Programa especial del Día del amigo. La amistad, una vocación para compartir.

viernes, 18 de julio de 2008
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Texto 1:

    La amistad es un sentimiento universal. A lo largo de los siglos y las culturas hay quienes le han dedicado sus mejores elogios. Hace a la identidad de nuestra condición y de nuestra naturaleza social. Sin amigos, la calidad de la vida y de las relaciones se encuentra disminuida.

La amistad no sólo es un valor humano, también es un regalo, un don y una gracia de Dios. El mismo Jesús tuvo amigos y afirmó la heroicidad que puede tener esta especial forma de amor: “No hay mayor amor que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).  

    La amistad nos ilumina la vida, nos alivia el peso del camino, nos alegra los días y las noches, nos hace descansar en la confianza, nos acorta las distancias humanas que existen en el tiempo y en el espacio.

    Ni siquiera la muerte puede contra la amistad. Hay amigos en la tierra y también hay amigos en el cielo. Unos y otros, siempre nos acompañan. Nunca nos dejan. Nos protegen, nos cuidan, nos ayudan a pronunciar la fuerza que tiene nuestro propio nombre y su destino. No hay soledad que no se vea conjurada y se rompa ante su presencia.

    La verdadera amistad, la que es gratuidad, la que resulta sacrificada y buena, constante y firme, esperanzada y gozosa, permanece más allá del oleaje adverso. Sabemos que hay mucho que conspira contra la amistad en medio del mundo inseguro y desconfiado, consumista y utilitario, egoísta e interesado, en el que estamos.

    No hay que privarse de los mejores amigos que la vida, el tiempo, el corazón y, en definitiva, Dios nos regala. No es lo mismo la existencia sin amigos.

    No vale aquí el cansancio y la desesperanza. Tenés que ser amigo de tus amigos e, incluso, amigo de los amigos de tu amigo. Es bueno aprender a apreciarlos.

No te quedés solo con intenciones que nunca se concretan. Tenés que hacerte un tiempo para visitar a ese amigo para el cual hace tiempo que no tenés tiempo. El tiempo es vida. El que no tiene tiempo, termina no teniendo vida; al menos, vida para compartir.

     ¿Cuáles son las cosas para las cuales hace tiempo que no administras parte de tu tiempo?; ¿Qué tenés ahora para entregar y festejar en común con tus amigos?; ¿Cuál es la deuda de gratitud que existe en tu corazón para con ellos?…

Texto 2:

    Hay amigos para siempre y hay amigos que nos acompañan en determinadas épocas de la vida. La existencia tiene sus ciclos y algunas amistades también. Hay amistades que cumplen su tiempo y esto no significa que se reemplace a unos amigos por otros. Cada amigo es único; sin embargo, no siempre permanecen los mismos amigos a lo largo de toda la vida.

     A cada etapa se le regala la presencia de algunos amigos. A veces permanecen por siempre o por mucho tiempo y otras,  la vida se los lleva; en otras ocasiones, vuelven, como las mareas, altas y bajas del incesante y movedizo mar del tiempo.

    Hay amigos que nos acompañan en la niñez y juegan con nosotros el juego de la vida con sus muchos aprendizajes. Luego vienen los amigos de la adolescencia y sus múltiples búsquedas. También aparecen después los amigos de la juventud compartiendo con nosotros su explosión de vitalidad y proyectos. Posteriormente nos encontramos con los amigos de la madurez con los cuales conversamos acerca de nuestras propias “filosofías” y formas de ver la vida y las cosas. También, con el decurso de los años,  surgen los amigos de la última etapa, esos que nos arraigan a las raíces más profundas de la vida y mientras más cercanos estamos del final, más ganas tenemos de quedarnos, más deseos de disfrutar y más dispuestos a experimentar lo bello y lo bueno de todo lo que se nos ha dado en el camino.

    Hay amigos que duran todas las etapas de este tránsito y hay otros sólo para un determinado ciclo. Hay amigos para siempre y hay amigos para algunos pasos. Hay amigos para toda la eternidad y hay amigos para ciertos y significativos momentos. Lo que resulta seguro es que siempre han sido amigos. Fueron elegidos y más allá de las razones por las cuales entraron y salieron de nuestra vida, lo importante es que nos acompañaron y nos dejamos acompañar por ellos. 

    También nosotros hemos sido para algunos, amigos desde siempre y para otros, amigos de ciertos momentos. El tiempo humano y el tiempo de los vínculos tienen sus propios ritmos. Las relaciones no son “descartables”. Tampoco significa que los amigos que estuvieron y que ahora ya no permanecen hayan sido infieles a la amistad. Seguramente han sido fieles a sí mismos. A veces, para ser fiel a uno mismo, tenemos que acercarnos o alejarnos de otros y eso no implica que no los amemos.

    La sabiduría radica en discernir, en cada etapa de la vida, las relaciones de ese momento. Siempre hay que tener el corazón henchido de agradecimiento. ¿Qué sería de nosotros sin nuestros amigos?…

    La vida guarda una paleta de variados colores, un paisaje cambiante con las diversas estaciones. Hay amistades para siempre y amistades para algunos tiempos especiales. Una y otra forma es para que nunca, nunca nos quedemos solos del todo…


Texto 3:

Al pensar en los amigos, muchos tenemos que recordar a algunos que ya no están. Por distintas razones, jóvenes o mayores, pueden tener amigos que hayan buscado más vida más allá de esta vida. Para ellos vaya también el homenaje de nuestro corazón inflamado de recuerdos vívidos que pronuncian sus nombres y dibujan sus rostros a través del tiempo.

Son esos queridos amigos que ahora nos acompañan y nos protegen desde la “otra orilla”, desde el otro lado del puente, desde el otro lado del arco iris de nuestro cielo. Ellos se han convertido en los guardianes que Dios nos deja en el camino, nuestros ángeles protectores. Con ellos seguimos conversando, como si la interrupción nunca se hubiere realizado porque, en verdad, no ha existido entre nosotros interrupción alguna. No hay paréntesis. No hay puntos suspensivos. No hay lejanía, ni distancia posible. No hay albergue para las ausencias. No existe calendario para los olvidos. Seguimos el camino. Tal vez de otra manera pero, igual, nos continuamos acompañando. Persistimos, invocándolos. No claudicamos. Nos hace bien sentirnos cerca.

La presencia de Dios nos roza cuando hacemos este alto en el viaje y nos invita a sentarnos, aunque sea un ratito, y recordar al amigo, cuya presencia permanece lozana y fresca en aquella memoria que no olvida.  Allí, sé que tu silencio es también una palabra que escucho y valoro. ¡Tenemos muchas formas de comunicarnos!; ¡Hay infinidad de signos y señales: Alfabetos y lenguajes del alma; tatuajes y códigos del corazón!…

Hay amigos que permanecen en esta vida y, sin embargo, se han ido de nuestro lado: Tomaron otras opciones, se fueron del país o cambiaron de ciudad,  o se alejaron de nosotros porque, de a poco, fueron viendo que eran más las cosas que nos separan que las que nos unían. Suele pasar y no está mal que suceda porque no siempre somos los mismos. La vida es, entre otras cosas, la búsqueda de la propia fidelidad y hay búsquedas que a veces coinciden y otras, dejan de coincidir.

En cambio, hay otros amigos que ya no están porque han muerto o, mejor dicho, comienzan a estar de otro modo porque la vida se los ha llevado por un rato a vivir más plenamente, hasta que nos volvamos a encontrarnos y a reconocernos en el mismo abrazo que siempre nos dábamos.

El designio de la muerte llega a todas las relaciones. Hay un testimonio hermoso de San Agustín, un santo de los siglos IV y V (354-430) que dice lo siguiente al pasar por la experiencia de la muerte de un amigo querido: “¡Con qué dolor se entenebreció mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí. El lugar me era un suplicio y la casa,  un tormento insufrible. Cuanto había compartido con él se volvía, sin él, un tormento cruel. Lo buscaba por todas partes con mis ojos y no aparecía. Llegué a odiar todas las cosas porque ya no lo tenían y no podían decirme -como antes- cuándo vendría, después de su ausencia. Me confundía a mí mismo y le preguntaba a mi alma por qué estaba triste y tan perturbada y no sabía qué responderme. Y si yo le decía: «Espera en Dios», ella no me hacía caso, y con razón, porque más real y mejor era aquél amigo queridísimo que yo había perdido que no aquél fantasma en que se le ordenaba que esperase. Sólo el llanto me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo, en las delicias de mi corazón” [1].

Este texto, tan hermoso y tan humano de San Agustín, nos hace ver que los santos sienten lo que, en repetidas oportunidades, sentimos todos ante la muerte: Impotencia, incomprensión, desfallecimiento, dolor oscuro, preguntas sin respuestas, ausencias lacerantes, llanto que alivia y descarga.

La muerte de los seres queridos es la mayor prueba en la que se purifica el amor. A duras penas llegamos a prepararnos para la propia muerte, si es que alguna vez estamos preparados, no obstante, nunca estamos preparados para la muerte de los que amamos. Para la muerte de los seres queridos, para la muerte de los amigos, no hay preparación alguna. Como para con la vida: Nunca nos sentimos lo suficientemente preparados. Siempre ensayamos. Siempre estamos aprendiendo. Lo único que podemos consiste en estar dispuestos. Sólo se capacita quien va haciendo el camino. No hay preparación que alcance. La vida y la muerte siempre nos sorprenden y nos aguardan. Nunca nos preparan. Se las acepta o no. En definitiva, los afectos es lo único que uno le arrebata a la muerte. Lo que nos llevamos con nosotros.

Mientras tanto, hay veces que -fatigados del camino- buscamos una silla para descansar y tomarnos un respiro, sin embargo, también puede ser una tentación porque el curso de la vida sigue, se abre hacia delante en el futuro que se acerca y nos llama. La vida y la muerte siempre nos encuentran. Nosotros, lo único que podemos hacer, es humilde y sabiamente, aceptarlas.

[1] SAN AGUSTÍN, Confesiones.  4, 5, 9. 



Texto 4:

    Una vez vino a mí, un joven que había salido de la vida religiosa, lo había traído otro joven que conversaba habitualmente conmigo en su discernimiento. Tendría unos 24 o 25 años. Venía de experiencias duras con su familia, con la vida y con la formación recibida. Su fe tenía muchos cuestionamientos porque conocía y padecía desde adentro ciertas falencias. Sin embargo, Dios continuaba siendo para su fe un milagro cotidiano.

    Había trabajado ayudando a su familia que pasaba por tiempos difíciles. Era muy hábil para muchas cosas y no tenía reparos en hacer oficios que otros no hacían, por humildes o humillantes que fueran. Tenía distintas capacidades. Aún conservo lo que me hizo con sus propias manos. Es un regalo que ahora valoro más.

    Con el tiempo fuimos hilvanando una sencilla y profunda amistad. Su presencia en mi vida, fue bastante corta. Alguno de mis otros amigos alcanzaron a conocerlo. De vez en cuando, desaparecía por unas semanas o meses y luego volvía. La última vez que vino lo noté físicamente distinto. Él relativizó la situación con una excusa.
    
La próxima vez que nos encontramos, él ya no pudo venir. Yo fui a verlo a un hospital público. Su padre y su hermano me comunicaron y me pidieron si podía ir a visitarlo. Noté por lo que ellos me dijeron que, en verdad, era algo muy grave. Yo lo intuí pero como ellos no se atrevían a pronunciarlo no quise profundizarles su dolor y no les pregunté. No hizo falta, luego confirmé todas mis intuiciones.

    Sólo recuerdo que su papá me dijo que hubiera preferido tener él esa enfermedad y no su hijo. En esas palabras me di cuenta que era un buen padre. Sentía lo que hubiera sentido cualquier padre ante la impotencia del dolor de su hijo.

    Fui varias veces al hospital a verlo. Nunca se quejó de nada: Ni de Dios, ni de la vida, ni de su familia, ni de sus amigos, ni de su enfermedad en estado terminal. Me hablaba de los otros enfermos que estaban a su lado.

    La última vez que lo vi –yo no sabía que era la última vez o, tal vez, no quería saberlo- prácticamente no podía hablar por la máscara de oxigeno y por su extrema debilidad. Le hablé brevemente, le acaricié la mano y el brazo, lleno de agujas, y me despedí. Le pregunté si estaba cansado y recuerdo entonces que sus palabras pronunciaron un “no”, apenas audible, pero de sus ojos celestes y grandes cayó una sola lágrima muda que surcó toda su mejilla.

    Le creí a esa lágrima todo lo que me contó. Aún hoy, ni siquiera puedo sospechar, el dolor de tanta oscuridad y soledad. Cuando salí del hospital, rezando, recordaba un salmo que dice: “Recoge en tu odre mis lágrimas Dios mío”. Eso es lo que yo le rogaba a Dios por mi amigo. Lo encomendé a la Virgen porque él sentía un particular afecto, sabiendo que María siempre acude a la cita final.

    A los pocos días murió. Era el día de mi cumpleaños. Todos los 23 de mayo lo recuerdo. En ese momento pensé que él quiso regalarme algo para mi cumpleaños, algo muy especial y, en verdad, lo hizo.

    Gracias por el breve tiempo de la amistad compartida. A veces no se necesita una vida para forjar una amistad. La vida, como la amistad, pueden ser un solo día o un breve tiempo.

    Gracias Alejandro, siempre te recuerdo. No te olvides de mí. Hay días en que sigo escuchando tu voz…

Texto 5:

El que tiene amigos verdaderos está más cerca de la vida, de la salud y de los valores que aquellos que no los tienen. Incluso están más cerca de Dios porque Dios es amor, Dios es Alianza, Dios es amistad.

No hay que hacer esfuerzos desmesurados de fe para creer en Dios cuando se da el milagro de la amistad. El Dios del vínculo humano es el que se nos hace presente.

Nuestros amigos nos aman, nos esperan, nos tienen confianza, nos perdonan, nos alientan, nos reconocen, nos ayudan, nos cuidan, nos dejan libres, se alegran con nuestros logros y se afligen de nuestros pesares. Dios también hace todo eso con nosotros. Dios lo hace a través de nuestros amigos.

Volvé a elegir a tus amigos. Date un tiempo especial para con ellos, para con sus cosas y su mundo. Recreá de nuevo el paisaje que transitan juntos. Hacé de nuevo el camino que te lleva a su casa. El viaje sólo tiene la distancia que hay en tu interior. No esperés para mañana. El mañana no siempre te va a esperar a vos. Animáte a hacer lo que los otros están esperando de vos. Hay un “gracias”, un “perdón”, un “por favor”, un “te quiero”, un “te necesito”, un “te extraño” que pronunciar. Practiquemos el idioma del alma, el diálogo de los afectos. Digámoslo de alguna forma.

Agradecé a Dios por tus amigos. Agradecéles a tus amigos la posibilidad de Dios que te brindan. Quien tiene amigos, está próximo al corazón y el que aún siente su propio corazón, guarda la esperanza de seguir encontrando a Dios.
A veces Dios juega a las escondidas en el laberinto del alma humana ya que tiene tantos recodos, esquinas y resquicios que siempre hay alguno para esconderse sin que lo adviertan. Sin embargo, siempre está ahí, susurrándonos.

Tus amigos son un regalo inmerecido. Los has elegido pero son inmerecidos. La amistad es una de las principales gratuidades de la vida. No se compra, no se vende, no se cambia. Se la tiene o no se la tiene.  No existen promesas en la amistad más que la amistad misma como realidad.

¿Cuántos amigos tenés ahora?; ¿Qué amigos están?; ¿Cuáles se han ido?; ¿Cuáles están ocultos detrás de un silencio o de una distancia?;  ¿Qué tenés para decirles hoy?…

Sólo basta un recuerdo, una visita, un pequeño detalle, una llamada telefónica… hace falta muy poco para llegar y entrar de nuevo en el corazón…


Texto 6:

José, Daniel, Juan Francisco, Fernando, Fabián, Andrés, Rubén, Mario, Melchor, Diego, Omar, Luís, Alejandro, Ana Sofía,  Laura, Constanza, Gabriela, Mariana, Cecilia, Luisa….

Cada corazón tiene un universo de nombres propios y una red entretejida con las fibras del alma. La amistad es una galería de nombres singulares que resuenan de manera propia y particular en los ecos de la interioridad.

Son los nombres que pronunciamos con el corazón y con la vida, con la plegaria y el silencio, con la cercanía y la distancia, con el alma y con la sangre, con la vida y con la muerte.

Hacé tu lista de nombres propios. Realizá tu propio homenaje. Peregriná hacia el altar de tu corazón y celebrá allí, junto al Dios del camino, de la vida y de la historia, la alianza de la amistad.

Jesús tuvo amigos. Se liberó de los prejuicios sociales, culturales y religiosos de su época. Eligió a los que nadie elegía. Se acercó a todos, especialmente a los alejados y excluidos. Tuvo un corazón de amigo. Sus amigos eran los que nadie hubiera elegido. No le importó. Los amó siempre. No pudo vivir sin ellos. A su amigo Lázaro, lo resucito para que siguiera viviendo cerca de él.
Vos también podés -con la fuerza de tu amor- resucitar hoy a aquellos amigos olvidados y alejados, los que se te han perdido en el camino. El amor puede resucitar todo. Animáte. Nunca es tarde mientras haya tiempo, esperanzas y sueños. El amor insiste en resucitar. No tiene en cuenta la muerte que acaece. Su vocación es la vida.
¡Abrí  tu alma en un abrazo universal que incluya a todos los que alguna vez entraron en tu vida! ¡Bendecí a Dios por todo, por todos y por tanto!

La vida necesita de la amistad así como la amistad necesita de la vida. No lo dejés sólo a tu corazón: Regaláte algún amigo. Vienen con la vida cada vez que amás.  

Texto 7:

Amigo: Aquí hay un amigo que te evoca. Hay una palabra y un silencio que te pronuncian en mí. Este recuerdo te pertenece. Hemos compartido mucho, las sales amargas en el desierto del dolor y los manantiales frescos en las vertientes de la vida. Hemos festejado juntos, celebrando la risa y el llanto, la música de nuestro corazón en común.

Los escenarios de la vida cambiaron y también nosotros fuimos cambiando. A veces me partiste el corazón, otras veces abriste el tuyo para que entrara en lo profundo a pesar del dolor. Encontramos una herida que late al unísono.

Hay un pasado que ya es nuestro y un presente que intenta el mismo destino. Aquí hay un camino que pide ser transitado. También hay un horizonte y una suma de amaneceres que aguardan despertar.

Estás vivo. Estoy vivo. Estoy para vos. Estás para mí. Mi corazón no te olvida. Cuando quieras nos encontramos. Te espero. Espérame. Cuidáte. Y aunque los tiempos sean difíciles, no olvidemos que somos amigos. Una vez más gracias. El camino sería distinto sino te hubiera encontrado. No importa si te encontré o me encontraste, lo fundamental es que nos reconocimos.

¡Dios mío, gracias porque cuando pensaste en mí y en mi vida, soñaste con los amigos que me ibas a confiar en el camino! Ellos son otro de los préstamos valiosos que me has hecho. Voy junto a ellos hacia vos. Nuestra vida es tu inmenso regalo compartido. ¡Gracias!

¡Feliz día del amigo a todos!; ¡Feliz día del amigo de mis amigos! A cada uno de ellos, los abrazo con el alma.

Amigo, ¿Sabés una cosa?: ¡Te quiero!

Eduardo Casas.