que en la demora en lo que pedimos, no tiene que ver con que Dios no esté dispuesto a dárnoslo, sino que Dios nos lo da al tiempo que nos hace falta.

Ni antes ni después.

Pidan y les darán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá, ese es el gran título de la Catequesis de hoy, tiene que ver con la Palabra con la que Dios hoy nos visita en el Evangelio de Mateo.

Pedir con insistencia, predispone el Corazón:

Pidan, busquen, llamen. Estaría indicando este modo de expresión en el evangelio de Mateo, insistencia. Insistencia en el Clamor. Pidan, busquen, llamen. Como diciendo: no se queden quietos. Muévanse en función de lo que esperan de Dios.

La insistencia orante, acrecienta la capacidad receptiva. Y madura el deseo y despliega el fuego del Amor en nosotros, para encontrarse no sólo con lo pedido, sino por sobre todo con el que dona, el que da lo que estamos pidiendo se nos dé. Léase Dios. Sí, cuando nosotros pedimos y clamamos, llamamos y buscamos con insistencia, lo que hacemos en el fondo, en nuestra capacidad orante constante es disponer la interioridad y el creciente y maduro deseo del fuego del Amor de Dios y, por eso también, en lo pedido llega en su tiempo. Cuando no solamente reconocemos en Dios, aquello que pedimos sino que al mismo tiempo, podemos reconocer al dador de ese don, a Dios.

Porque más importante que encontrarnos con lo que se nos da, es encontrarnos con quien nos lo regaló.

Cuando uno, volvemos a un ejemplo. Cuando uno va a la fiesta de un niño y le hace un regalo, un niño que recibe muchos regalos en su cumpleaños. Llega el abuelo, el niño con el fútbol. Y el niño agarra el fútbol, y se olvida del abuelo, y se olvida de los otros regalos, y se olvida (diría yo), hasta de todos los que están; se queda con el juguete que recibió como regalo. ¿Por qué? Porque su madurez afectiva lo vincula a ese objeto casi de una manera única. Casi como ha captado toda su atención este objeto llamado fútbol. Y entonces todo lo demás queda como en una sombra, está allí, pero su vínculo es con el objeto.

Cuando nosotros, de manera adulta, confiamos en Dios, que le pedimos lo que le pedimos, Dios que nos quiere maduros y adultos en nuestra fe, nos da lo que le pedimos. Pero a veces, demorándose en darnos lo que le pedimos, para que no nos quedemos sólo con lo que le hemos pedido, sino que al mismo tiempo y además de recibirlo en gratitud, no perdamos de vista el resto. Particularmente no lo perdamos de vista a Él.

Pedimos salud, pedimos trabajo, pedimos bienestar vincular, pedimos mejorar en nuestra persona. Tener mejor humor, carácter, ser más humildes.

Lo pedido comenzamos a recibirlo en el momento de pedirlo, pero no terminamos de recibirlo en ese mismo momento, sino que esto que dice Jesús “cuando pidan crean que ya lo han recibido”, podríamos traducirlo así, crean que ustedes ya empezaron a recibirlo. Y terminarán de recibirlo cuando la recepción que hicieron de ese pedido, y la insistencia que hacen sobre ese pedido haya madurado de tal manera que, a la hora de recibirlo sea inconfundible el modo de entender que es Dios quien lo dio, que es Dios quien lo donó. Y que más importante que lo recibido es Dios mismo que está detrás de lo que ha dado y ha donado.

Pedir con compromiso de vivir el estilo de Dios:

Esto es hacer el bien, no solamente pedir, sino pedir con la conciencia de que asumimos el compromiso de vivir al estilo de Dios, esto es haciendo el bien.

La última expresión del evangelio parece fuera de lugar, en relación a los últimos versículos, “todo lo que deseen que los demás hagan con ustedes, háganlo por ellos.” Este es el camino, la ley, y de esto habla Dios en los profetas. De hacer el bien a los demás como nos gusta que los otros hagan con nosotros.

Al que pedimos, a Dios, a quien llamamos, a quien buscamos, a quien clamamos, se mueve en esta lógica de amor que busca hacer el bien. Por lo tanto pedir supone entrar en comunión con esa lógica. Y en la medida en que me vinculo a esa corriente de dar, y dar haciendo el bien, me capacito para recibir aquello mismo que estoy pidiendo.

Y es como se dice, “en todo vínculo hay un ida y vuelta”.

Y a través de esto que pido, se acrecienta en mí la alianza con Él, también en función del compromiso de querer hacer como Dios hace, siempre bien.

Cuando nosotros pedimos, pedimos para un bien. Pedimos porque nos haga bien. No pedimos algo que nos puede hacer mal. Y si pedimos algo que no es oportuno, no bien discernido, que nos puede hacer mal, Dios no nos da eso, porque es Padre. Es como si un hijo, de dos años, le pidiera al padre la pistola con la que suele ir a cazar al campo. No se lo da. No lo pone en su mano, porque no es momento de que él manipule este instrumento.

Cuando nosotros pedimos Dios nos da, si lo que pedimos corresponde a nuestro bien, lo que nos quiere dar. Pero además de eso, Dios nos invita a vivir como Él hace, haciendo el bien a los demás. Como nos gusta que nos hagan a nosotros el bien.

Y en esa medida, hacer el bien a los demás, es entrar en la corriente de amor de este Dios, que cuando nos sale a nuestro encuentro, nos hace siempre muy bien. Nos llena el corazón de paz, de alegría, de serenidad, de claridad interior, de fortaleza, de espíritu de combate y de lucha.

Este es el Dios que nos visita, el que nos llena el alma de esperanza y nos invita a sembrar el mundo de Su Presencia, haciendo el bien, invitando a la confianza.