Pedro y Judas. El impulsivo y el previsor. El discípulo apasionado y el apóstol defraudado. El amigo que negó al maestro y el compañero que lo traicionó… Qué distintos y, al mismo tiempo, cuánto hay en común.
En algún momento los dos se habían dejado seducir por una propuesta que, en boca de Jesús, se convertía en irrechazable. Los dos tuvieron que optar y elegir cuando las cosas se pusieron difíciles, en esta semana que hoy nosotros llamamos santa. Y seguramente los dos vivieron ese “dolor, sentimiento y confusión” de que habla Ignacio en los Ejercicios Espirituales (EE, 193).
Porque tanto Pedro como Judas sintieron en carne propia lo duro que es fallar a aquellos a los que queremos. ¿Y quién no? Pero mientras que Pedro fue capaz de encajar esa culpa que sana, Judas se quedo atrancado en aquella otra culpa que mata. Pedro aprendió que no era el héroe infalible que creía ser; y ahora, más consciente, más humilde, supo que en su debilidad tenía cabida la grandeza de Dios. Judas decidió que lo que había hecho no tenía perdón; y no supo perdonarse lo que probablemente sí le habría perdonado Dios.
También a nosotros se nos clava una y mil veces el aguijón de la culpa. ¿Dejaremos que el Señor lo sane con su resurrección?
Fuente: Espiritualidad ignaciana