Evangelio de nuestro según san Marcos 14, 12-16. 22-26

viernes, 1 de junio de

El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»

 

El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?” El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»

Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»

 

 

Palabra de Dios

 

 

 

 

 


P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám

 

 

 

 

 

 

 

La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús tiene una significación muy linda y muy especial dentro de nuestras comunidades. Celebrar esta Fiesta es celebrar que Jesús se queda con nosotros para siempre y siempre se hace presente en los dones pobres del vino y del pan.

 

Sin embargo me parece que de tantas cosas que están en crisis, la misa es una de ella. Hasta tal punto que muchos cristianos no le damos mucha importancia, sobre todo los más jóvenes. Y creo que se ha perdido el sentido de lo que celebramos.

 

Con esto quiero decir que hay dos maneras de vivir este encuentro con Jesús: ir a misa o celebrar la Eucaristía.

 

Lo primero es lo aparentemente fácil. Es el que va a misa a participar. Se sienta. Escucha la Palabra. Canta. Responde. Se para, se arrodilla y se vuelve a parar. Es aquel más preocupado en los ritualismos y en cumplir con el precepto dominical que involucrarse con lo que de veras está pasando en la celebración. Es el que piensa en la misa en términos individuales: va solo a misa, participa solo, comulga solo y solo se va. Hizo todo como corresponde. Pero nos queda la duda si se ha encontrado de veras con Jesús.

 

Celebrar la Eucaristía tiene que ver más no con atarse a normas y rúbricas solamente, sino a despertar en el corazón esa pasión por el encuentro con Jesús y mis hermanos. Es la fiesta de cada semana donde nos preparamos y nos encontramos. Y entonces nace la mesa abierta para que se acerquen todos: especialmente los que nos sentimos pecadores, sabiendo que Jesús vino a curar a los enfermos y no a los sanos, llamó a los pecadores y no a los justos. Celebrar la Eucaristía es saber que soy parte de una comunidad. A misa no se va solo. De la misma manera que celebramos en la Trinidad que Dios es Familia, la Eucaristía es un encuentro, una fiesta y una comida de hermanos que buscan a través de toda la simbología encontrarse con Jesús y entre ellos. Y dejarse cuestionar por la Palabra proclamada, rumiada, explicada, vivida; por los signos pobres de pan y vino donde va todo lo que nos pasa en la vida. Rescatar el momento del ofertorio para decirle a Dios: “hasta acá llegamos como humanidad. Pan y vino. Para que haya Cuerpo y Sangre, vení vos y hacé el milagro”.

 

Y entonces lo que celebramos nos compromete. No puedo celebrar la Eucaristía sin que lo que celebro me comprometa, me apriete, me desacomode, me interpele. Porque si Jesús eligió ese modo pobre de quedarse entre nosotros, es un grito en contra de la Cultura del Consumo y del Descarte. Si todo en la vida de Jesús es obrar en pos del bien del otro, celebrar la misa me hace agudizar la mirada y hacer foco en aquellas víctimas de hoy. Si Jesús nunca comió solo, la Eucaristía es denuncia feroz al individualismo en el que estamos viviendo y donde cada uno se preocupa por sí y por su propia seguridad, pensando que eso es felicidad. Si después de celebrar la Eucaristía sigo pensando solamente en mí mismo y en mis propios intereses, me animo a decir que no estamos celebrando de corazón la Eucaristía. Iremos a misa. Eso sí. Pero lejos quedaremos de tener los mismos sentimientos de aquel judío marginal de la Palestina del siglo I, albañil, que soñó con un mundo en el que fuéramos todos hermanos, porque la dignidad nos la da el amar y ser amados y no los supuestos méritos que podamos alcanzar en la vida.

 

Vení a celebrar Corpus Christi. Vení a comer el Cuerpo y la Sangre de Jesús, no porque seas digno. Ninguno es digno. Lo que nos hace dignos es la Palabra de Jesús que nos sana. No vayas a misa. No celebres meros preceptos. Animate a más: celebrar la Eucaristía dejándonos transformar por los sentimientos del Corazón de Jesús, formando comunidad, animándonos a ser autores de la historia, poniendo alma, vida y corazón en la lucha por un mundo en el que nadie se sienta fuera de la Eucaristía: mesa abierta para todos los que se quieran acercar a Jesús y como Él, vivir para los demás.

 

Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús que nos regala su Cuerpo y su Sangre. Y será hasta el próximo evangelio.

 

 

Oleada Joven