Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?» El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías.»
«¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?» Juan dijo: «No.»
«¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió.
Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado?¿Qué dices de ti mismo?»
Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.»
Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.»
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor
P. Sebastián García Sacerdote del Sagrado Corazón de Betharam
La Palabra nos dice que Juan tiene en claro su propia identidad y no miente: “Él no era la luz, sino el testigo de la luz”. Él viene a dar testimonio de la luz. No se identifica con la luz. Da testimonio de ella. Se deja inundar por la luz, se deja llenar por la luz, se dejar encandilar por la luz. Juan, todo lleno de luz, da testimonio de la luz.
Creo que es una de las cosas que podemos atesorar del evangelio de hoy. Adviento como tiempo para dejarse llenar por la luz de Jesús y descubrir que esa luz también brilla en el interior de nuestro corazón por el bautismo. Dejarse llenar por la luz de Jesús es abrir bien los ojos y mirar con profundidad, con los ojos del corazón, para reconocer todo lo que Dios ha hecho y hace por medio de la gracia de Jesús en nuestra vida. Reconocer el paso salvador de Jesús. Reconocer que somos salvados por Jesús y que esa es la luz que nos habita.
Es interesante detenernos aunque sea un instante en este punto: por más buenos que seamos, por más buena voluntad que tengamos, por más buenas acciones que realicemos, no nos salvamos por los propios méritos sino que somos salvados por la gracia del Corazón de Jesús. Y es así de clarito. A veces esto nos rompe el narcisismo de pensar que somos el centro del mundo y que todo lo que hacemos nos va haciendo como un “lugarcito” en el Reino Definitivo. Tenemos que tomar de una buena vez que si brilla una luz en nosotros es porque Dios la ha puesto allí y no nos salvamos por más buenos que seamos sino por la gracia de la Pascua de Jesús que hace nuevas todas las cosas.
Por eso resulta claro en este Adviento volver a reconocer la necesidad de que Jesús venga. Es necesario que Él venga para salvarnos. Para recordarnos que somos dignos. Para llenarnos de su amor y que empuje a fuera todo lo que son luces que ebrias de autorreferencialidad y egoísmo nos hacen perder el sentido de aquello para lo cual fuimos creados y llamados por Dios, la razón de ser de nuestra vida, la misión por la cual vivimos, nos movemos y existimos. Adviento será dejarnos penetrar por la luz, como Juan, para que ilumine hasta los más recónditos lugares del alma y del corazón y nos llene todo de la luz de Jesús que se llega hasta nuestra vida, que adviene, que entra y toca con su Ternura y Misericordia hasta los conos de sombra más oscuros de nuestra vida e historia, para que cobren sentido, para que la tiniebla se ilumine. Porque hace falta recordar una y otra vez que la oscuridad no se la combate, se la ilumina. ¡Dejémonos iluminar por la luz de Jesús!
Y de ahí que nazca la invitación a imitar a Juan Bautista: ser testigos de la luz. El mundo necesita de cristianos full-time que se animen no durante un tiempo sino durante toda la vida a jugársela por amor en el servicio a los hermanos. Es verdad que hay mucha oscuridad en el mundo. Es verdad que incluso podemos sentir que nuestros esfuerzos frente a tanta cultura del descarte y de muerte no suman mucho y que las fuerzas flaquean. Ahí es donde más necesitamos confiar en Jesús y jugárnosla de verdad. Porque ya no es nuestra luz chiquita, personal y propia la que va a brillar sino la luz del Corazón de Jesús que va a brillar en nosotros. Y el poder de esa luz es la que vamos a hacer brillar para que nuestra vida incendie el mundo de la luz de Jesús. Porque somos muchos. Porque somos Iglesia. Porque somos comunidad. Porque Dios está en medio nuestro. Porque nunca vamos a estar solos. Porque no le damos lugar al miedo. Porque venimos a ser testigos de la luz de Jesús. Para que sean muchas las vidas oscuras que se contagien. Para que sean muchas las vidas que se animen a abrir su luz a la luz de Jesús. Para que sean muchos los varones y mujeres que se redescubran en su dignidad de hijos de Dios. Para que haya cada vez más corazones apasionados que se animen a apasionar a otros y así inundar el mundo de la luz salvadora del único por quien vale la pena dar la vida: Jesús de Nazaret.
Que la luz de Jesús brille en tu corazón y contagie luz a muchos corazones que precisan de esa ella.
Te mando un abrazo en el Corazón de Jesús y será hasta el próximo evangelio