06/06/2019 – Jueves de la séptima semana de Pascua
“No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos».
Juan 17,20-26
El clamor de Jesús es por la unión y la comunión entre los diversos que forman parte de la comunidad discipular hasta que la gloria de Dios termine de manifestarse en ellos como en Jesús y la gloria de Dios que es el proyecto de Dios en la comunidad consiste en esto, en respeto a las diversidades en la comunión de un mismo Espíritu. Este don maravilloso se construye por los caminos de la reconciliación. Este es el nombre del Padre que El ha venido a revelar, que lo ha dado a conocer. Yo he dado a conocer tu nombre, ellos te han conocido como me han conocido a mi. Es decir te han amado en el amor que encontraron en mi que yo les di y al que ellos respondieron. Esto es conocer. Conocer el nombre del Padre de Dios en Cristo es encontrar la identidad del Padre que es el rostro que Jesús ha venido a revelar, la misericordia. Los caminos que la misericordia encuentra en medio de nosotros para transitar hacia la unidad superando las diferencias, tirando puentes es muchas veces por los caminos de la reconciliación.
La construcción de la unidad pasa por el camino de la reconciliación. En esto queremos detenernos, por ésta gracia no solamente superando las diferencias sino mucho más que esto, encontrando los puntos del encuentro, si vale la redundancia, encontrando el lugar del encuentro. Cuando meditamos el texto del hijo pródigo encontramos allí una clave del encuentro. Es cuando el hijo se encuentra en el peor de los momentos deseando comer las bellotas que comen los cerdos y le brota la memoria paterna y se dice a si mismo volveré a la casa de mi Padre, hay un punto de encuentro en la memoria afectiva del hijo que le hace recordar la figura del Padre y vuelve con un discurso, pequé contra el cielo, le diré Padre pequé contra el cielo y contra ti ya no merezco ser llamado hijo tuyo.
El Padre todo esto lo deja de lado y arma la fiesta. Una fiesta que está marcada por el gozo, la alegría del encuentro. No hay boletas de por medio, no hay reclamos. Sencillamente hay gestos de fiesta, de celebración, de misericordia. Misericordia que se hace gesto de reconciliación en el abrazo del Padre y la decisión del hijo de volver. Hay un punto de encuentro en la memoria afectiva del hijo que se dice a si mismo volveré a la casa del Padre y un punto de encuentro entre el abrazo del Padre y la bienvenida que le da al hijo y la entrega del hijo ahora a lo que el Padre desee de él, trátame como uno de tus jornaleros. Te invito a que trates de pensar en las personas que percibís que necesitas del rencuentro. Dónde encontrarías el punto de la vuelta. Dónde en tu corazón está el punto de la vuelta y cómo te imaginas el rencuentro. Dónde encontrás desde dentro tuyo el punto y desde donde pararte en la memoria afectiva para volver. Cómo te imaginas esa fiesta, esa celebración. La reconciliación siempre es una fiesta.
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