Evangelio según san Lucas 1, 57-66. 80

viernes, 22 de junio de

        Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

 

        A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan.»

 

        Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.»

 

        Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.»

 

        Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él. 

 

        El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

 

Palabra del Señor

 


 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

 

 

La liturgia de hoy nos regala la gran figura del Juan Bautista en su nacimiento. Es un día de mucha fiesta para muchas comunidades. La “fiesta grande de San Juan” al comenzar el invierno que viene a ser de esas noches que ilumina la oscuridad que parece cernirse sobre la tierra, luego del 21 de junio, día más corto del año, donde parece que la noche va a ganarle al día y todo va a ser oscuridad. Allí se ilumina la noche con las luces de aquel que viene a traer la buena noticia de ser quien allane los caminos del Señor y prepare como último gran profeta del AT la venida de Jesús.

 

Esto lo podemos también nosotros meditar hondamente y aplicar a nuestra vida. Todos tenemos algo de Juan el Bautista en la medida en que como discípulos misioneros de Jesús, anunciamos su llegada, anunciamos su Vida, anunciamos que verdaderamente Él es nuestro señor y Salvador. Muchas veces ser misionero es preparar el corazón de otro para que se encuentre con Jesús; obrar de determinada manera y con convicciones fuertes que nos hablen del lenguaje de Jesús; testimoniar con nuestra vida que estamos a favor de la Vida y que la queremos para todos los varones y mujeres, vida que se ve permanentemente amenazada por los poderosos de hoy. 

 

Hace un tiempo leí una frase que rezaba: “la oscuridad no se combate, se ilumina…” Me dejó pensando de veras. Y entonces te lo comparto. Muchas veces en nuestra vida vivimos situaciones de oscuridad, que son situaciones de dolor, de sufrimiento, de injusticia, de abuso, de menosprecio, de muerte. Muchas veces nos sentimos sumidos en una profunda oscuridad del corazón y no sabemos para dónde disparar, adónde ir, qué hacer. Y entonces nos ponemos a pelear. Pensamos que la oscuridad se vence con una lucha incansable de esfuerzos y voluntades heroicas. Y muchas veces tenemos una y otra vez el mismo resultado: sentir que “somos fantasmas peleándole al viento”. Que los esfuerzos son vanos. Que más vale abandonar, tirar la toalla, para bajar los brazos y cansarnos de pelear. Y ahí nos gana la oscuridad, la desolación y la angustia. 

 

Por eso me quedo con la idea de “iluminar la oscuridad”. Es copiar el espíritu de las celebraciones de los pueblos que celebran a San Juan Bautista de esa manera: encienden fogatas. 

 

Hoy, más que nunca, y ante tanta Cultura de la muerte y el descarte, no hay que combatir con trompadas al viento. Tenemos que recuperar el espíritu profético de Juan Bautista y de tantos santos y santas, junto a tantos otros varones y mujeres de buena voluntad, que han sabido aportar no sólo su granito de arena para hacer que las cosas sean mejores sino iluminar la oscuridad cuando parece ganar la noche. Cambiar la mirada y dejar de pelear para poder ser luz. Ser luz, que ilumina y da calor, que reúne y congrega, que abraza y recibe, que acoge y hace ver.

 

Hoy más que nunca es tiempo de encender fogatas y fogones y reunirnos en torno a ese Espíritu que habita también el fuego. Saber que la noche y la oscuridad van a pasar, pero mientras tanto nuestra manera de pelear no será la violencia inútil sino la alegría de la esperanza que no defrauda. El fogón es metáfora de la vida comunitaria. El fogón es imagen de la Iglesia. El fogón es la capacidad de descubrir a Dios presente y actuante en lo más oscuro de lo oscuro de la noche más noche. Porque allí donde haya un fogón habrá varones y mujeres dispuestos a congregarse para darse calor, aliento, ayuda, consuelo, abrazo, refugio. Y compartir el pan y el vino. Y darnos cuenta que la noche es oscura, pero reluce de estrellas, como si el Reino se colara por medio de ellas. 

 

Hoy la Iglesia y el mundo requiere de nosotros que seamos “hacedores de fogón” celebrando a San Juan. Para iluminar con nuestra vida, nuestras obras, nuestras convicciones y nuestro anuncio gozoso de Jesús la oscuridad. Sabiendo que el sol vence a la oscuridad y el día vence a la noche. Como celebramos cada Vigilia Pascual. Como celebramos esta fiesta de San Juan. 

 

Que tengas un hermoso domingo iluminado por la luz de Jesús Resucitado y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio.    

 

Oleada Joven