Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: “Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios”.
Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: “Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul.
Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Palabra de Dios
P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil
El evangelio de hoy nos deja entrever la gran diferencia que se produce entre Jesús y los incrédulos, los que piden un signo, los que piensan que expulsa demonios porque Él mismo es un demonio.
Se marcan así con vehemencia las dos líneas fundamentales que se trazan en todo el relato: Jesús, a favor de la vida, la integración, la salud, la comunión; y “los negadores”, a favor de la muerte, el desánimo y la disgregación.
El actuar de “los negadores”, (permítanme que así los llame) es completamente coherente con su creer más hondo: demonizar cuando algo lindo, bueno y sano no es hecho por ellos mismos. Son sembradores de la duda. Son los que forman ghetos ensimismados para regodearse en sí mismos y mirarse el propio ombligo. Son los que no pueden mirar más allá.
Jesús acaba de hacer un signo portentoso: expulsa un demonio mudo. Esto tiene un poder simbólico enorme. El mudo, que podemos pensar también que era sordo, es una persona que se mantiene al margen de la vida de la comunidad. Es el que no tiene voz. Es el que no puede opinar. Es el que no puede decir, pronunciarse, compartir, debatir, participar. Está excluido de la vida de la comunidad. Es un periférico absoluto. La vida cotidiana le pasa por el costado. Es como si el mundo le dijera casi con una falsa lástima: “mirá hermano… la cosa es así…” Jesús se rebela contra todo esto. Y revela un Dios distinto: nuestro Abbá incluye, da voz, libera, da fuerza propia para pronunciarse, para hablar, para reclamar, para agradecer y para compartir. Que el mudo recupere el habla significa que hay uno más que entra en comunión y no se queda más afuera, no mira más el mundo desde lejos sin poder opinar o hacer algo.
“Los negadores” entonces no pueden soportar esto. No pueden creer en un Dios que sea patrimonio de todos y que además incluya e integre a los que por diferentes circunstancias de la vida se han quedado sin voz y al margen del camino. Y en vez de alegrarse, integrarse, creer y dar gracias, hacen todo lo contrario: acusan. Y lo acusan a Jesús de ser partidario de un ser de muerte como Belzebul, Príncipe de las Tinieblas. El mecanismo de “los negadores” es muy común: hacen creer que en realidad son los otros los que están equivocados y le imputan al otro su propio mal y pecado. En definitiva, para los negadores es más fácil creer que por algún pecado o situación de la vida el mudo se merecía ser mudo, se merecía estar marginado, “algo habría hecho” para tener que soportar tal maldición. Les resulta más fácil creer en un Dios que ata que en un Dios que ama, sana, salva y libera. Por eso no pueden creer en Jesús. Por eso lo acusan de ser demoníaco a Jesús.
Hoy en día, “los negadores”, que también están afuera de la Iglesia Católica, se van a empeñar en seguir justificando pobreza, maldición, marginación y explotación. Van a seguir encerrados en sí mismos sin animarse a creer. Muchas de las cosas van a decir que las hacen en nombre de Dios. Claro está, no del Dios de Jesús.
Vivamos entonces nosotros del lado de vida, del lado de la comunión, del lado de la integración del otro, del raro, del distinto, del que muchas veces no es como nosotros. Pero que Jesús ama con locura y nos llama a nosotros a hacer lo mismo.
El mundo está harto de “negadores”. Hagamos historia. Pongámonos del lado de la Vida.
Hermana y hermano, abrazo en el Corazón de Jesús y hasta el próximo evangelio.