Vivamos la bienaventuranza de la pobreza de la mano de María

viernes, 26 de abril de 2013
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La pobreza en términos evangélicos no es un mal en sí mismo y María nos da ejemplo y testimonio. En Nazareth -dedicada a las cosas de la casa y sujeta a su marido, un trabajador, y su hijo que lo acompaña en ese trabajo en que es educado- vive como una vecina más. Se entremezcla con las cosas del pueblo y, en la sencillez del vivir cotidiano, esconde el secreto que Dios ha puesto en su corazón desde el momento de la Anunciación. La opción por vivir austeramente está determinada por la riqueza verdadera con la que Dios colma el corazón mariano. La sencillez y la pobreza están en orden a la riqueza que se esconde mucho más allá de la posesión de un bien material, espiritual o afectivo.

 

¿Cuáles son los dones y talentos que, según la expresión del Papa Francisco, hoy sos invitado a entregar, sabiendo que lo entregado a Dios, lejos de perderse, se multiplica? ¿A dónde te invita hoy el Señor a reconocer las grandes riquezas que hay en tu vida y cómo vas a hacer para ponerlas al servicio de quienes esperan -particularmente los pobres- lo que tenés para dar y ofrecer?

 

La sencillez y pobreza mariana nos educan, abriéndonos al misterio de la gran riqueza que supone la presencia de su Hijo y, a partir de allí, administrar todo lo que tenemos, para ver con qué recursos podemos vivir más dignamente en relación a ese Bien, el más grande y rico de todos, Jesús en medio nuestro. Nos hacemos austeros, sencillos y pobres para quedarnos con la riqueza que da sentido a nuestra vida y por la cual vale la pena venderlo todo y perderlo todo.

 

María viene a moldear el corazón. Desde la identidad propia de su corazón pobre, humilde, sencillo, nos pone en sintonía afectiva con su corazón entregado y ofrecido, y nos regala a Jesús, nuestra gran riqueza. Ella, habiendo nacido pobre y viviendo pobre, dejó este mundo siendo pobre, dejándonos a nosotros la gran ofrenda de su vida, Jesús.

 

Desde el punto de vista de la categoría social, podemos decir que María vivió en Israel de su tiempo en un grupo que Dios se reservó para sí como el “resto fiel”. Dios la preparó para que pudiera manifestarse en Ella la grandeza de su amor. La rodeó de este grupo de los anawin, los pobres y rescatados de su tiempo, para ser testigo del don maravilloso de Dios. Entonces, María canta la grandeza del Señor en el Magnificat, porque en Ella, el poderoso ha hecho grandes cosas. María, en el Magnificat nos entrega su corazón de Madre.

 

María nos enseña que el camino que conduce a Dios es el del desprendimiento, el abandono, la entrega y el desapego. Esto no es desinterés, apatía o que todo da igual. Dios nos educa en la persona de María a vivir como Él quiere que vivamos, con lo que tenemos y nos hace falta. La pobreza y la sencillez de la que hablamos no tiene que ver con una categoría social, sino con ordenar las cosas según lo que Dios nos pide y quiere de nosotros en la misión que nos confía.

 

María nos educa en la pobreza según el proyecto del Padre. Vivir en la pobreza es vivir austeramente, con lo que hace falta, para que uno pueda estar libre de corazón y así la voluntad de Dios se manifieste en plenitud. En el tiempo que nos toca vivir, esto parece un anti-valor, porque las personas nos autodefinimos y nos valoramos muchas veces por lo que tenemos y no por lo que somos. A la luz del Evangelio, y bajo la mirada educadora de María, los hijos valen por lo que son. Y son en la medida en que -como en Ella- se haga la voluntad de Dios. Y deben tener lo que les hace falta para ser lo que están llamados a ser. Ni más ni menos, pobres y libres de todo poseer, para que en el ser se manifieste, como en Ella, la grandeza del Señor.

 

El pueblo de Nazareth era una aldea tan simple y sencilla que los geógrafos del tiempo de Jesús no logran ubicarla en el mapa. La frase de Natanael muestra esa condición de pobreza de Nazareth: ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazareth? María pertenecía a un poblado perdido, que no gozaba de buena reputación. Su corazón sintoniza con el corazón de los hijos que viven en ese mismo estilo que Ella: los que caminan por la vida confiados en Dios. La casa de María, aún cuando sea humilde y sencilla, muestra siempre la dignidad, la limpieza, el arreglo, el decoro, el detalle. Austeridad, dignidad, vivir desprendidos y en la intimidad del vínculo con Dios es la clave para comprender el sentido de la pobreza.

 

La pobreza que tiene a Dios como única riqueza

 

Éste es el tipo de pobreza que propone María. No es dejadez, sino austeridad en la dignidad. Supone contar con lo que hace falta para hacer lo que tiene que hacerse. La pobreza es un valor relativo, es decir que está en relación a. La pobreza no se entiende sino como lugar desde donde Dios pueda explayarse en toda su riqueza. Por eso, uno se puede hacer pobre cuando se sabe profundamente rico, profundamente habitado por el poder y la grandeza de Dios. No se puede clasificar sin más a alguien como rico o pobre. Todo depende de la relación con Dios y de si lo que se posee está para la gloria de Dios. Cuando se posee para la auto satisfacción o seguridad, aún lo poco que poseemos nos empobrece. Cuando lo que tengo y lo que soy lo entiendo en función de los demás, aún cuando sea el más rico de todos en poseer bienes, soy el más pobre. De esto se trata: de descubrir que este bien relativo del tener y del ser, si está en relación a Dios y Dios está en el centro de todo, verdaderamente somos, en Dios, pobres. Cuando se nos pegan los bienes y quedamos atrapados en nosotros mismos, perdemos el rumbo. No es fácil tener mucho y compartir lo mucho que se tiene. Pero, como enseña Jesús, para Dios es posible, aunque es más recomendable el camino de la austeridad, sencillez y pobreza.

 

Dios es la razón de su pobreza

 

El secreto de la pobreza del corazón mariano es Dios. Él está firme en lo más hondo de su corazón, es su certeza y fundamento. No llora lo perdido, celebra lo poseído, María canta la grandeza de Dios.

La pobreza para María es un desapego de su Hijo, que está dedicado a las cosas del Padre. El Padre es el que marca el rumbo y ocupa el centro de la vida familiar. A pesar de la incomprensión del misterio, tiene confianza plena en Dios.

 

P. Javier Soteras