Evangelio según san Marcos 3, 7-12

miércoles, 18 de enero de
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Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.

 

Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

 

 
Palabra del Señor

 


 

P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám

 

El evangelio de hoy nos puede parecer una página más del Evangelio de Marcos, donde nos cuenta que Jesús se retira con sus discípulos a la otra orilla del mar, que va acumulándose cada vez más gente que lo está haciendo desde Galilea y que gente de otros lados o de otras regiones se enteran de este fenómeno Jesús de Nazaret empiezan a seguir. Quieren verlo. Quieren escucharlo. Algunos se van a arrojar a sus pies aunque sea sólo para tocarlo y ver si pueden obtener así el don de la curación.

 

Sin embargo hay un dato peculiar en el evangelio de hoy. Y es que la confesión acerca de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios no la hacen los hombres sino que lo hacen los demonios. Es decir las enfermedades, todo eso que divide el corazón del hombre, toda vez que enfrenta al hombre con Dios, esos son los demonios; no es una persona roja con cuernos, tridente y cola. Es el mal qué hay en el corazón. Ellos son los que reconocen a Jesucristo como Hijo de Dios.

 

Entonces creo que el evangelio de hoy nos puede iluminar nuestra vida en ese sentido: mucha gente sigue a Jesús por lo que él hace. Pero muchos quizás no lo siguen por quién Jesús es. Jesús no es un sanador Jesús, no es un remediador de situaciones catastróficas de la vida, Jesús no es un tipo “buena onda” qué anda caminando, tirando también “ondas de paz y de amor” queriendo un mundo nuevo y renovado. Jesús no es un simple hombre. Esta confesión de fe es fundamental para nuestra fe católica. Porque si no cortamos a Jesús al medio. De alguna manera nos quedamos con esa vertiente más humana de Jesús-hombre, que verdaderamente comparte esta condición, pero que le quita todo lo que tiene de Dios. Y que justamente es que sale el del seno del Padre y se encarna en el vientre virginal de la Virgen María. Y eso celebramos hace muy poquito tiempo en el misterio de la Navidad.

 

Jesús es hijo de Dios. Y es una parte que nosotros no podemos obviar: el mismo Jesús que hace los milagros es el mismo Jesús qué muere en la cruz, es el mismo Jesús que resucita perdonándonos a todos nosotros nuestros pecados y reconciliándonos con el Padre.

 

Esto de alguna manera puede prevenir nuestra fe, no sea que nos quedemos buscando los milagros de Dios y caiga en el olvido el Dios que hace milagros.

 

Que nuestro interés por Jesús sea por su vida, por quién es y no solamente porque hace un signo o nos bendice de alguna manera o nosotros sentimos en nuestra vida de diversas maneras su paso. Lo especial de Jesucristo es que es Nuestro Señor y Salvador. Y esta es la confesión más linda que podemos hacer. Y eso lo hacemos porque justamente él es el Hijo de Dios, el Hijo de Dios que se hace hombre.

 

Entonces quedarse solamente con esa fe que busca a Jesús para obtener algún tipo de beneficio personal -mucho menos en clave de pensar la vida en éxito- “Dios me va a bendecir con el éxito”, o “si Dios me bendice me va ir bien y me va a ir bien incluso hasta económicamente” son todas cosas chiquitas de fe. Son aspectos muy míseros de nuestra fe.

 

Nuestra fe tiene que ser una fe total. Nuestra fe tiene que ser una entrega definitiva a Jesucristo que es el hijo de Dios y verdaderamente lo tenemos que confesar con los labios y con el corazón como dice la Biblia. Pero acordándonos fundamentalmente de eso: Jesús es importante en mi vida no sólo porque yo me siento bendecido o porque me siento sanado o me siento restaurado en algún mal alguna enfermedad. Dios me bendice a mí permanentemente en la persona de Jesús que viene a salvarme del peor mal que un ser humano puede sentir y ese es el pecado. No nos olvidemos y estemos prevenidos. Y sigamos al Jesús total: A Jesús que hace milagros, que cura pero que también nace pobre entre los pobres, muere en la cruz y resucita para nuestra salvación.

 

Hermano y hermana te mando un abrazo muy grande en el Corazón de Jesús y nos volvemos a encontrar dentro de poco –si Dios quiere- en el próximo evangelio.

 

Oleada Joven