Detrás de la soledad

sábado, 31 de octubre de
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En las cartas que con frecuencia me escriben amigos desconocidos son muchos los que terminan confesándome que viven en una dramática soledad. Y me impresiona comprobar que la mayoría añade esta frase: «Estoy solo porque nadie me quiere.»

 

A todos estos amigos yo les contesto con un mismo diagnóstico: Si usted, al comprobar su soledad, se pregunta: ¿cuántos me quieren?, probablemente no saldrá usted nunca de la soledad. Para vencer la soledad hay que formularse otra pregunta. ¿a cuántas personas quiero yo? Por ahí, comenzando a dedicarse a amar a otros, en lugar en angustiarse mendigando ser querido, puede tener una cura la soledad.

 

No estoy diciendo -no sería justo generalizar- que todos los solitarios sean egoístas y que se hayan ganado a pulso su soledad. Conozco la sucia ingratitud de muchos hombres y sé que hay soledades inmerecidas. Pero, en todo caso, sigo creyendo que si uno se obsesiona por «ser querido» y se olvida de «querer», las posibilidades se multiplican.

 

Y es que, aunque parezca mentira, el corazón no se llena cuando uno es querido, sino cuando se tiene mucho amor que repartir. Los grandes hombres que han amado a la humanidad han tenido tanta gente que amar y ayudar que no han tenido ni tiempo de sentirse solitarios. Lo normal es que nos sintamos solitarios cuando, antes, hemos comenzado por estar vacíos. Todo esto es un poco duro de decir, pero creo que hay que decirlo. Porque sería horrible que nos pasásemos la vida acusando a los demás de que nos olvidan cuando, tal vez, hemos sido nosotros quienes hemos empezado por olvidar a los demás.

 

Incluso, si se me permite, yo añadiría que, hasta desde el punto de vista de la eficacia, amar resulta «rentable». Ya, ya sé que no hay que amar «para» que nos amen. Amar es ya, de suyo, suficiente premio. Pero es que resulta que también cuando uno ama mucho, a la corta, o más bien a la larga, termina siendo amado.

 

Con esto, vuelvo a decirlo, no ignoro la ingratitud humana. Pero creo que, a pesar de todo, lo normal en los humanos es reconocer el amor que hemos recibido. Puede que en la adolescencia esto sea menos visible, porque todo joven -al necesitar -reafirmar su personalidad- tiende a infravalorar las ayudas que ha recibido.

 

Pero creo que son muchos los seres que acaban por reconocer y devolver el amor que han recibido. No todos, desgraciadamente. Recuerdo que cuando Jesús curó a diez leprosos, sólo uno volvió a agradecérselo. Pero, al menos, hubo uno. Y Jesús se alegró de comprobarlo. Por eso me parece que si uno ama a diez o a ciento tiene garantizado, al menos, el agradecimiento de uno o de diez. Y sé que a jesús le abandonaron casi todos a la hora de la cruz. Pero sé también que incluso los cobardes reaccionaron después y acabaron amándole hasta dar su vida por El.

 

Hoy sigue pasando lo mismo. Los que aman, recogen amor. Y aun en la hipótesis de que no lo recogieran, siempre tendrían la alegría de haber sido útiles a otros. Y quien es útil a muchos, o no experimentará la soledad, o tendrá, cuando menos, una soledad sonora y fecunda. Que ya no será una verdadera soledad.

 

 

José Luis Martín Descalzo

en Razones desde la otra orilla

 

Milagros Rodón