Evangelio según San Mateo 1,16.18-21.24a

lunes, 16 de marzo de
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Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.


José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”. Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado.




Palabra de Dios




 


P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betarrán. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil 



 

Hoy es una de esas lindas fechas de la Iglesia porque celebramos a San José, Esposo de la Virgen María y Patrono de la Iglesia Universal.

 

El Evangelio lo presenta como varón justo. Sin embargo creo que se puede ahondar en tres puntos decisivos de la vida de José que narra el evangelio de hoy.

 

El primero es que para José, Dios es el Dios del desconcierto. Le cambia los planes. Va por otros caminos. Cuando José, que creo no era un viejito piadoso vestido con traje cuaresmal, soñaba una vida de matrimonio con la Virgen, Dios le cambia los planes. Lo manda a segundo plano. Se entera que su esposa estaba embarazada y sabe que él no tiene nada que ver. Y decide dejarla en secreto y escandalizar a nadie.

 

Lo segundo es que ese mismo Dios del desconcierto se le revela a la vieja usanza del Antiguo Testamento: por medio de un mensajero y en sueños. José entiende entonces que lo que viene, viene de Dios y obedece.

 

Lo tercero: Se descubre él mismo depositario de la promesa de Salvación porque es él quien le pone el nombre al niño: “Jesús”, es decir, Dios salva.

 

Este lindo proceso es el que estamos llamados a recorrer todos los cristianos de alguna manera. Es decir, conocemos a un Dios nuevo, que no está a merced de nuestro capricho o a disposición de nuestros anhelos, deseos y aspiraciones. No es un Dios en función del hombre. Y esto desilusiona. Como a José. Dios sale de los planes. Dios se nos “escapa”. Dios no está a nuestra medida. Dios no es el Dios que pensábamos.

 

Muchas veces nos pasa esto. Muchas veces sentimos que Dios no nos es fiel porque nos cambia los planes. Muchas veces creemos que Dios tiene que hacer lo que le pedimos. Muchas veces no dejamos a Dios ser Dios.

 

José no se da cuenta de que lo que hay en María es algo nuevo y santo. Entonces hace lo que hace la mayoría de nosotros: se escapa. Huye. Tira la toalla. Afloja. Como Dios no entra en sus esquemas, no quiere entrar en los esquemas de Dios.

 

Y ahí lo visita el ángel. Y entonces José obedece. Hoy nos parece infantil esto de la obediencia. Además pareciera que el ángel lo retara a San José y a este no le queda más remedio que obedecer.

 

Si esto fuera así, no dejaría de ser un caprichoso. Un caprichoso obediente, pero caprichoso al fin.

 

La obediencia no tiene nada que ver con hacer las cosas ciegamente. Todo lo contrario. “Obedecer“ viene del latín “escuchar”. Es decir, que para obedecer hay que escuchar y podemos también entender “mirar críticamente”, “discernir”, “detectar señales de verdad”. Todo eso es obedecer. La obediencia infantil es la que hace caso por hacer caso. San José no. Él obedece porque escucha, mira, entiende, discierne, ama, mira críticamente, descubre renovadamente a Dios en lo cotidiano de su vida y entonces obra en consecuencia. La obediencia nunca puede ser ciega. La obediencia siempre es lúcida, es decir, luminosa. Y para que sea así, no hay que cerrar los ojos, al contrario, ¡hay que abrirlos! José es el obediente porque analiza, mira y comprende a Dios en la realidad y entonces obra, recibiendo a María como esposa.

 

Y en el culmen de todo, Dios cumple su promesa. Es José el que pone el nombre al niño. El ángel le había dicho a María que se llamaría “Emmanuel”. A José se le revela otro nombre: “Jesús”. Es decir, la desilusión de José, su conversión y su obediencia, se hacen depositarias de la promesa: ya no sólo el Hijo de Dios será un “Dios con nosotros”, sino que ese “Dios con nosotros” nos va a “salvar de todos nuestros pecados”.

 

Linda fiesta para renovar nuestra obediencia crítica y filial a un Dios que no deja de hacernos el aguante.

 

Hermano y hermana, hasta el próximo evangelio abrazo grande en el Corazón de Jesús.



Fuente: Radio María Argentina

 

 

Radio Maria Argentina