Evangelio según san Marcos 4, 26-34

viernes, 15 de junio de
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Jesús decía a la multitud: «El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha».

También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra».

Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

 

Palabra del Señor

 

 


P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharam

 

 

 

 

 

 

¡Qué lindo e interesante puede resultarnos la primera parte de la lectura de hoy! Me hace pensar mucho y lo quiero compartir con ustedes. Si uno presta atención y lee bien, Jesús compara el Reino con una semilla que crece sola por la fuerza que tiene en sí misma, obviamente ayudada por el trabajo humano. Pero va más allá. “Sin que sepa cómo…”

 

Hoy más que nunca creo que es necesario hacer eco de estas palabras de Jesús para poner de relieve la Cultura del Trabajo como elemento fundamental de nuestra vida. Y pensar y rezar por tantos hermanos y hermanas que se ven privados de poder ejercer este derecho al trabajo, sea por las condiciones indignas del empleo, sea porque no lo tienen.

 

Y Cultura del Trabajo tiene que ver con Encuentro y Comunidad y también con descanso. Hoy, a causa del sistema se nos impulsa a un culto de la eficacia y del mérito que atentan contra la Cultura del Trabajo. Pareciera ser que todo se mide por estándares de eficacia, rendimiento, éxito. Y que todo, absolutamente todo viene dado por nuestro esfuerzo, por nuestra voluntad y –sobre todo- por nuestro mérito. Es como si dijésemos: “Yo porque puse lo mejor de mí y me esforcé y gracias a todo lo que pude rendir, me merezco esto y lo puedo utilizar como quiero”. Esto yo lo escucho con frecuencia. “Es mi dinero que yo me gané con mi esfuerzo”. Es verdad. Pero qué pasa con quiénes no pueden hacer uso del derecho al trabajo para ganarse el pan cotidiano. ¿Será que al fin y al cabo todo es fruto del esfuerzo y del mérito?

 

En nuestra sociedad la meritocracia se ha impuesto como verdadero modo de vida. Todo lo que tenemos es exclusivo fruto de nuestro esfuerzo y mérito nuestro. Todo nos lo debemos a nosotros mismos. Todo al yo y a su esfuerzo. Es el triunfo indiscriminado del individualismo que nos lleva a pensar la vida y proyectarla en clave netamente individual. Yo me preocupo por mi propio metro cuadrado. Y si en definitiva poseo bienes, es porque me lo merezco. Porque me lo gané yo. Porque me pertenece.

 

Sin embargo, la parábola de hoy nos dice que el Reino crece sin que sepa cómo. Pareciera que hay cosas en la vida de las personas que ocurren y acontecen sin que sepamos, sin que nos demos cuenta o sin nuestro esfuerzo. La Vida es una de ella. Nadie de nosotros merece haber nacido. Nadie de nosotros hizo nada para nacer. Y así un montón de cosas: el amor, la amistad, la familia, el lugar en el mundo. Es decir, hay un montón de cosas que no dependen de nosotros, ni de nuestro esfuerzo, ni de nuestro mérito y que nosotros poseemos como puro don. Jesús viene a hablarnos de la gratuidad. Hay cosas que acontecen en nuestra vida y no dependen de nosotros. Y más aún: no hemos hecho nada para merecerlas. Claramente, muchos, guiados por la cultura de mercado van a despreciar esto. No es raro que se desprecie incluso la vida, queriendo hacer ley el hecho de abortar.

 

Mucha gente se pone nerviosa frente a la gratuidad. El que piensa que todo lo que tiene y posee, más aún, todo lo que es, es única y exclusivamente porque se debe a su solo esfuerzo y su propio mérito, es un pobre infeliz, porque no puede disfrutar y gozar de la vida.

 

En cambio la gratuidad nos hace cambiar la mirada y el corazón para poder aceptar las cosas como don de Dios, dar gracias y lo que es más importante y lindo aún, ponerlas al servicio de los demás. Sólo el que entiende que la vida es regalo, la puede poner al servicio del otro. Y ahí radica la clave entre meritocracia y gratuidad: la primera, no es cristiana, porque es totalmente individualista, personal, autónoma, exclusiva y excluyente. Piensa solo en el propio yo y en todo lo que se puede lograr a partir del esfuerzo personal, pensando solo en el propio yo, en la propia seguridad, en el propio metro cuadrado. Y como el consumismo nos lleva a más consumo, nunca estamos satisfechos y dedicamos la vida a ganar cada vez más dinero para no poder aprovecharlo nunca.

 

La segunda, la gratuidad no descarta el esfuerzo personal de ninguna manera, pero como siente que es gratuito, se siente motivado a dar gracias, a ser agradecidos, a bendecir. Y como lo que es regalo no es exclusivo de uno, se une a otros. Nace una comunidad que se organiza, se mezcla, interactúa, dialoga, se encuentra, comparte. Es el desafío de proponer la comunidad organizada a la cultura autorreferencial del propio yo. Y entonces, a partir de la organización, nace el servicio. Uno se da cuenta que lo que tiene le viene como don. Y lo pone al servicio. Justamente de todos aquellos que no han tenido ni van a tener las mismas posibilidades que yo. Por eso estudio. No “para ser alguien”; sino para que a través de diferentes saberes pueda poner mi profesión al servicio de aquello que no han tenido las mismas posibilidades que yo. La gratuidad incluye, abre caminos, levanta las miradas, se hace mano tendida, ayuda, modo de compartir posibilidades, ensayos de comunión y comunidad.

 

Los que tenemos, lo tenemos no porque lo hayamos merecido sino porque lo obtuvimos gratuitamente. No somos dueños, somos administradores. Entonces queremos disfrutar de la vida no a costa de nuestros hermanos, sino en comunión con ellos. Formando comunidad. Entrelazando vínculos. Y creando posibilidades a todos los que no han tenido las mismas posibilidades que nosotros. No por mérito, sino por amor más que por cualquier otro motivo.

 

Lindo domingo lleno de la gratuidad del Reino de Jesús. Y será si Dios quiere, hasta el próximo evangelio. 

 

Oleada Joven