Esta sencilla historia nos invita a reflexionar en torno a nuestro compromiso de ser luces en medio del mundo (Mateo 5, 13-16):
Había una vez un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles del pueblo llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encontró con un amigo. El amigo lo miró y lo reconoció; se da cuenta de que es el ciego del pueblo. Entonces le dijo: “-¿Qué haces amigo con una lámpara en la mano, si tú eres ciego y no puedes ver el camino?” Y el ciego le respondió: “– Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí.”
Había una vez un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles del pueblo llevando una lámpara de aceite encendida.
La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encontró con un amigo. El amigo lo miró y lo reconoció; se da cuenta de que es el ciego del pueblo.
Entonces le dijo: “-¿Qué haces amigo con una lámpara en la mano, si tú eres ciego y no puedes ver el camino?”
Y el ciego le respondió: “– Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí.”