Santa Teresa de Jesús: Sólo Dios basta

lunes, 15 de octubre de 2007
image_pdfimage_print
Hoy terminamos con nuestras catequesis dedicadas a Santa Teresa de Jesús, particularmente haciendo hincapié en aquella frase célebre suya: “Sólo Dios basta, la paciencia todo lo puede, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta”

Sólo Dios queda al final del camino, sólo Dios basta. La paciencia y la esperanza van de la mano, la paciencia y la esperanza van juntas, son hermanas.

Hemos elegido el Evangelio de Juan, 15 donde el Señor nos recuerda que sin él nada podemos. Que con él todo en nosotros es posible, pero lejos de él no podemos dar ningún tipo de fruto.

Teresa, como maestra de la oración nos adoctrina a los que estamos en el comienzo del camino y nos debatimos entre sequedades, distracciones, disgustos también, es decir poco placer a la hora de afrontar la tarea de oración y nos dice: “Quiera el Señor llevarnos por este camino para que entendamos bien lo poco que somos, porque son de tal gran dignidad las gracias después, que quiere que experimentemos nuestras miserias, es decir, Jesús nos permite, busca que caminemos por estos lugares de dificultad a la hora de orar para que cuando aparezcan las gracias que el nos regala a través del camino de la oración podamos verdaderamente reconocer que estas vienen de su mano”.

Como bien dice la Palabra hoy, sin el nada podemos. “todo lo podemos, como dice el apóstol Pablo, en él que nos conforta interiormente de toda tribulación, lucha, dificultad”, “y sin él, nada podemos hacer” como dice hoy Jesús en la Palabra, aquí en el Evangelio de Juan en el capítulo 15.

La posibilidad en nosotros de dar fruto viene de la mano de la presencia del Señor que todo lo puede en nuestra propia vida y particularmente en aquellos lugares en donde hemos experimentado una y otra vez que no está en nuestra propia fuerza la posibilidad de sostenernos sino sólo en la Gracia de Dios que nos habilita para estar en su presencia y para dar desde allí muchos frutos.

Cada uno de nosotros sabe que hay lugares flacos, hay lugares débiles, hay lugares más vulnerables en su propio camino. Hay lugares en donde nosotros experimentamos más fuertemente nuestras fragilidades.

A veces son lugares físicos, a veces lugares psíquicos, a veces lugares del espíritu, por nombrar las tres dimensiones claves que hacen a la integralidad de la existencia humana. Psicofísica-espiritual es nuestra estructura de persona. Estas tres dimensiones encuentran de uno u otro modo lugares que denotan nuestra fragilidad, nuestra vulnerabilidad, nuestra debilidad.

En cada uno de esos lugares en donde nosotros somos débiles Dios nos da la fortaleza para que podamos sobrellevar nuestra propia carga, nuestra propia debilidad. El Señor nos enseña un camino hoy de confianza, de entrega, de abandono en su mano que lo hace todo posible. Para él todo es posible, por eso, con Teresa de Jesús decimos: “Sólo Dios basta”

Para Teresa de Jesús el trato con Dios está cimentado sobre la humildad, aquello que compartíamos días pasados sobre este “andar en verdad”, y los cimientos son lo primero que se cuida a la hora de construir la relación con Dios.

No poder nada sin Dios es un aspecto complementario de lo que acabo de decir recién sobre esto de “andar en humildad”, no insiste mucho ella sobre poner la mirada en la fragilidad moral. Pensar excesivamente en la propia miseria, en la incapacidad para hacer el bien, termina por acobardar, enseña Teresa, y nos hace pusilánimes. Nos llena de temores, escrúpulos, aprieta y oprime.

Cuando ella dice “andar en verdad y tener conciencia de la propia miseria” no surge a partir de una revisión moral de la propia existencia sino de una luz de Dios que pone de manifiesto, por su presencia, las tela arañas que hay en el corazón.

En todo caso sólo es a partir de esa experiencia teológica desde donde uno puede experimentar su propia nada, su propia fragilidad, su propia debilidad. Que con Dios todo podemos y sin él nada podemos.

Le decía ella a Sancho Dávila, tal vez demasiado inclinado a desviar su atención sobre el terreno de la propia culpa: “Déjese de andar mirando delgadeces de su miseria que a bulto se nos representa a todos harto, en especial a mí”, lo dice con ironía y con firmeza, como diciendo: no ande buscando la mugre que hay por cualquier rincón del alma porque saltan a la vista”, porque en esto de volverse sobre si mismo para captar su propia miseria, si es que por allí se cimenta la fortaleza desde el corazón la humildad para que podamos construir un vínculo con Dios, está la tentación de querer hacerlo tan desde uno mismo que uno termina por hacer de la búsqueda de la propia miseria, de la propia pobreza, poquedad, fragilidad, debilidad, un bastión, y en realidad no es para andar gloriándose en esto sino que es sólo a la luz del de Dios, cuando aparece esto, hay que saber con dignidad, con grandeza, en Dios y desde él saber llevarla.

No se si se puede terminar de entender la diferencia que hay en los modos de tomar conciencia de la propia fragilidad, una es, uno, sabiendo que es frágil, andar buscando dónde están las fragilidades en sí mismo para permanecer en estado de fragilidad, dicho entrecomilla y con ironía, para atraer la mirada de Dios que atiende nuestra propia pobreza.

La otra es, con confianza absolutamente, entregarnos a Dios y saber caminar en libertad con él, sabiendo que Dios, en cuánto sale a nuestro encuentro y toma nuestro movimiento interior de confianza para entrar en trato con el, nos va a revelar nuestra propia fragilidad, no hace falta que la andemos buscando nosotros, salta a la vista de Jesús y de todos nosotros. “Y a mí particularmente, dice Teresa, no ande buscando por allí cosa chiquita que el bulto es claro, no es que haya cosa pequeña de la cuál tenga que corregirse, le enseña a Sancho sino que salta a la vista la propia miseria.

En este caminar en verdad y en este andar cimentando la vida espiritual, el trato con Dios en humildad, Teresa experimenta a veces que este poder de Dios en todo la hace sentir a ella como incapaz de sostener las riendas de su propia existencia en cada una de las cosas que emprende y entonces dice: “a veces me levanto sin la posibilidad de matar una hormiga”.

Esta misma emprendedora mujer, capaz de arrasar en su tiempo con ese espíritu impetuoso, fuerte, decidido, determinado, las situaciones más bravas, más difíciles con las que se fue encontrando en el camino. “No ha más que ahora que me ha acaecido estar ocho días que no parece había en mí ni podía tener conocimiento de lo que debo a Dios ni me acuerdo de sus gracias sino tan embobada el alma y puesta en no se qué como para los buenos pensamientos estaba tan inhábil que me reía de mí y gustaba de ver la bajeza cuando no anda Dios siempre obrando en ella”.

Es la experiencia que ella hace de la propia fragilidad: “Por momentos me sentía tan incapaz de todo pero al mismo tiempo en esa incapacidad Dios estaba presente y me permitía gustar de ver cómo el actúa también en medio de nuestra propia debilidad”, en este caso en medio de su debilidad.

Este silencio y descanso de Dios es hasta para conocer, como dice ella, bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia. “Sin mí no pueden hacer nada” dice Jesús. ¿Has experimentado esto?, ¿has podido descubrir que en algún momento de tu vida, que sin la presencia de Dios es imposible hacer algo?, ¿has descubierto alguna vez y has experimentado realmente que todo, absolutamente todo es gracia de Dios?

Algunas veces, dice Teresa de Jesús, se siente el alma cobarde en las cosas más bajas, y atemorizada y con tan poco ánimo que no le parece posible tener cosa para Dios,  y así lo quiere el Señor a fin de radicar el alma en el conocimiento vivo y experiencial de las grandezas de Dios, y de la propia miseria, o podríamos decir también para que entendamos con verdad, que no tenemos nada que no lo hayamos recibido.

Este desamparo, por decirlo de alguna manera, o suspensión de su acción así percibida en el corazón, que hace salta al primer plano de la conciencia toda la pobreza que aqueja al hombre, adquiere en algunos momentos, según la experiencia de Teresa de Jesús, dimensiones que son desgarradoras.

Se borra de la memoria todo lo rico del pasado de las gracias que Dios ha actuado, se oscurece el entendimiento, se sufre desde la fe para descubrirlo en el presente. Cuando se despierta la miseria todo parece reducirse a la más mortificante y dolorosa experiencia de Dios que calla, de Dios que silencia, como liberados a nosotros mismos, como liberados a nosotros mismos, según la expresión de San Ignacio: “como crudos a nuestra propia naturaleza” experimentamos lo que supone la ausencia de Dios y la vida se nos hace como un largo purgatorio, como un gran purgatorio.

Este pasar por estos lugares nos permite, cuando volvemos a descubrir o redescubrir la presencia de Dios a valorarla aún más y es en el contraluz o la contra-cara de una experiencia y de otra donde vamos, existencialmente, haciendo opción por Dios y apartándonos de todo lo que nos aleja de él.

Es la pedagogía con la que con crudeza Dios nos va formando, Dios nos va haciendo para él, haciéndonos gustar de él y haciéndonos sentir lo que se supone es no estar en su presencia, no estar con él.

Es como un infierno la vida cuando no se está en el, cuando no se descubre su presencia, cuando no hay conciencia de que el está. En realidad el infierno es eso, no es un fuego que arde y un diablo que con un tridente te va hincando la cola para hacerte saltar en un lugar tan sensible como ese cuando somos hincados, el infierno es la ausencia de Dios, la ausencia del Otro y la ausencia de los otros.

Solemos experimentar esta carencia de la presencia de Dios en nuestra propia vida cuando, a pesar de estar rodeados de muchos, sentimos la onda soledad, la profunda soledad, la sensación de que todo está lejos y todos están lejos y distantes. Esto es el infierno, el infierno es la incapacidad de poder establecer vínculos con los demás con los otros y con el Otro.

El pasar por este lugar, por esta oscura quebrada en la propia existencia es saludable en cuánto que nos permite descubrir la contra cara del vivir en comunión con Dios y los demás, de vivir en armonía con todo y con todos. Se hace no una realidad conceptual sino experiencial, existencial el vínculo con Dios, el permanecer en el.

Como decía hoy la Palabra: “Ustedes son las ramas, yo soy la vid, si ustedes permanecen en mí dan mucho fruto, si no, no sirven para nada y son arrojados al fuego”.

Es en esta conciencia de la presencia de Dios y en esta conciencia de la propia miseria desde donde se va construyendo el castillo interior que nos lleva hasta donde Dios habita, en la séptima morada, como quien nos espera para compartirlo todo en el y desde el. Teresa de Jesús, en este sentido nos deja grandes enseñanzas, porque si bien es su pluma, es su modo de escribir tan particularmente rico, este no brota de su capacidad literaria que es clara y es mucha sino de su experiencia vital que es aún más onda y más profunda.

Es desde el corazón donde Teresa hace salir las pinceladas de su pluma, para dejarnos en sus escritos riquísimas enseñanzas para la vida interior, para la vida en el espíritu.

Ojala podamos encontrar juntos este camino bello que el Señor nos deja en su enseñanza de andar en verdad, sabiendo que al final sólo Dios basta. Con él todo es posible, sin él nada podemos.

Es más que conocida la relación que hay en la enseñanza de Santa Teresa de Jesús entre verdad y humildad. Nos cuenta, como considerando un día, por qué razón era Nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y dice ella: “Que es porque Dios es suma verdad y la humildad es andar en verdad”.

Por eso, más que una conexión entre humildad y verdad, para Teresa de Jesús hay equivalencia, la humildad es la verdad que ha bajado de la cabeza al corazón. Y esto es así, tal vez, dicen que la distancia más larga para recorrer para un hombre está entre estos pocos centímetros que separan a la cabeza del corazón.

Nosotros a muchas cosas las tenemos claras conceptualmente, pero no a todas las vivimos con la misma claridad con que las concebimos, tal vez porque lo que nos falta sea esa verdad existencial que la regala la humildad. La humildad hace posible que ese camino sea recorrido con mayor facilidad, que el tránsito entre la cabeza y el corazón esté liberado para que el hombre pueda estar integrado.

En este sentido Teresa plantea la humildad como una virtud integradora, como una virtud que capacita a la persona para integrar todas sus potencialidades, desde allí se la plantea a la humildad como el cimiento y la verdad sea dicha, la humildad es andar en verdad, y nuestra verdad es que hay realidades en nosotros que no solamente nos ponen a distancia de lo que Dios tiene como proyecto de nosotros sino que no nos permite ni empezar a arrimarnos a aquello que Dios tiene soñado para nosotros y encontrarse con este antes de comenzar o este terreno baldío que hay que limpiar, hay que arreglar para poder después cavar los cimientos, es sano a la hora de iniciar o reiniciar, o recomenzar el proyecto de vida que Dios tiene soñado para nosotros.

Sólo es posible si andamos en humildad, es decir, si reconocemos nuestra propia verdad. Una verdad que no hay que entenderla como dice Descalzo: “en agria expresión de lo que nos acontece”, porque que a veces decimos “me dije la verdad o dije la verdad, así son las cosas” y en esa expresión se esconde la gran mentira con la que a veces nos enfrentamos a nosotros mismos o a los demás u otros nos enfrentan a nosotros.

La verdad de la que hablamos se experimenta con dulzura, a pesar de ser dura, a pesar de ser ruda, a pesar de ser fuerte, esas verdades que nos dicen lo que somos y como somos, con todo lo que hay que mejorar y transformar en nosotros, pero impulsándonos a hacerlo, no destruyéndonos en el decirnos a nosotros mismos, el decirlo a otros o que otros nos digan de la verdad. “Una verdad avinagrada, como decía Descalzo, es la más grande de todas las mentiras” y es el modo como a veces el mal espíritu, siguiendo las enseñanzas de Loyola, busca impedirnos comenzar, mostrándonos lo que somos agrandando las dimensiones de nuestros defectos e impidiéndonos afrontar la propia verdad con espíritu decidido y determinado. “Una verdad avinagrada es una gran mentira”.

Todo se presta a deformaciones en nosotros por la vida que el pecado nos ha dejado. A veces no podemos ver muy claro. Cuando no contamos con la presencia de Dios así es como andamos, sin ver claro y todo parece que lo vemos torcido, deformado. La humildad viene a poner remedio a nuestra deformación. La humildad viene a poner en su lugar las piezas que deben estar ajustadas, es una actitud, pero antes una visión. Una visión desacertada provoca una actitud falsa.

Una visión acertada produce una actitud justa o ajustada, por eso la urgencia de Santa Teresa de poner en claro desde el principio qué es la humildad. “Es menester, dice ella, que entendamos como ha de ser esta humildad. Cuando se entiende mal se produce el bloqueo espiritual y no se va adelante”.

La humildad para ella es el cimiento en torno al cuál se edifica el trato con Dios y con los demás. ¿Qué quiere decir con esto? Un día lo escucha a Jesús que le dice: “La verdadera humildad es conocer lo que puede el hombre y lo que Yo puedo, habla Jesús”. Jesús hoy en la Palabra nos dice: Si ustedes permanecen en mí y yo en ustedes darán mucho fruto, sin mí no pueden hacer nada”.

Justamente, cuando nosotros descubrimos que en Dios todo lo podemos, que en nuestra propia fuerza no está la posibilidad de hacer lo que estamos llamados a ser, tenemos como un rechazo que lo genera la propia soberbia de querer tener la historia sólo en nuestras manos que nos hace querer alejarnos de este Dios que todo lo puede en nosotros y que nos muestra que sin él no podemos.

Porque es la soberbia la que quiere poderlo todo sin que nadie intervenga, y esa es una parte, un costado de nuestra historia, como me enseñaba un maestro de la vida espiritual, Monseñor Bordagaray, muere una hora después de nosotros. Es decir, va a haber siempre en nosotros una parte de nuestro ser que va a querer reclamar protagonismo cuando en realidad la humildad consiste, y el trabajo está, en dejarle a Dios ser Dios y el gran protagonista.

La humildad es conocimiento de Dios y de nosotros, de quienes van a protagonizar la aventura de la amistad. El hombre debe entender que no puede nada y que Dios es fiel. Este doble conocimiento se une en el conocimiento de Dios. Cuando nosotros accedemos al conocimiento de Dios aparece nuestra propia realidad, por eso la humildad se hace gozosa y confiada confesión de Dios, ahí nos encontramos a nosotros mismos. Es el contenido de la humildad así como lo entiende Santa Tersa, es Dios. El verdadero contenido de la humildad es Dios.

La humildad es vibrante confesión que hacemos de que Dios es el protagonista de nuestra propia historia, esto es la humildad. Te invito a que puedas darle más lugar, te invito a que hoy sea uno de esos días donde le podamos pedir a Dios que haga lo que tenga que hacer y nos muestre que todo lo puede.

Dice Teresa de Jesús: “Su Majestad guía por donde él quiere, cuando estamos en humildad ya no somos nosotros si no el, el que conduce”, y en esta misma línea se manifiesta el camino de perfección cuando dice: “Miren que la verdadera humildad está en estar muy prontos en contentarnos con lo que el Señor quiere, con lo que quiera hacer en nosotros y hallarnos indignos en llamarnos sus siervos”,  y más adelante “sentir humildad será querer nosotros elegir dejar hacer al Señor”.

Esta expresión me parece magnífica. La humildad, desde la perspectiva de Santa Teresa es elegir dejar que Dios haga. En momentos determinados de nuestra vida, cuando nos vemos cruzados por varias líneas de fuego en lo vincular, en lo relacional, que son en donde las realidades humanas se nos hacen más complejas, más difíciles, más dolorosas, hay un momento que entre las variables para solucionar los enredos de conflictos relacionales hay que elegir dejar hacer a Dios, es decir, es la forma más saludable de salir de ciertas situaciones enredadas, elegir dejarlo hacer a Dios, no tomar iniciativas, no asumir actitud defensiva sino liberarlo a Dios que vive en nosotros para que el haga, a Dios, que vive en los demás, para que el haga, desatar el nudo de los conflictos relacionales que suelen ser muy difíciles de desenredar, lo mejor que podemos hacer es elegir, humildemente, que la verdad se haga presente y que se ponga luz donde las cosas parecen imposible de aclararse. Que Dios haga.

La oración, en cuanto que es intervención de Dios, actividad divina en nosotros, trae como fruto la humildad. Si ser humilde es elegir que Dios sea protagonista, es, como decíamos recién, dejar hacer al Señor.

En la oración, particularmente, cuando es verdadera oración, escucha del querer de Dios, crece la humildad, porque allí Dios es protagonista. Si el contenido de la humildad es Dios, la oración es el lugar, el canal, donde esa gracia se desarrolla, y mientras más vida de oración hay más posibilidades de verdadera oración, de diálogo, de encuentro con la presencia del Dios vivo, más posibilidades de encontrarnos con nuestra propia verdad tenemos. Cuando Teresa habla en los grados altos de oración dice: “Aquí es muy mayor la humildad y más profunda”.

Entendámoslo bien, aquí, dice Teresa, hay más posibilidades de autoconocimiento, o un conocimiento de sí mismo más claro porque se trata de la verdad de sí misma a la que ella se refiere, la verdad de sí mismo en cada uno de nosotros es la que se revela a la luz de la presencia de Dios. Donde Dios se manifiesta el hombre va siendo reducido al lugar que le toca, en este sentido, hablar en verdad, con corazón humilde es poner las cosas en su lugar, ni más allá ni más acá, sino orden, armonía, belleza.

Está haciendo falta y mucho de esta virtud, en este modo y en este estilo con el que Teresa nos la presenta. La humildad para la espiritualidad teresiana es el criterio valorativo de los pasos hacia adelante en el proceso del rehacer la propia historia, es el lugar desde donde se puede valorar el proceso de reconstrucción de la propia vida porque humildad es verdad y la reconstrucción, el rehacer tu propia vida, el repensarla, el reproyectarla, el volver a comenzar, reconstruirla, el repararla, no puede sino suponer de antemano una visión clara de quién sos y de qué estás llamado a ser.

En estos días hemos estado por aquí en esta casa de descanso que tienen mis padres reparando una capillita de la familia que está dedicada justamente a Santa Teresa, tiene más de 40 años, y a la hora de repararla había que ver por donde comenzar, curar algunas grietas, había que cambiar algún piso, cambiar alguna ventana, darla más luz, pero primero había que ver como estaba, así es también nuestra propia vida. Nuestra vida, llamada a ser reparada, llamada a ser reconstruida, supone primero tener una foto clara de donde estamos y a esto lo da la presencia de Dios, a esta foto te la saca Dios de arriba.

Como le decimos a los chicos a veces para que no tengan miedo, cuando hay rayo y vienen algunos relámpagos y los chicos preguntan que está pasando y les decimos que es Dios que está sacando una foto, así también Dios nos saca alguna foto desde arriba que es siempre desde muy cerca, no desde lejos, y nos revela quienes somos no para que nos asustemos o para que al mirarla digamos que fiero que estamos sino para que veamos como podemos estar mejor, porque la foto que Dios te saca tiene dos posibilidades, por un lado mostrarte como estás, y por otro lado te saca una foto anticipada de cómo vas a estar si trabajas para estar mejor, es una foto con doble revelación, de como estás en realidad y de cómo estás llamado a estar. Este camino es posible recorrerlo desde la humildad, este ir hasta donde estamos llamados a estar mejor si con Dios lo recorremos.

A esto te invito esta mañana con esta catequesis, a andar en verdad, a andar en humildad, dejando a Dios que sea protagonista, a este que es Dios y que sólo nos basta desde una actitud paciente, desde una actitud paciente que deja a Dios hacer lo que tiene que hacer, no es pasividad sino que es una actitud de espera en que Dios haga lo que tiene que hacer, elegir dejar hacer a Dios es un gran camino que se te abre por delante. Teresa de Jesús es quien nos ha acompañado en estos días y nos invita al final de estas catequesis compartidas dejarle ese protagonismo que Dios tuvo en su propia historia.

El protagonista de la historia de Teresa es Dios, que sea así también en nosotros, que Dios asuma cada vez mayor protagonismo, que no tengamos miedo de soltarnos desde el orgullo que falsea nuestra propia realidad, anímate al camino de la verdad, al camino de la humildad.