Vida brotada de un corazon herido

jueves, 7 de julio de 2011
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Muy buen día a los que suman a la catequesis.

Comenzamos con mucha alegría a compartir este espacio tradicional donde el Señor nos convoca para dejarnos su enseñanza, su paso por nuestra vida y lo quiere hacer de la mano de este Santo grande contemporáneo a nosotros San Pío de Pietrelcina.

 

Mientras transcurre la catequesis en el corazón hay muchas cosas que se mueven, es la gracia de Dios que nos pone en sintonía con las mejores cosas que en nosotros están buscando aparecer, casi siempre en medio de las heridas y de los dolores.

Esta es la experiencia que vas a compartir de la mano de San Pío de Pietrelcina, cómo y de qué manera ha brotado tanta vida de su corazón herido, de su corazón partido a la mitad y de todo su cuerpo marcado por las marcas de Jesús en las llagas del Padre Pío.

 

Hoy vamos a concentrar nuestra mirada reflexionando juntos entorno a lo mas llamativo en la vida del Padre Pío como señal de Jesús, de su propia historia, de su corazón, como la tiene en el corazón de cada uno de nosotros en él quedó manifiesta la identidad con Jesús en todo su ser y significativamente indicado por las marcas de Jesús sobre su cuerpo. El Padre Pío llagado en Cristo.

 

“Que nadie me moleste en adelante, dice Pablo, yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” Hermanos que la gracia de nuestro Señor Jesucristo permanezca en ustedes. Amén

 

El texto de Gálatas 6, 17 es el que eligió la comunidad de San Francisco para referir a las estigmas de Francisco en el día de su celebración y de allí deduce a la lectura del seráfico seguidor de Jesús en pobreza, el pobre de Asís, Francisco que el apóstol de los gentiles, Pablo, también había tenido estas marcas en su cuerpo. Se deduce de la lectura de la experiencia franciscana.

 

En realidad, todos de alguna manera llevamos las marcas de Jesús en lo profundo del corazón, va a decir el Padre Pío, algunos pocos les es manifiesto como en el caso de él, otros la tienen escondidas en lo mas profundo de su ser. Lo doloroso de la experiencia del Padre Pío fue la manifiesta expresión de las marcas de Jesús en su vida interiormente y después externamente.

 

Durante la mañana del 20 de Septiembre de 1918 en el convento de los frailes capuchinos de San Giovanni Rotondo, no había nadie, el Padre guardián se encontraba en San Marcos para preparar la fiesta de San Mateo, Fray Nicolás, el hermano lego que se encargaba de la limosna estaba de recorrida con la bolsa, los alumnos estaban en el jardín de recreo. El Padre Pío se encontraba en el coro de la antigua iglesia, estaba solo, permanecía inmóvil ocupando el sillón del padre vicario y desde hacía poco había comenzado la acción de gracias, luego de la misa. De rodillas, quieto frente al altar contemplaba el crucifijo de ciprés levantado sobre la balaustrada. La expresión de Cristo en la madera era impresionantemente dramática, lo es actualmente, los ojos llenos de lágrimas parecían mendigar amor, compasión, aquella sangre que brotaba de cada herida parecía pedir otra sangre para el bien de las almas y de la humanidad toda. Hacía instantes el reloj había dado las nueve, desapegado de toda cosa que lo rodeaba rezaba intensamente, sumergido en el silencio meditaba sobre el misterio de la cruz. Los sentidos internos   y externos, las energías físicas y espirituales, las facultades del alma, la inteligencia, la voluntad y el afecto estaban todas suspendidas en la quietud interior. Mientras la obra de la gracia con fuerza sobrenatural lo atraía hacia Dios entró en éxtasis de amor. En un determinado momento por obra de un misterioso personaje, va a decir él, se llevó a cabo uno de los prodigios mas inefables de la historia, el primer sacerdote de la historia en 2000 años recibía el don de las estigmas.

 

Éstas han sido las más dolorosas de las experiencias que llevó sobre si mismo el Padre Pío a todos los ataques del mal, a todas las incomprensiones alrededor de los misterios con los que Dios visitaba su vida, a toda la tarea de llevar en su corazón la pena de tantos pecadores que iban a confesar al Padre Pío – que conocía además por don de cardionosis – del conocimiento del corazón, lo mas profundo de las almas. Estas no tanto por el dolor físico ni por el dolor moral significaban que le suponían sino por la confusión que le generaba el llevar él mismo las marcas de Jesús.

 

A veces en la vida nos encontramos nosotros marcados por algunas circunstancias de la que nos avergonzamos o de las que no sabemos cómo explicarnos. Estos hilos que se entrecruzan en la vida y no sabemos cómo interpretarlos y cuánta vida es la que esconden. Hay situaciones de la vida en las que hemos sido profundamente marcados por una pérdida, por un fracaso, por un dolor profundo, por una herida moral, física, por una enfermedad, por una separación, Pío nos va a mostrar que detrás de eso que nos resulta difícil de sobrellevar se esconde un misterio de vida. Allí donde está la herida esta escondida la vida.

 

Te invito a que la luz de las estigmas del Padre Pío, vos puedas con sencillez de corazón, reconocer los lugares de tu vida donde fuiste profundamente herido y ahí mismo sin entender sino que allí se esconde la vida, animarte a encontrar los secretos misteriosos de vida que detrás del dolor se escondieron en tu v ida

 

La consigna para compartir el día de hoy será entonces la luz en los estigmas del Padre Pío

 

 

Hoy te invitamos a compartir las heridas que han marcado tu vida para que puestas en Jesús, juntos podamos descubrir la fuente de vida que allí se esconde.

 

Durante mucho tiempo no se supo en realidad lo que pasó aquel 20 de septiembre de 1918, no había testigos, no había nadie en la casa, de hecho el se fue solo después de haber sentido profundamente el dolor, lo vamos a reconocer después por una carta que ha guardado debajo de su cama en una caja quien fue su director espiritual el Padre Agustín de San Marco en Lanis. Se encontró esta carta y se pudo testificar qué es lo que había ocurrido, no desde la boca de cualquiera sino del mismo Padre Pío. Así cuenta él que fue lo que le pasó.

 

Le escribe al Padre Benedicto un 19 de octubre del mismo año, "que decirle Padre acerca de lo que me pregunta, de cómo ha sucedido mi crucifixión, mi Dios que confusión, que humillación, tener que manifestar aquello que tú has obrado en esta tu mezquina criatura.

 

Era la mañana del 20 del mes pasado en el coro después de celebrar la misa cuando me sorprendió el sueño, un dulce sueño, todos los sentidos internos y externos así como la facultad del alma se encontraron en una quietud indescriptible, reinaba silencio a mi alrededor y dentro de mi, mientras sucedía esto, me entró entonces una gran paz, un abandono a la completa privación de todo, y un quedarme en mi misma ruina, todo esto sucedía en un instante, y mientras todo esto sucedía vi delante de mí un misterioso personaje, parecido a aquel visto con anterioridad la noche del 5 de agosto, solo que se diferenciaba de este porque en sus manos, sus pies y de su costado brotaba sangre. Me aterró mirarlo, no sabía decir lo que sentí en ese momento, creía morir, y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido,  sostenido mi corazón para que pareciera que se me salía el pecho, la visión del personaje se esfumaba y advertí que mis manos, mis pies y mi costado estaban traspasados y chorreaban sangre.

 

Es impresionante como Pío, hablando de lo que le ha ocurrido no habla de la estigmatización que ha sufrido su cuerpo sino de la crucifixión.

Él se siente estar con Jesús en la cruz, a tal punto ha sido el proceso de identificación con los sentimientos de Jesús en la Pascua que este proceso es el que lo ha llevado a encontrarse al final del camino con este comienzo nuevo de vida, de dar vida desde estos lugares de tanto dolor y de tanto sufrimiento para manifestar lo que Dios había hecho en él, había probado la confusión y la humillación, dos sentimientos que derivan de la conciencia de haber recibido a pesar de su indignidad, el extraordinario don de los sellos del amor de nuestro Señor.

 

En un escrito el Padre Pío también da a entender cuál ha sido su reacción mas interior, así lo dice: "imagínese Padre, el tormento que viví y lo que estoy experimentando casi todos los días, las heridas del corazón derraman asiduamente sangre en especial desde el jueves por la noche hasta el sábado, Padre mío muero de dolor por el tormento y por la confusión, lo que pruebo en el interior de mi alma es  confusión, tengo temor de morir desangrado si el Señor no escucha los gemidos de mi pobre corazón y no retira su accionar de mí. ¿Me concederá la gracia Jesús que es tan bueno? ¿me quitará al menos esta confusión que experimento por estos signos externos? Alzaré fuerte mi voz a él y no desistiré en suplicarle que por su misericordia aleje de mí, no el dolor porque lo veo imposible y yo deseo embriagarme de dolor, sino estos signos externos que me confunden y me producen una humillación indescriptible e insostenible.

 

 

Pero, ¿quién era este famoso personaje que tenía las manos, los pies y el costado que derramaba sangre? el Padre Pío no lo reveló en la carta que le escribió al Padre Benedicto en octubre, le escribió solamente que era parecido a aquel visto en la noche del 6 de agosto cuando recibió en su corazón la gracia de la transverberación.

Hay diversas posibilidades e hipótesis, el Padre Agustín de San Marcos en Lamis, que seguramente escucho en varias oportunidades el relato de labios del Padre Pío, en 1919 escribió en su diario, el 6 de agosto apareció Jesús bajo la figura de un personaje celestial armado con lanza con la que le traspasó el alma, él sintió que ésta se partía, efectivamente derramó sangre que se esparció por todo su cuerpo, saliendo parte por la boca y parte por abajo, el viernes 20 de septiembre luego de la fiesta de las estigmas de Francisco, después de la misa él estaba en el coro para hacer la acción de gracias, meditaba la pasión de Cristo, dice el Padre Agustín, cuando se le apareció ese mismo personaje pero crucificado, el se sentía traspasado, estaba fuera de sí, del crucifijo salían cinco rayos, de las manos, de los pies, del costado que hirieron sus manos, sus pies y su costado. La visión duró pocos minutos y vuelto en sí, encontró realmente llagado su cuerpo, las llagas sangraban especialmente la del corazón, apenas tuvo fuerza para arrastrarse por la habitación, para limpiar el hábito manchado por la sangre.

 

Al Padre José Orlando, un paisano suyo, el Padre Pío con labios temblorosos, el pecho agitado y los ojos llenos de lágrimas le contó: estaba en el coro haciendo el agradecimiento de la misa, y sentí que poco a poco me elevaba una suavidad siempre en aumento que me hacía gozar en la oración, es más, más y más rezaba y este gozo se aumentaba hasta que en un determinado momento una gran luz encandiló mis ojos y me dio tanta luz que se me apareció Cristo llagado, no me dijo nada y se fue. Cuando volví en mí me encontré en el suelo y llagado, las manos, los pies y el corazón sangraban y me dolía de tal manera que no tenía fuerzas ni para levantarme. Lo que sucedió a continuación lo podemos imaginar nosotros al no haber nadie, como llegó hasta su cuarto, quién lo acompañó, cómo se limpió, qué habrá pensado. En la película el Padre Pío aparece acostado como queriendo encontrarse de nuevo consigo mismo después de semejante visita en su propia persona, en su cuerpo y en paz,  queriendo encontrar en Dios la respuesta que nunca terminó de encontrar. De ahí en adelante la confusión siempre acompaño su propia identidad.

 

Confusión que comenzó a establecerse en entre él y Jesús. Jesús en él y él en Jesús hasta llegar a decir, él como Pablo, ya no vivo yo es Cristo que vive en mí.

Hasta mediados de diciembre de aquel año, mientras pasaba por un tormento amoroso y doloroso al mismo tiempo por causa de las llagas y las dulces heridas que le hacían sufrir pero contemporáneamente embalsamaban su alma, el misterioso personaje realizó su tercera visita.

El Padre Pío se lo describe de este modo al Padre Benedicto el 20 de diciembre de 1918.

Desde hace algunos días ha abierto en mí como una lámina de hierro que de la parte inferior del corazón se extiende hasta la derecha de la espalda en línea transversal. Me causa un dolor insoportable y no me deja ni siquiera un minuto de descanso, ¿qué es esto? este nuevo fenómeno lo comencé a advertir luego de la aparición del acostumbrado personaje del 5 y del 6 de agosto y del 20 de Septiembre del cual le hablé en la otra de mis cartas. Al fenómeno místico del 5 de agosto que le había atravesado el alma y el costado, había llegado el nuevo que durante mas días le había despedazado el corazón de abajo hacia arriba.

 

 

Un canto de alegría le ponemos a este dolor grande de crucifixión del Padre Pío a tantos hermanos que han compartido el suyo también, porque siempre detrás de la cruz corre la vida y la Radio es un canto a la vida.

 

Vos también podés hacer tu canto de alegría y de gozo, ese que se entremezcla en el dolor cuando celebramos la Pascua, cuando la estamos compartiendo ocurre eso, ocurre ese canto de gozo y alegría que brota de los lugares donde nos parece que solo hay muerte entre las heridas está la vida, eso es lo que nos enseña este maestro de la vida espiritual, compañero nuestro de camino el Padre Pío, y muchos y bellos testimonios han llegado al respecto en lo que han compartido ustedes.

 

Con la alegría de siempre, ha sido hermoso poder recorrer los tramos del camino con el Padre Pío, la semana que viene continuamos con algunos otros dones con lo que Dios nos bendice en el testimonio de este gran Santo contemporáneo de muchos de nosotros, Dios los bendiga y muy buen fin de semana.