Evangelio según San Mateo 23,1-12

viernes, 3 de noviembre de
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Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:

 

“Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar ‘mi maestro’ por la gente. 

 

En cuanto a ustedes, no se hagan llamar ‘maestro’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.  A nadie en el mundo llamen ‘padre’, porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco ‘doctores’, porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías. 

 

Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. 

 

 

Palabra de Dios

 

 


 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Bethamran

 

 

 

“No cumplen lo que dicen”. Estas son palabras fuertes de Jesús dirigidas a sus discípulos en resguardo de los fariseos y doctores de la Ley. Ellos eran los especialistas; eran los encargados de resguardan la verdadera fe y ser ejemplo para que ésta sea vivida por todo el Pueblo. Eran los que habían recibido la misión de hacer creer a otros. Sin embargo caen en el peor de los problemas: se acostumbraron a Dios. De a poco a este grupo de elegidos para preservar la fe del Pueblo de Dios, el Pueblo de la Promesa, los encargados de animar la fe, caen en el mero ritualismo y se acostumbran. La fe ha dejado ya de ser novedad. Dios pasó a ser un objeto entre los objetos, algo más que se puede manipular a antojo de la voluntad del hombre. Es la fe que poco a poco se va apagando y pierde frescura. Y se convierte en ritual, mandamiento y peso de la Ley. Se hace una religión en la que Dios pareciera ya no tener un lugar privilegiado. Y es tanto el acostumbramiento que la fe se proclama por obligación pero no se vive. Dejó de ser vital para la vida de las personas. Y cuando pasa eso, entonces, se vuelve una pesada carga para llevar adelante. Se cumple, sí. Pero no se vive. La fe ya no llena la vida, no se hace proclama feliz de coherencia, no se goza, no se le encuentra el sentido y por tanto, al final, se la deja. Dios ya no llena la vida de las personas y la religión es un verdadero opio para el Pueblo. 

 

 

A nosotros los cristianos nos puede pasar también esto: acostumbrarnos a Dios y que Dios deje de sorprendernos.  Por eso el evangelio de hoy es una invitación a dejarnos sorprender por el Dios que nos presenta Jesús: un Dios con el cual no tenemos que cumplir sino fundamentalmente podemos amar de corazón. Es triste la vida de los cristianos cuando no podemos vivir nuestra fe libremente y con coherencia. Es triste ver cristianos que se han acostumbrado a ser cristianos y que con eso ha muerto su fe. Es triste ver que hay personas que se conforman solo con cumplir mandamientos solo por el hecho de tener que cumplirlos y no por el valor que encierran en sí mismos y la libertad que la fe genera en las personas brindándonos la capacidad de en todo amar y servir.

 

Cuando la religión no nos permite ser libres y hacernos libres para poder amar, entonces deja de ser religión y se convierte en alienación. Y dejamos de creer. A la larga, dejamos de creer. Una religión que se sustenta solo por el mero cumplimiento exterior de ritos y el seguimiento de meras normas canónicas, a la larga, está llamada a perecer, a desaparecer, a morir. Una religión cuyo centro no sea Dios, deja de ser religión y se convierte en sociedad de fomento o secta. 

 

 

Qué lindo es entonces poder descubrir una y otra vez la novedad siempre nueva del Evangelio de Jesús que nos invita a cumplir de palabra pero fundamentalmente con obras. Como nos invita Francisco en esta I Jornada Mundial de los Pobres el próximo 19 de noviembre: “no amemos de palabras sino con obras”. Ser actores en un mundo convulsionado para aportar desde la verdad de cada uno de nosotros desde nuestra propia verdad y nuestra propia fe: una fe que no se queda en el acostumbramiento y la incoherencia sino que va más allá y es capaz de jugase en lo concreto de cada día la vida por amor a los demás. 

 

 

De esta manera se vuelve indispensable ser coherente. No solo porque vivimos lo que decimos sino también porque somos capaces de llevar la fe hasta las últimas consecuencias: entregando la vida por amor. Coherencia no solo porque vivimos lo que proclamamos y decimos, sino porque nuestra vida es un escándalo para la Cultura de la Muerte y sus mercaderes. 

 

 

Hermano y hermana que tengas un hermoso domingo lleno de la Pascua del Señor. Y te abrazo en el Corazón siempre joven de Jesús. 

 

 

 

Oleada Joven