Evangelio según san Mateo 28, 16-20

jueves, 24 de mayo de
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Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo.»

 

 

Palabra del Señor

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

En la solemnidad de la Santísima Trinidad que estamos celebrando en el día de hoy, la liturgia nos regala este evangelio de Mateo: Jesús nos manda a hacer discípulos, bautizando en nombre del Dios Trino y nos dice con seguridad que siempre va a estar con nosotros, hasta el fin del mundo.

 

De esta manera entendemos que Dios no es un Dios solo o solitario. Dios no es un Dios de la soledad. Dios es familia. Dios es Padre que envía y entrega su Hijo Jesús al mundo para que todos los hombres se salven, se reconcilien y se amen como hermanos en una fraternidad universal. Esa es la Vida del Espíritu.

 

Porque cuando hablamos de vida no hablamos de la vida física o material, vida biológica. Hablamos de la vida según el Espíritu, es decir, la Vida y el poder de la gracia que habita en el corazón de todo varón y mujer de buena voluntad, de los creyentes, de todos los bautizados que sienten en el pecho el deseo de un mundo renovado, más fraterno, más humano, más digno de ser vivido. Vida que nos desinstala y nos saca afuera de nuestra zona de confort, de seguridad, de mirarla desde la venta del auto o el colectivo. Vida que se apodera de nuestras entrañas y nos regala las mismas entrañas de Misericordia del Padre para no seguir pasando de lado frente a ningún tipo de necesidad humana. Vida que se hace fuerte donde merodea la muerte en la danza furtiva de violencia, la droga, el alcohol, la desesperanza, la vida manoseada y amenazada. Vida que necesita transmitirse a tantos hermanos invisibilizados en el mundo de hoy.

 

¡No podemos seguir pasando de lado sin mirar! ¡No podemos no tener entrañas de misericordia ante tanta miseria humana! ¡No podemos quedarnos con la conciencia tranquila frente a la pobreza, la miseria, la opresión, la marginación, los pibes solos de la esquina a la buena de Dios porque dejaron la escuela y ya no hay familia! ¡No podemos seguir siendo cómplices de tanta corrupción que mira y no ve!

 

Hoy podemos volver a apasionarnos por un Dios que no es un solterón solitario que habita en el cielo y nos enrostra todos los pecados y fracasos de nuestra vida para revolcarnos en nuestra propia miseria, sino por un Dios empedernido de amor por el corazón, la vida, la historia, los dolores y alegrías, las tristezas y las esperanzas de todos nosotros, de todos los hombres.

 

La Trinidad nos habla fundamentalmente de un Dios que es familia y que nos invita a ser familia, no sólo a los cristianos, sino a todos los hombres, sin importar raza, credo, lengua, pueblo o nación y tratarnos como el Padre, el Hijo y el Espíritu se tratan: como hermanos en amor y paz.

 

Por tanto el mandato misionero de bautizar en nombre de la Trinidad tiene que ser ese: “no salvar almas”, sino invitar, acoger, recibir la vida como viene, poner el cuerpo, hacer espacio en el pecho, en la vida, para recibir a todos nuestros hermanos, especialmente a los que no se sienten dignos, se alejaron de Dios o de la Iglesia, bajaron los brazos, se cansaron de vivir o de luchar, o sienten la vida manoseada, abusada, y la fe amenazada a ser familia.

 

Como es familia la Trinidad. Salgamos a anunciar la Vida y metámonos en el barro de la existencia, comprometiéndonos con los más pobres y desahuciados. Salgamos al encuentro de la Vida. Salgamos a poner el cuerpo. Salgamos a correr el riesgo de sentirnos humanos y encontrarnos con tantos contextos de muerte, injusticia social, soledad, tristeza y amargura que necesitan de la Vida del Espíritu de Dios, de un Dios que es familia y nos invita a nosotros a ser una gran familia, no porque seamos todos iguales y creamos de la misma manera, sino porque nos animamos a aceptarnos en la diversidad y a tirar todos, de una buena vez, para un mismo lado. Como hacen las familias. Como hace la Trinidad.

 

Hermano y hermana, que la Trinidad que habita en vos te bendiga, que tengas un lindo domingo, que no se te pase el tiempo “balconeando” la vida y mirándola desde afuera. Dios quiere que sean protagonista. ¿Te animás..? Te mando un fuerte abrazo en el Corazón de Jesús y será hasta el próximo evangelio.

 

Oleada Joven