Evangelio según San Juan 6, 1-15

viernes, 27 de julio de

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos.Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.

 

Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»

 

Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.»

 

Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.

 

 

 

Palabra de Dios

 

 

 

 


P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

 

 

 

 

 

 

 

El evangelio de hoy es realmente revolucionario: Jesús, que es Maestro, Verdad y Vida, nos enseña lo más importante para cualquier comunidad humana, que es el misterio del compartir.

 

Jesús siente compasión por esa muchedumbre que tiene hambre y le pregunta a los discípulos cuánto tienen para comprar y darles de comer.

 

Esto desconcierta a los discípulos. Ellos, que sí tienen garantizado el pan cotidiano, se sorprenden frente al desafío de Jesús. La intención de los discípulos seguramente es la de asegurarse el pan ellos y despedir a la multitud, como insinuándole, que son ellos los que tienen que arreglárselas solos. Algo así como que cada uno por su propia cuenta se garantice el sustento.

 

Jesús reacciona frente a esto. Jesús no puede permitir que haya algunos que tengan garantizado el pan mientras otros pasan hambre. Por lo menos en la lógica del Reino esta actitud no tiene lugar.

 

Por eso el verdadero milagro de Jesús es que los panes y peces se multiplican no por arte de magia, sino por la conversión de corazones que se animan a compartir, no a dar de lo que les sobre sino a dar lo que tienen y lo que son: poner en común esos cinco panes de cebadas y esos dos peces abrió el corazón de muchos, que viéndolo y entendiendo el mensaje de Jesús tomaron conciencia que hay verdadera comunidad cuando se comparte y se pone en común que cuando se guarda mezquinamente para uno como queriéndose salvar la vida.

 

Quizás nosotros nos acostumbramos a creer en un Dios mago que tiene que solucionar como “gran mago” y por “arte de magia” los problemas de la humanidad.

 

¡Y cuánta hambre hay en el mundo de hoy!

 

Hambre de pan, paz, salud, trabajo, de sentido de la vida, esperanza, fe, consuelo, amor, tanta hambre de Dios. Sobra hambre en el mundo de hoy y falta pan. Y es por este motivo que somos nosotros los que nos tenemos que hacer responsables los unos de los otros para saciar esta hambre.

 

Hoy más que nunca llamados a sentirnos hermanos de todos los hombres, de los siete mil millones que caminamos diariamente nuestro mundo, para salir al encuentro de ellos y darnos desde la verdad de lo que somos para saciar el hambre. Sólo así será posible el milagro. No por un Dios al que tenemos que hacer responsable de que en el mundo haya hambre, sed, dolor, sufrimiento e injusticia, sino porque sentimos que el Espíritu de Jesús nos hace comunidad y comunión para darnos desde la originalidad de nuestra vocación.

 

De esa manera ocurre el milagro: no porque “caiga pan del cielo” todos podrán comer hasta saciarse, sino porque cada uno renuncia al pretendido derecho sobre su propio pan y sentándose en ronda, se anima a compartir.

 

Porque al final será más milagro un corazón que se destrabe y ablande, se conmueve por el otro, se deja encontrar por la Ternura y Misericordia de Jesús y entonces así comparte, que caiga pan del cielo mágicamente.

 

Iglesia que se arremanga, se embarra, se ensucia, se la juega por amor. Iglesia de Jesús, para ser creyentes, pero por sobre todas las cosas, ser creíbles.

 

Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús Resucitado. Y sea tu vida pan para el hambre del mundo por el escándalo del compartir.

 

Oleada Joven