Evangelio según San Lucas 11,5-13

miércoles, 5 de octubre de
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Jesús dijo a sus discípulos: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle’, y desde adentro él le responde: ‘No me fastidies;ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos’.

 

Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

 

Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”.

 

 

Palabra de Dios

 

 

 

 

 

En la época de Jesús la casa tenía un solo ambiente es decir que cuando se disponían para ir a descansar a la noche, guardaban abajo el rebaño, los animales, preparaban toda la casa y arriba, en un solo lugar, en una sala común que se hacía las veces de comedor y también de sala de encuentro se acostaban todos y dormían. Por eso puede ser chocante la negativa de esta persona ante el pedido del amigo: “estamos todos acostados, no puedo darte este pan porque significa pasar por encima de toda la familia, pasar también por entre medio los animales, ir a ver la puerta…” Era toda una incomodidad.

 

Sin embargo siempre me pareció que como Iglesia entendimos el Evangelio al revés. Es decir, se piensa que el que está acostado, dispuesto para descansar, con todo ordenado y que en primera instancia se niega a conceder el pedido del pan medianoche, es Dios. Y que nosotros somos ese amigo insistente, que golpea la puerta una y otra vez. Y llega un momento que se gana por cansancio. Tanto le golpeamos a Dios la puerta que al final Dios, por la insistencia decide concedernos aquello que nosotros le estamos pidiendo. Me parece que es una equivocación grande la que se comete cuando interpretamos así este pasaje del Evangelio. Porque para mí en realidad hay que invertir los personajes. Es decir el que está adentro, con todo acomodado, con todo dispuesto, con todo ordenado y ya yéndose a dormir buscando esa paz y esa seguridad y quizás ese confort que puedes llegar a dar el descanso la noche somos nosotros. Somos cada uno de los cristianos. Somos cada uno de los hombres de buena voluntad que caminamos a diario los caminos de este mundo. Y el amigo insistente, el que viene a golpear la puerta, es Dios. Dios es el que golpea la puerta del corazón. Dios en Jesús es el que viene y se hace justamente “amigo insistente” que viene a desinstalarnos, que viene en un tiempo que no parece propicio, a medianoche y nos pide algo para poder compartir. ¡Ese es Dios!

 

Nosotros no somos lo que le golpeamos a Dios la puerta para que por hartazgo Dios nos termine concediendo casi de un modo caprichoso aquello que le pedimos. ¡Es al revés! Es Jesús el que está golpeando la puerta de nuestro corazón. Es Jesús el que está golpeando la puerta de mi vida y es Jesús el que está pidiendo algo mío para ser compartido con los demás: un pedazo de pan.

 

La primera versión nos hace pensar que Dios es un Dios caprichoso y es un Dios que no tiene nada que ver con ser humano. Y es un Dios al que no sólo estamos a merced y que tenemos que rezarle y rezar significa insistir, insistir, insistir. Y en el colmo de existencia Dios como que ya no se aguanta más y entonces nos concederá esa cosa. Es una fe infantil. Es una fe que nos muestra un Dios que no vale la pena de ser creído. Es un Dios que en definitiva nunca ha existido para los cristianos.

 

El verdadero Dios aquel que viene, se acerca y que golpea la puerta de tu corazón, la puerta de tu vida, la puerta de tu historia. Y por más acomodado que estés, por más dispuesta que tengas las cosas en tu casa y por más seguridad que estoy buscando, querés abrirle las puertas.

 

Porque es Jesús el que golpea. Es Jesús el que llama, invita. Es Jesús que pide algo tuyo para darle a otro y poder compartir en definitiva en comunidad.

Hermano y hermana, quizás este momento Jesús te está golpeando la puerta de tu corazón. Quizás es ese “amigo insistente”. Quizás se presente no en el mejor tiempo o en el tiempo oportuno. Pero… ¿no le vas abrir la puerta? ¿Te vas a negar a que quiera entrar para pedirte algo y ponerlo en común con los demás, con tus hermanos..?

 

Hasta el próximo evangelio y un fuerte abrazo en el Corazón de Jesús.

 

Radio Maria Argentina