El orante tiene por misión estar en pie delante de Dios, en su presencia. Subyacente a este ponerse en presencia de Dios, existe la convicción de que Dios conoce el corazón del hombre: “Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía“. Conocer a Dios o ser conocido por él, es ponerse en relación con El, ser introducido a su intimidad, experimentar su presencia, participar de su vida.
Dios está cerca de ti y te ve. Dios está atento a tu oración, escucha, oye, está cerca, acoge, te da audiencia. “Pues Yahvé ha oído la voz de mis sollozos. Yahvé ha oído mi súplica. Yahvé acoge mi oración” (Salmo 6)
Dios no es tan sólo un oyente pasivo que registra tus peticiones, él te contesta y entabla un diálogo contigo: “Yo te llamo, que tú, oh Dios me respondes” (Salmo 17) “Mi corazón tu sondeas, de noche me visitas” (Salmo 17) De hecho Dios vuelve su rostro hacia ti y de este modo te salva.
Muy a menudo, es por no comenzar por esta puesta en la presencia de Dios Santo y cercano por lo que tu oración se convierte en monólogo. No empleas bastante tiempo en recogerte para llegar a la oración pacificado interiormente.
Antes de entrar en oración, camina con calma, respira profundamente y pon todas tus preocupaciones y cuidados en manos del Señor. Aunque pases diez minutos en tomar tan sólo conciencia de esta Presencia, no habrás perdido el tiempo. Luego te abres totalmente con el Espíritu Santo que hará el resto alimentando tu diálogo con el Padre.
Recuerda muy bien esto: estás delante, estás cerca, eres visto, eres escuchado, eres amado. “Pongo a Yahvé ante mí sin cesar, porque El está a mi diestra, no vacilo (Salmo 16).
Jean Lafrance