Evangelio según san Mateo 4, 12-17. 23-25

miércoles, 4 de enero de
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Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
“¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,
camino del mar, país de la Transjordania,
Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz;
sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte,
se levantó una luz”.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar:
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.»
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.

Palabra del Señor

 
 
 
 

El evangelio de hoy tiene como centro este mensaje fundamental de Jesús: “Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca”. En la Iglesia es muy común hablar de la conversión. Sin embargo, nosotros nos podemos preguntar qué es lo que significa convertirse.

Lo primero que tenemos que decir es que convertirse significa por sobre todas las cosas “cambiar la mentalidad”. Cambiar la mentalidad porque significa no seguir viviendo según nuestros propios criterios sino bajo los criterios propios de Jesús y con el estilo propio de Jesús de Nazaret.

Muchas veces, en nuestra vida, conjugamos las palabras con el “me”: lo que “me” gusta, lo que “me” hace bien, lo que “me” cabe, lo que “me” satisface, lo que “me” hace feliz. Y en realidad la invitación de Jesús pasa por no pensar sólo en uno mismo sino empezar a pensar en los demás, en el que tengo al lado y sufre necesidad y que su presencia me compromete, para que encuentre en él un motivo para amar y servir.

Convertirse significa también cambiar el corazón. Hacer un proceso lindo de poder examinar la conciencia no solamente en los actos o en las cosas malas que uno puede llegar a cometer, sino fundamentalmente en aquellos lugares en los que Dios está presente y en aquellos en lo que no. Tocar de alguna manera esos lugares de sombra de nuestro corazón donde la Ternura y la Misericordia del Dios hecho hombre no han llegado. Animarnos a palpar esos “conos” de sombra que todavía nos supimos entregarle a Jesús, que es nuestro Dios, que es nuestro Rey, que es nuestro Salvador, para que Él los transforme con su Ternura y su Misericordia.

Convertirse es en definitiva todos los días dejar de lado nuestros propios criterios y nuestros propios comportamientos para empezar a tener los sentimientos del Corazón de Jesús y jugarnos la vida por amor.

Que ese sea nuestro compromiso, para ser una Iglesia de discípulos misioneros, que sea por sobre todas las cosas creyente, pero más que nada, creíble.

Hermanos y hermanas, los abrazo muy fuerte en el Corazón de Jesús y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio

 

Radio Maria Argentina