Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.”
“Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí.”
El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento.”
Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen.”
“No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán.”
Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán.”»
Lc 16, 19-31
P. Sebastían García Sacerdote del Sagrado Corazón
Seguimos caminando este tiempo de cuaresma y nos encontramos hoy con este relato del Evangelio en donde Jesús nos habla de la figura de dos personas: una tiene nombre propio y es el pobre Lázaro; y otro es una persona rica, un rico de la época de Jesús.
Lo cierto es que tres características fundamentales son las que tiene Lázaro en su vida: la primera es que estaba tirado a la puerta del rico. Es decir, que no tenía un lugar ganado, no tenía un lugar propio, no tenía un lugar específico en la sociedad, sino que era un marginal, un sobrante, una persona que estaba a expensas de la vida de otra y que -sin poder acomodarse- había buscado refugio en lo que van hacer las migajas de la persona que vive en la casa.
Que se relaciona con el segundo punto: es una persona que no solamente vive en la puerta sino que come lo que sobra. Para decirlo de una manera real: que come lo que el rico tira, lo que al Rico le sobra. Porque en su superabundancia ya no usa, ya no necesita, ya no precisa y saca de la casa. Y entonces ahí cuando Lázaro aprovecha para satisfacer alguna de sus necesidades: en saciar un poco su hambre saciar su sed.
Pero también sucede sin embargo lo peor que sufre el pobre Lázaro: no es sólo estar tirado a la puerta y no es sólo comer las sobras del rico sino pasar inadvertido. Una vez hablaba con un hombre en situación de calle y yo le preguntaba acerca de su vida y él me decía: “Mire Padre… lo que a nosotros nos duele no es tanto el tema de comer o de beber algo o de poder arroparnos a la noche para pasar el frío porque algo conseguimos siempre. Sí lo que más nos mata a nosotros es pasar inadvertidos porque nadie se fija en nosotros…”
Es una característica muy propia también de esta sociedad en estos días de hoy: esto de que muchas personas parece que son invisibles. Parece que nosotros pasamos de largo, parece que incluso muchas veces no los queremos ni mirar y de a poco se van confundiendo con el paisaje y de a poco se confunden con las paredes, con los callejones, con las avenidas y nos olvidamos incluso que son seres humanos. Tiene mucho que ver con aquello que nos recuerda el Papa Francisco como actitud negativa de vida y que se llama “globalización de la indiferencia”. Parece que estamos metidos en un mundo donde somos indiferentes al que sufre, al pobre, al que tiene necesidad de mí. Al que está pasando por un mal momento y tan sólo necesita una palabra de consuelo. Un mundo que también parece que está encerrado en sí mismo y vomita vértigo y vorágine permanentemente y cree que puede satisfacerse a sí mismo a costa de otros hermanos que incluso los oprime generando cada vez más marginación.
Y lo tercero también que tiene que ver con esto es el “triunfo del prejuicio”: uno inmediatamente piensa en el pobre Lázaro y se imagina: “por algo será…”; “algo habrá hecho…”; “alguna decisión tomó en su vida que lo llevó a estar determinada manera…” Y nos olvidamos de que todo eso es tangencial; que no es del todo importante a la hora de ponernos a pensar la realidad de nuestra vida y del sufrimiento sobretodo de nuestros hermanos.
Creo que el evangelio es una oportunidad para revisar el corazón y también para revisar nuestra caridad. Caridad que no significa dar lo que a mí me sobra. caridad que no significa dar las sobras. Caridad que no significa un “yo que estoy arriba” para dar a alguien que tiene o no tiene y “que está abajo”, que precisa y que yo de alguna manera me siento importante porque doy -justamente porque hay alguien que recibe- Caridad cristiana que es solidaridad porque se hace encuentroy encuentro de dos personas para enriquecerse mutuamente aportando cada uno lo que tenga.
En esta cuaresma que muchos hermanos no pasen inadvertidos o indiferentes ante nuestra mirada y que podamos vencer prejuicio. Que no nos hagamos la pregunta de “qué pasa si lo toco”: qué pasa si hablo, qué pasa si tengo un gesto de ternura o de misericordia con esa persona porque seguramente me voy a sorprender.
Dejémonos sorprender por la misericordia por la ternura y por la grandeza de un Dios que no se deja ganar en generosidad.
Hermano y hermana te abrazo desde lo más hondo del Corazón de Jesús y será hasta el próximo Evangelio.