Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”.
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”. Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”.
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.”
Palabra de Dios
P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betarrán. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil
¡Muy Feliz Pascua para todos!
Durante toda esta semana de octava pascual y durante 50 días tenemos la posibilidad de seguir ahondando en el misterio de la Resurrección de Jesús.
El evangelio de hoy nos presenta la parte final del relato de los discípulos de Emaús y cómo éstos, que reconocen a Jesús en el gesto imborrable de la Eucaristía, se encuentran con los demás discípulos. Unos y otros se alegran y se transmiten lo que les pasó: todos se han encontrado con Jesús.
Incluso después Jesús se les aparece y se muestra tal cual es: varón resucitado, hombre completo y total; nada de ángel, todo de hombre.
Y la palabra final es la que en definitiva va a resumir todo el acontecimiento. “Ustedes son testigos”. Esta palabra es la que vuelve a resonar hoy en nuestros corazones: somos testigos.
Nosotros somos testigos de la Resurrección de Jesús. No solo por el testimonio bíblico, sino por la misma acción de Dios en nuestros corazones, en nuestra vida, en nuestra realidad. El testigo es alguien que vio algo, que hizo experiencia de algo, que algo le pasó; y entonces puede hablar, decir, comunicar y transmitir eso que vivió. Por eso también somos testigos: porque tenemos la capacidad de poner de manifiesto las cosas que Dios ha obrado en Jesús y por la fuerza del Espíritu en nuestra vida.
Este es el centro de la Pascua: Jesús vence definitivamente el poder de la oscuridad, el mal, el pecado y la muerte con la fuerza de su Resurrección. Pascua significa que la muerte no puede de ninguna manera ser el destino inexorable al que se dirigen todos nuestros destinos. Pascua significa que para todos, hay esperanza, hay motivos, hay salvación. Y de esto también somos testigos. Todo esto que acabamos de celebrar en Semana Santa es lo que ocurre con nuestra vida. ¡Jesús muere y resucita por mí! El amor de Dios no es genérico: Jesús encara el misterio de su Pascua por amor a mí. Su amor es personal. Él se detiene y lo hace por amor a mí. Yo soy importante para Dios y nada de lo que me pase en la vida a Dios le es indiferente. Jesús se juega la vida por amor a mí. Por mi salvación. Por mi liberación. Para que yo tenga vida y vida en abundancia.
Y frente a esto, entonces, qué decir, qué hacer… Si de veras creo que Jesús muere y resucita por mí y yo soy testigo de todo esto, no me lo puedo guardar. No lo puedo esconder. No puedo privar al mundo, a mis hermanos y a la Iglesia del privilegio de mi testimonio. Si no grito que todo esto es verdad y Jesús es de veras, de una vez y para siempre, Señor y Salvador de mi vida, soy un egoísta, soy injusto, soy totalmente autorreferencial.
No lo me lo puedo quedar solo para mí. Lo tengo que gritar con mi vida. Y eso es el testimonio. Quizás sea hablar, pero fundamentalmente hacer: salir al encuentro del otro, buscar al que está solo, visitar al enfermo, optar por los pobres, los marginados, los excluidos y los explotados de hoy. Para ellos también es la Pascua de Jesús. Especialmente en este Jubileo de la Misericordia.
No privaticemos la alegría de la Resurrección de Jesús. No privemos al mundo de la alegría de la Pascua. Hay vida para todos. Incluso para aquello que el Sistema nos dice que su vida no vale.
Seamos testigos de la Pascua de Jesús. Su amor nos impulsa y no podemos callarlo.
Vos… ¿te vas a guardar tanta alegría para vos solamente en el fondo de tu corazón…?
Pensalo. Quizás encuentres un hermano que precisa un pedacito, por pequeño que sea, de esa alegría.
Hermano y hermana, vivamos la alegría de la Pascua. Te abrazo muy profundamente en el Corazón de Jesús y si Dios quiere, será hasta el próximo evangelio.