Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»
Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo.» Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El te llama.» Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?»
El le respondió: «Maestro, que yo pueda ver.» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
Palabra de Dios
P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám
El pasaje del Evangelio que leemos hoy es el encuentro de Jesús con Bartimeo, este ciego que está al costado del camino, que está tirado, que está abandonado, que vive a la buena de Dios, que vive con cierta marginación y que lo único que tiene -nos cuenta la lectura- es un pequeño poncho, donde hace las veces de casa, de lugar para estar para vivir, de techo, de baño, de todo. Bartimeo siente, escucha, percibe de una manera que viene una gran multitud y se inquieta preguntándose quién es esa persona que viene.
Le dicen que Jesús e inmediatamente se pone a gritar y ahí aparece el primer grupo de personas que son los Negadores, los que no quieren Bartimeo se encuentre con Jesús; que piensa que el lamento de los pobres y los marginados, de los que están al costado del camino, molestan y entonces también lo van a molestar a Jesús. Y piensan que Jesús no vino para ellos sino que vino justamente para los que está sanos o para los que pueden recibir directamente su mensaje. Son los Negadores de siempre, los negadores de vida, los negadores de libertad, los negadores de que haya posibilidad de que alguien, aún al costado del camino, aún al costado de la vida, aún al costado de toda la existencia, pueda encontrarse con Dios.
Todo esto no le pone un impedimento a Bartimeo que empieza a gritar más fuerte. Y tan fuerte vida que Jesús y los más cercanos lo escuchan. Y aparece el segundo grupo que no es el de los Negadores sino el de los Optimistas que van y le dicen: “Ánimo, levántate, Él te llama”. Bartimeo arroja su manto se pone de pie y se encuentra con Jesús. Jesús le hace la gran pregunta: “¿qué querés que haga por vos?” Y Bartimeo le dice que quiere ver. Ese querer ver de Bartimeo evidentemente no es un ver físico solamente, no es que le devuelve la vista. Es un querer poder abrir los ojos para ver qué es lo que está ocurriendo, y quién es este Jesús de Nazaret. Ocurre el milagro: Bartimeo, que había arrojado su ponchito, su manto, ve y se pone a seguir a Jesús por el camino.
Lo cierto es que este relato del Evangelio de alguna manera manifiesta dos dimensiones: la primera es la vocacional y es que narra de alguna manera la vida de todos nosotros. Todos nosotros, en algún momento hemos sido como Bartimeo, hemos estado al costado del camino hemos estados sin ver, hemos estado privados de la vista, hemos estado encerrados en nosotros mismos, hemos estado al margen de la existencia. Porque hubo una época en que no conocíamos a Jesús. Una época en la que no éramos tan amigos de Dios siendo que Dios siempre ha sido nuestro amigo. El relato de Bartimeo es un relato que aplica a cualquier cristiano, a cualquier discípulo o discípula de Jesús que hoy por hoy quiere verdaderamente pisar dónde ha pisado Jesús y seguido de cerca sus huellas.
Nos habla de que Jesús nos ha hecho ver y nos ha hecho ver no sólo, como decíamos antes en una dimensión física, sino que nos ha hecho ver con libertad, para que viendo con libertad, seamos verdaderamente libres y vivamos con libertad.
La segunda parte que nosotros que somos seguidores del camino y que quizás ya no estamos tan parecido a Bartimero al costado o marginados, sí vemos que hay muchos hermanos que lo están. Vemos cómo hay hermanos que están privados de su libertad y no necesariamente están en cárceles, cómo están excluidos incluso de la Iglesia, cómo sienten que son amados o piensan que Dios no lo quiere o piensan que Dios no los escucha, piensan que Dios no tiene absolutamente nada que ver con ellos. Y están ciegos, tirados, marginados, muchas veces por una marginación que nosotros mismos y nuestras estructuras de poder tanto eclesiales, civiles han producido. Éstos necesitan un anuncio salvación. Pero claro queda en nosotros, que somos la Iglesia ver de qué lado nos queremos poner: si de los negadores, es decir el grito de los hermanos que están sentados y tirados como sobrantes al margen del camino, me molesta a mí entonces pienso que le va a molestar a Dios y con ellos no quiero saber nada y pienso que Dios no quiere saber nada, por eso entonces me desentiendo. O me pongo del lado de los optimistas de la vida, me pongo del lado de los seguidores de Jesús, me pongo del lado de aquellos que son verdaderamente discípulos y salen al encuentro y le dicen “ánimo, Dios te ama” Lo primero que brillas a los ojos de Dios no es tu condición de pecador sino de hijo querido y amado por Él. Dios te es fiel y Él ahora te está llamando y de la misma manera que nos cambió la vida a todos nosotros hoy te la quiere cambiar a vos.
Hermano y hermana que seamos Iglesia de optimistas y militantes de la vida, que vayamos anunciando buenas noticias, sobre todo a los que sienten la vida y las fe más amenazada, a los que están tirados al costado del camino, a los que la vida muchas veces les es despreciada, a los que son más manchados, tachados de impuros, perseguidos, alejados de Dios por algo que les ha pasado en la vida o por su conducta; o tan sólo por una presunta reputación o tan sólo por su cara, su barrio, manera de vestir…
Que Jesús nos regale un corazón siempre semejante al suyo donde nadie se quede afuera sino que estemos todos adentro.
Te mando en este Corazón de Jesús un abrazo muy fuerte y será si Dios quiere hasta el próximo Evangelio.