Texto 1:
Pareciera que los años últimamente pasaran tan vertiginosos y acelerados que vivimos cotidianamente agitados. El ritmo transcurre veloz e intenso. A menudo, desgastante. En verdad, la cadencia del tiempo siempre es la misma. Son los procesos personales y sociales los que se han disparado rápidamente como una espiral de vorágine en la cual todo se mueve agitadamente.
La Nochebuena, la Navidad y el fin de año nos encuentran entre corridas y apresuramientos. No todos ciertamente lo viven así, aunque a una gran mayoría –lamentablemente- no nos queda otra. Lo que hemos hecho de la vida es lo que nos queda: retazos y fragmentos, despojos y migajas, una dispersión de fuerzas que no encuentran conexión. Algunos resisten y otros sobreviven.
Para estas fechas armamos el arbolito, el pesebre, el encuentro y la comida familiar, los regalos y las salutaciones pero nos olvidamos de “armar” el interior. Lo sentimos tan desarmado y descuartizado, tan tironeado y fracturado, tan exigido y deshilachado, que no sabemos cómo volver a recomponerlo y restituirlo para sintonizar con el centro unificador, haciendo descansar el espíritu para que también pueda descansar el cuerpo y la mente.
Los contextos sociales no ayudan a lograr esto; al contrario, ultrajan la esperanza y nos llenan de preguntas, temores e incertidumbres. Nos sentimos naufragando en arenas movedizas. Es poco consuelo saber que son contextos globales y que, en todas partes, más o menos, se siente el efecto. No alcanza con eso. Además, cada uno carga su propia mochila de viaje: las circunstancias personales, familiares, laborales, de salud, etc. Hasta la esperanza nos resulta un esfuerzo y pareciera que también se va cansando y se ha sentado a un costado del camino para ver si llegamos a tiempo. Nosotros intentamos seguir esperando sin saber que es la esperanza la que nos está esperando a nosotros. Para esperar hay que sentirse pobre porque sólo espera el que carece de algo, el que anhela, el que se siente insatisfecho. El que lo tiene todo, no espera nada. Esperar es una forma de reconocerse pobre.
La mayoría de las veces arribamos a la Nochebuena sin ningún tiempo interior de pausa, preparación y disposición. No nos ha quedado tiempo para nada. Ni siquiera para lo más importante: vivir humanamente.
¿Por dónde pasó la conexión con la vida este año? Si tuvieras que elegir una imagen de cómo te sentís al finalizar este año: ¿qué imagen elegirías? Si optaras por algunos acontecimientos que hayan sido significativos: ¿cuál elegirías?
Texto 2:
En tu Evangelio nos decís que vayan a tu encuentro los que están cansados y agobiados y les darás descanso porque tu yugo es llevadero.
Ese yugo -siempre liviano- a veces lo hemos sentido y lo hemos hecho pesado, para nosotros y para los otros.Lo cargamos con los pesos de nuestros errores, mezquindades, frustraciones y egoísmos.
Cuando sentimos que tu yugo suave y ligero se nos vuelve áspero y pesado,somos nosotros quienes lo cargamos con nuestros pesos.
Perdón, Señor, porque a veces, incluso sin querer,aumentamos el peso de los yugos ajenos.
A pesar de las cargas pesadas, este año también hemos sentido que ha soplado la brisa de la esperanza, flotando en cada alegría, despertando deseos, insuflando sueños, sembrando