Tu esposa, ¡oh Señor mío!, en tierra extranjera puede cantar el cántico eterno del amor, porque en el seno mismo de su oscuro destierro la abrasas con el fuego de tu amor, como lo harás un día allá en el cielo.
¡Oh belleza suprema y dulce Amado mío!, tú te entregas a mí, y yo pago tu entrega amándote, Jesús. Haz que toda mi vida sea un acto de amor.
Olvidándote tú de mi inmensa miseria, vienes a hacer morada aquí en mi corazón. ¡Ah qué misterio grande, mi débil amor basta para tenerte mío y encadenarte a mí!
Amor que me inflamas, penetra mi alma. Ven, yo te reclamo, ven, consúmeme.
Tu llama me urge, y quiero sin tregua ¡oh divino horno!, abismarme en ti.
El sufrir me es gozo cuando en raudo vuelo a ti para siempre se alza el amor.
¡Oh patria celeste, dulzura infinita, tú día tras día encantas mi alma!
¡Oh celeste patria, oh gozo infinito, no eres más que Amor!
Poesía n° 28 “El cántico eterno cantado en el destierro” de Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz.