Evangelio según san Lucas 1, 26-38

viernes, 22 de diciembre de
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En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»

María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»

El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»

María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» Y el Ángel se alejó.

 

 

Palabra del Señor

 


 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

El evangelio de hoy, palpitando ya la Navidad, nos regala la figura linda de la Virgen María. Destacamos su figura y lo hacemos en el marco del Nacimiento inminente de Jesús  y cargados de alguna manera de religiosidad popular. Sentimos a María como Madre de todos nosotros, que recibe esa buena noticia de parte de Dios que va a ser madre del Salvador. Sentimos que por la Anunciación, María se hace Madre de todo el Pueblo de Dios. 

Hay algo que se destaca la lectura del evangelio y es la absoluta disponibilidad que tiene la Virgen frente a ese designio, a esa invitación que le hace Dios Padre a través del ángel: ser nada más ni nada menos que la madre de Jesús. No sabemos si María entiende del todo lo que está ocurriendo, pero le basta saber que lo que viene, viene de Dios para abandonarse y confiar, dejarse llevar por el amor de Dios y hacerse toda obediente y toda disponible.

Más allá de que ella pudiese haberse negado, haber trazado otros planes, creo que una de las cosas principales que hay que destacar es que María es absolutamente Virgen. Y si eso bien tiene un rasgo en su relación con San José, lo que hace definitivamente Virgen a María es que se vacía de todo aquello que no es Dios para llenarse de Él. Y esto es en definitiva lo que celebramos en este domingo: un vientre vacío de todo aquello que no tiene que ver con Dios ni con su voluntad, sino para dejarse llenar por Él. Es así como acontece el misterio de la Encarnación: Dios se hace hombre y se hace hombre en el vientre virginal de una muchachita de Oriente Medio del siglo I en las periferias olvidadas de Israel.

Qué lindo poder celebrar a la Virgen María como modelo de discípula y de cristiana. Qué lindo poder celebrar a la Virgen María como Madre del Pueblo. Qué lindo poder celebrar a la Madre de Jesús que nos la regala, nos la entrega y nosotros la podemos hacer nuestra.

Y qué lindo en el día de hoy poder pensar en estas actitudes, ¿no? Poder también nosotros seguir descubriendo cuáles son aquellas cosas de las cuales estamos llenos, que no pertenecen, que no son, que no se corresponden con Dios y dejarlas de lado como hizo la Virgen María. Hacernos también nosotros “vírgenes” para poder recibir completa la Buena Noticia de un Dios que nos trae la salvación y no se deja ganar en generosidad. Hacer el último esfuerzo del adviento y preparar el corazón para la Navidad: examinar cuáles son las cosas que no podemos seguir viviendo si queremos definitivamente ser hijos de Dios. Y entonces ser como la Virgen y confiar. Después de todo esto, postrarnos delante de la voluntad de amorosa de Dios y decirle “Sí, en Vos confío, hacé lo que quieras conmigo”, que es la traducción más linda de “hágase en mí tu Palabra”. Démosle a Dios la posibilidad que siga obrando prodigios y milagros, también a través de nuestro SÍ, como es el SÍ de la Virgen Madre y su amor se contagie a muchos más hermanos, especialmente las víctimas de tantas injusticias impuestas por la cultura de mercado y del descarte.  

En definitiva es el camino que hemos trazado y caminado en estos cuatro domingos de adviento: “Estar prevenidos” (I Domingo); “preparen el camino”(II Domingo); “sean testigos de la luz” (III Domingo); “Hágase en mí tu Palabra” (IV Domingo)

Hermano y hermana, te abrazo muy fuerte en el Corazón de Jesús y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio. Que tengas una muy feliz Navidad.  

Oleada Joven