¿Nunca has oído esta frase? Es de san Ignacio en los ejercicios espirituales –como parte de las reglas de discernimiento– y la cita mucha gente, creyente y no creyente. Viene a decir que las grandes decisiones no hay que tomarlas cuando la vida se desmorona, cuando uno está atravesando una gran crisis, cuando se te tuerce la vida. Porque ahí, en caliente, a veces uno se precipita, o actúa más movido por el temor, el dolor o el impulso que por la razón, el corazón y la confianza. Ocurre mucho, en la vida. Te va mal el primer semestre, y decides cambiar de carrera. Tienes una bronca enorme con tu pareja, y en el fragor de la discusión rompes con todo. «Padre, si es posible que pase de mí este cáliz» (Lc 22, 42) «Llamo desolación […] oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a la infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor» (EE. EE., 317) Es humano que haya que atravesar épocas malas, en las que uno se queda como bloqueado. No ves un horizonte. Te falta el sentido, las ganas y hasta las fuerzas. Aquello por lo que luchas en otros momentos , se vuelve ahora insípido. Puede ocurrir en muchas facetas de la vida: los estudios, las relaciones de pareja, la vocación, la fe, el trabajo, la oración, la familia… Ante eso caben muchas reacciones. Uno puede intentar detectar si acaso algo te ha llevado a apagarte un poco. Puedes tratar de poner los medios para enderezar el rumbo, recuperar la chispa o el paso. Puedes gritar, llorar, quejarte o buscar alguien con quien desahogarte, porque no somos héroes y todos necesitamos, a veces, a alguien con quien poder caminar. Puedes apretar los puños y seguir adelante. Todo eso es posible, en tiempo de desolación. «Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42) «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación» (EE.EE., 318) Lo que es recomendable es no tomar decisiones drásticas en caliente. No optar por cambios radicales justo en el fragor de la batalla. Porque ahí, a menudo, uno anda descentrado, y los cambios pueden tener algo de espejismo, de huida y de autoengaño. Es mejor decidir con un poco de sosiego, dejar que el tiempo ayude a que maduren los planes. Es mejor poner en la balanza un poco de silencio, un poco de cabeza, y un poco de corazón. Y, acaso, pedir ayuda y consejo a otros que puedan. De otro modo termina uno sometido a la montaña rusa de lo más inmediato. Ahí, la memoria de los motivos y el futuro con sus proyectos se convierten en una ayuda enorme para no convertirse en esclavo del presente. Fuente: http://pastoralsj.org/index.php?option=com_content&view=article&id=1597&catid=24&Itemid=6&limitstart=2
¿Nunca has oído esta frase? Es de san Ignacio en los ejercicios espirituales –como parte de las reglas de discernimiento– y la cita mucha gente, creyente y no creyente. Viene a decir que las grandes decisiones no hay que tomarlas cuando la vida se desmorona, cuando uno está atravesando una gran crisis, cuando se te tuerce la vida. Porque ahí, en caliente, a veces uno se precipita, o actúa más movido por el temor, el dolor o el impulso que por la razón, el corazón y la confianza. Ocurre mucho, en la vida. Te va mal el primer semestre, y decides cambiar de carrera. Tienes una bronca enorme con tu pareja, y en el fragor de la discusión rompes con todo.
«Padre, si es posible que pase de mí este cáliz» (Lc 22, 42)
«Llamo desolación […] oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a la infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor» (EE. EE., 317)
Es humano que haya que atravesar épocas malas, en las que uno se queda como bloqueado. No ves un horizonte. Te falta el sentido, las ganas y hasta las fuerzas. Aquello por lo que luchas en otros momentos , se vuelve ahora insípido. Puede ocurrir en muchas facetas de la vida: los estudios, las relaciones de pareja, la vocación, la fe, el trabajo, la oración, la familia… Ante eso caben muchas reacciones. Uno puede intentar detectar si acaso algo te ha llevado a apagarte un poco. Puedes tratar de poner los medios para enderezar el rumbo, recuperar la chispa o el paso. Puedes gritar, llorar, quejarte o buscar alguien con quien desahogarte, porque no somos héroes y todos necesitamos, a veces, a alguien con quien poder caminar. Puedes apretar los puños y seguir adelante. Todo eso es posible, en tiempo de desolación.
«Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42)
«En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación» (EE.EE., 318)
Lo que es recomendable es no tomar decisiones drásticas en caliente. No optar por cambios radicales justo en el fragor de la batalla. Porque ahí, a menudo, uno anda descentrado, y los cambios pueden tener algo de espejismo, de huida y de autoengaño. Es mejor decidir con un poco de sosiego, dejar que el tiempo ayude a que maduren los planes. Es mejor poner en la balanza un poco de silencio, un poco de cabeza, y un poco de corazón. Y, acaso, pedir ayuda y consejo a otros que puedan. De otro modo termina uno sometido a la montaña rusa de lo más inmediato. Ahí, la memoria de los motivos y el futuro con sus proyectos se convierten en una ayuda enorme para no convertirse en esclavo del presente.