Evangelio según San Juan 12,20-33

viernes, 16 de marzo de
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Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús.

El les respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: ‘Padre, líbrame de esta hora’? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”.

Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.

 

Palabra de Dios

 

 

 

 

 


P. Sebastían Garcia sacerdote de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram

 

 

La Cuaresma promedia y la liturgia nos regala este texto que podemos llamar también como el “Getsemaní de Juan”. Porque ciertamente Jesús siente una angustia de muerte sabiendo que si quiere ser definitivamente coherente con su vida, va a tener que entregarla por amor. De allí brota la expresión sobre el grano de trigo que tiene que caer en la tierra y morir.

 

Es verdaderamente una encrucijada en la vida de Jesús. Tiene todo dado para poder volverse a Galilea. Puede escapar del peligro y de la muerte. Puede irse “en paz” y volver a Cafarnaúm o Nazaret, o Tiberíades… Me imagino a Jesús sintiendo la tentación de aflojar. El mal espíritu diciéndole que lo mejor es irse, que no vale la pena entregar la vida por amor, que tiene todo en contra, que va a sufrir, que será todo en vano. La penuria inunda el corazón de Jesús. La tiniebla lo rodea por completo. La angustia le cierra la garganta. El sudor frío. Y la tentación de una vida feliz si le escapa a ese destino. El Corazón de Jesús se desgarra por dentro y siente el deseo de gritarle al Padre que lo libre de su hora…

 

Sin embargo Jesús reacciona de modo diametralmente contrario. Enrostra al mal espíritu y lleno de Espíritu Santo grita: “Padre, ¡glorifica tu nombre!”. De alguna manera Jesús sabe que este es el camino. No se imagina todavía el escarnio que será la tortura del imperialismo romano transformado en Cruz. No sabe que el destino final será en el más injusto de los juicios, y en la más inocente de las muertes, Jesús va a entregar su vida definitivamente por amor a vos y a mí y a todos los hombres. Siente el impulso desde el fondo de su Corazón que lo impulsa a querer vivir desde las convicciones que anidan allí y ser coherente hasta el final de su vida. Y entiende que para vivir hay que morir. “Si el grano de trigo…”

 

Esto que siente Jesús lo sentimos permanentemente todos nosotros que queremos ser sus discípulos. Hay momentos en que la vida nos coloca a igual distancia de salir corriendo o quedarnos para siempre. Lo que resta es vivir desde las convicciones profundas del corazón que se hacen motivo de fe y esperanza y por eso se llevan a cabo en obras, por amor. Amor que está más en las obras que en las palabras y en los largos discursos. Amor que es morir a mí mismo para que otro tenga vida. Amor que significa relegar mis intereses personales, mis gustos, mi ánimo, todo lo que soy y lo que me pasa, para entregar la vida por amor y para servir.

 

Morir a uno mismo no es destruirse la vida. Es el sano relegar todo aquello que no es fundamental en mi vida y que no me permite relacionarme con Dios, con la Casa Común y con los demás de manera genuina y auténtica. Morir a uno mismo significa bucear en las profundidades del propio yo para poder intentar conocerme cada vez más y conocer a Jesús y vivir desde su amor y gracia. También puedo sentir la tentación de huida, de escape, de quedarme en mi zona de confort y seguridad, con la falsa pretensión de pensar que tengo todo bajo control y nada se me puede escapar. Puedo vivir “cuidándome la vida”, regateando amor y mendigando otro poco. O puedo, como Jesús, romper los moldes y salir al encuentro de la Vida y por amor, morir para vivir: ser semilla que cae y da fruto.

 

O me guardo la vida y pretendo vivir con la pretensión de que todo está bajo un frío control calculador o me arriesgo a perder la vida por amor a mis hermanos y vivir desde las hondas convicciones del Corazón de Jesús.

Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio.

 

 

 

 

Oleada Joven