“Muchas veces me he encontrado en los hombres del Hogar, ese nivel de comunicación honda que brota en ellos de ese lugar en que su pobreza tocó fondo, y en donde Dios (que se oculta a sabios y prudentes) se revela.
-¿Me da una bolsita?-Con todo gusto. ¿Qué más?-Eso solo; el resto me lo da el de arriba.
-Sabe, Padre, hoy me dio de comer en la boca.-Así, ¿cuándo?-Hoy, en la misa, ¿no se acuerda? Usted me dio la comunión.
-¿Cómo van tus cosas?-Bien, gracias a Dios y a todos los que él tocó.
-La vida es como un colectivo, sabe. Uno tiene una cabecera de salida y otra de llegada. En el camino tiene que ir haciendo paradas, detenerse. En esas paradas sube y baja gente. En algunos momentos va lleno y en otros va vacío. Pero todo eso hay que aceptarlo como parte del recorrido. Si uno no para, si no sube o baja a nadie, si no experimenta el lleno o el vacío, es que uno está fuera de línea.
-Hay una persona a la que tengo mucho que agradecerle, que me hizo comenzar todo este proceso que yo estoy haciendo, y es la que me ayudó a descubrir “la diferencia”.
Al hablar con ellos, uno percibe que hablan desde una experiencia que está más allá de lo superficial y aparente. Quizá porque eso mismo es lo primero que su situación les despojó. Y como ya no se detienen hipnotizados por las cosas, son capaces de llegar desde las cosas más simples a la hondura donde las cosas se cargan de sentido: a la presencia de Dios.
De sus diálogos simples, directos y sabios, está salpicado el Evangelio. Son los mejores interlocutores de la Palabra hecha carne, desde su propia carne hecha palabra. Y así, nos enseñan las expresiones más lindas con las que llegar con certeza al corazón de Dios.
Ellos son los que mejor nos pueden enseñar a comunicarnos a otro nivel entre nosotros. Y ese otro nivel de comunicación es el de la sabiduría. Una sabiduría aprendida a partir de recibir, aceptar y madurar la situación que, en el momento presente, toca vivir. Esto sólo es posible, si se es capaz de mirar la realidad junto con el mismo Dios que nos acompaña en ella.
Este nivel de comunicación que ellos nos enseñan se caracteriza por ser humilde. Es fruto de lo que se recibe y acepta. Cuando decimos esto, no estamos hablando de la actitud comodona y desesperanzada del que se instala en lo que llama “destino”, sino la actitud valiente y cargada de esperanza del que con inquietud y paciencia transforma de modo artesanal lo que Dios pone en su mano, aún la propia pobreza.
Cuando un hombre descubre en su pobreza ante los hombres, su riqueza ante Dios, no sólo empieza claramente un camino de dignidad que lo hace superar su situación de pobreza, sino madura hondamente su calidad como persona.
A este nivel de comunicación sabia, humilde, artesanal y madura, deberíamos agregarle el calificativo de cotidiana. Pues el que se descubre rico a los ojos de Dios, aprende a ver cómo se detienen esos ojos en las cosas más simples de cada día.
Cada día, Dios se cruza con ellos a través de muchas personas que le hacen conocer su amor. Y así caminan, de posada en posada, de corazón en corazón, de bendición en bendición. No sólo recibiendo, sino buscando esa comunicación honda donde hallan contención y cobijo, en medio de la intemperie en la que viven. Y así, donde los ojos de los hombres no suelen ver, ellos son en medio de una sociedad incomunicada, los mejores puentes de comunicación.
Muchas veces se escucha que a los pobres hay que “socializarlos”, pero no se comprende que si están “dessocializados” es porque la sociedad está “deshumanizada”, y seguramente quienes pueden ayudar a humanizarla, a recuperar ese nivel de comunicación hondo propio de lo humano, son precisamente los pobres.”
Javier Albisu