Evangelio según San Juan 6,44-51

miércoles, 22 de abril de
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«Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios.


Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna.


Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera.


Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá 


 

Palabra de Dios



 


P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil



“Yo soy el Pan de Vida”. Con estas palabras el mismo Jesús nos da a entender otro rasgo fundamental de su vida y de su misión. Él es el que es capaz de satisfacer nuestra hambre.


Porque el mundo entero tiene hambre. Muchísimos, pero muchísimos, tienen hambre de pan. Más de la mitad de la humanidad pasa hambre. Y somos 7 mil millones los que caminamos diariamente este mundo de esperanza y de dolor.


Es verdad que muchos de los que hoy escuchamos esta Palabra de Vida, yo mismo que me siento a pensar y escribir sobre el evangelio, posiblemente no tengamos hambre de pan. Que tengamos todas nuestras necesidades satisfechas. Que vivamos bien. Sin embargo también tenemos hambre. Hambre de sentido para nuestras vidas. Hay muchos que sólo tienen pan. Como ese hombre que era tan pobre que lo único que tenía era dinero. Todos llevamos en nuestro corazón un hambre, un ansia, un deseo que grita y clama por ser saciado. Y descubrimos a la misma vez que necesitamos saciarlo. Calmar el hambre de sentido que tenemos por el mero hecho de ser hombres.


Cada uno ensaya maneras de saciar el hambre,  de encontrar sentido. Están los que se llenan de cosas: acumuladores compulsivos de cosas, o de afectos, o de vínculos, o de dependencias. Los que “guardan por las dudas” y con esto quieren ganarse la seguridad. Están los que se atragantan de tecnología: todo el día conectados y corriendo atrás de la última novedad informática. Los que no ven la hora que sea jueves para empezar “la gira” del fin de semana y salir todos los días, acostarse con quien sea, olvidar penas bajo el pretexto de “alegrarse un poco” en los vaivenes erranantes de la botella de cerveza o de ferné. Los que trabajan y se olvidan de amar. Los que van al gimnasio para “tallarse el cuerpo perfecto” o viven de shopping, en peluquerías y centros de estética, pensando que la belleza es algo que viene desde afuera y que en realidad no se dan cuenta que nos brota desde lo más dentro. Los que necesitan “narcotizar la vida” porque es demasiado aburrida, o porque tengo heridas en el alma que no puedo de ninguna manera sanar. O porque estoy solo y no puedo compartirle mis penas y dolores a nadie. Porque no tengo con quien hablar.


Hoy consumimos. Lo que sea. Comida, bebida, alcohol a granel, trabajo, informática, relaciones, sexo, amistades, cultura, ocio, deporte, cine, literatura, arte. Todo a la mano. Todo objeto. Todo consumo. Hoy consumimos de todo. Pero me pregunto: ¿de qué nos alimentamos? Mientras consumamos en vez de alimentar, siempre nos vamos a quedar con hambre; siempre vamos a tener sed. Mientras sigamos evadiéndonos de nosotros con miles de excusas para escaparnos y no afrontar la verdad, siempre vamos a quedar pagando.


Hoy Jesús nos invita a alimentarnos de Él; de su Palabra, de su Vida, de los sentimientos profundos de su Corazón, que hacen, en virtud de su Pascua que no nos guardemos la vida como algo que hay que reservarse celosamente, sino que la podamos entregar por amor; que nos podamos jugar la vida por amor y por algo que nos sacie de veras el ansia profunda y bella de libertad que anida en el corazón de cada uno de nosotros. Que podamos vivir “con sentido”, y no “consentidos”. Que podamos dar pasos de libertad. Para hacer silencio y descubrir la originalidad que somos, palpar este barro del que estamos hechos y llamados a andar.


Y después sí. Mientras nos vamos saciando, salir seguir encontrándonos con nuestros hermanos, porque en ellos también vive Jesús Resucitado. Y junto a ellos, lograr que sacien su hambre. Incluso aquellos que luchan día a día por conseguir un pedacito de pan.

 

Dios me sabe a pan, no que se guarda, celoso y rancio, sino que se parte, reparte y comparte con todos, para que nadie quede afuera de la fiesta y del encuentro.

 

Abrazo en el Corazón de Jesús y hasta el próximo evangelio.  


Fuente: Radio María Argentina


 

 

 

Radio Maria Argentina