Evangelio según san Marcos 8, 27-35

jueves, 13 de septiembre de
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Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»Ellos le respondieron: «Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas».«Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?»

Pedro respondió: «¿Tú eres el Mesías». Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.

Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará».

 

 

Palabra del Señor

 

 

 

 

 

 


P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

 

 

 

 

 

La página del Evangelio de hoy es verdaderamente apasionante. Me imagino a Jesús alrededor de un fogón, rodeado de sus amigos y dándose tiempo para charlas de coas importantes.

 

Y Jesús que hace dos preguntas. La primera es “quién dice la gente que soy yo”. Y la respuesta sale fácil. Juan el Batusita, Elías, algún profeta. Porque es una pregunta generalizada. Es una pregunta al montón. Es como pedirle que recojan las cosas que van escuchando en las plazas, las esquinas, las casas, las conversaciones entre varones y mujeres. Esa respuesta sale fácil.

 

Pero la segunda pregunta complica. Y complica porque ya no es una pregunta de las sencillas y al tuntún. Es una pregunta de las hondas. Jesús se planta frente a sus amigos y les pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”

 

Claro. Ya no se trata de repetir lo que escucharon de otros. Jesús va al fondo del corazón y exige una respuesta sincera. Mi imagino que se habrá hecho un gran silencio y al instante el cabeza dura de Pedro hace su confesión de fe: “Vos sos el Mesías”. Y nos recuerda que capítulos antes, cuando muchos de sus discípulos se fueron después de compartir en comunidad panes y peces, confesaron también: “Señor… ¿adónde vamos a ir? Sólo vos tenés palabras de vida eterna.”

 

A nosotros hoy nos puede pasar un poco lo mismo. Podemos hablar de Jesús desde lo que lo otros dicen, escriben, meditan. Podemos hablar de Jesús por boca de otro. Podemos relacionarnos con Jesús por la experiencia que hizo otra persona. No en vano las librerías católicas están plagadas de libritos de espiritualidad. No digo que no sirvan. Pero de ninguna manera no pueden reemplazar el encuentro personal con Jesús.

 

Otra excusa puede ser la de responder la pregunta de Jesús desde sus títulos: Hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad que se hace hombre en el vientre virginal de María, Cordero de Dios, Palabra hecha carne… Pero no basta el título. Tenemos que ir al fondo. Bien al fondo. Y hacer experiencia.

 

No puede haber verdadero cristianismo sin el conocimiento íntimo, personal y vinculante con la persona de Jesús de Nazaret, el obrero de las periferias que entendió que todos los hombres somos iguales e hijos de un mismo Dios, hizo de esto su prédica y su acción y entregó por amor su vida en la Cruz para salvarnos del pecado y reconciliarnos con en Padre, entre nosotros, con nosotros mismos y con la Casa Común.

 

Por eso, quizás convenga responder hoy a esa pregunta desde este tipo de experiencia y decirle a Jesús: “vos sos el sentido de mi vida”; “vos sos mi Salvador”; “vos sos el que me hiciste el aguante cuando nadie daba un mango por mí”; “vos sos el que pasó por alto mi pecado y me dio fuerte en el corazón”; “vos sos el que me invitaste a pensar la vida de otra manera”; “vos sos el que me regala su Espíritu y me da fuerzas para luchar día a día por un mundo más justo, más fraterno y más solidario”; “vos sos el Dios que se esconde en el rostro de los pobres…”

 

Por eso te invito a que hoy te hagas esa pregunta: “y vos… ¿quién decís que es Jesús?” Y ojalá respondas no con teorías, no con títulos, no con meras palabras, sino desde la intimidad, de la profundidad, de la hondura; de corazón a Corazón.

 

En ese Corazón de Jesús te mando un abrazo. Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús Resucitado. Y será, si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.

 

 

Oleada Joven