Evangelio según San Marcos 10:2-12

viernes, 5 de octubre de
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Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» El les respondió: ¿Qué les prescribió Moisés?»Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de su corazón escribió para ustedes este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

 

 

Palabra de Dios

 

 

 


 

 

 

 

 

 

El relato de hoy tiene como eje central el amor humano. La pregunta que le hacen los fariseos a Jesús en realidad quiere funcionar como pretexto para seguir poniéndolo a prueba. Es que en tiempos de Jesús, el machismo que reinaba era muy grande y muy extendido. No sólo las mujeres no tenían voz, sino que incluso en las escuelas rabínicas se discutía cuando se podía dejar a una mujer. Algunos decían que sólo el hecho de que hiciera algo mal, que no le gustara al varón, era motivo de divorcio. Esto significaba que la mujer quedaba repudiada, viviendo a la buena de Dios, peor que la viuda, dado que estaba manchada en su reputación y era excluida de la comunidad. Ser mujer en la época de la Palestina del siglo I era también tener que vivir con este miedo.

 

Por eso es que las palabras de Jesús son reveladoras. Las mujeres que las escucharon deben haber quedado maravilladas. ¡Por fin hay un varón que se pone de su lado! Jesús hace referencia a la dureza del corazón como condición de vida en la que se enmarca el divorcio. Es decir, como eran incapaces de comprender la hondura, la pasión, la novedad, la frescura del verdadero amor humano, es que Moisés les dio ese permiso. Permiso que se acaba con Jesús. Porque del Evangelio en adelante ya no se van a poder aceptar así sin más los corazones duros como piedra. Jesús retoma el sentido original del relato del Génesis y dice que varón y mujer “son una sola carne”. Los coloca en igualdad de condiciones. Le descubre, tanto a varones como a mujeres, la dignidad más linda y profunda de la mujer. No están llamados a competir, sino a amarse, a ser uno, a unirse de tal manera que exista un solo sentir y un solo latir, compartido por cada uno, pero propio y personal a la vez.

 

 

Jesús nos descubre la hermosura del amor humano en una de sus expresiones más profundas. Y coloca a la mujer en una posición que empieza a molestar al poder político y socio-religioso de su época. Iguala a la mujer con el varón. Les recuerda que según el mito de Génesis fue sacada de la costilla como imagen metáforica y terriblemente tierna del lugar que más cerca queda del corazón. Corazón que es el centro profundo y existencial de la persona. Su lugar de identidad y pertenencia. Su propio yo. Su ser más profundo. así, varones y mujeres caminan juntos, uno al lado del otro, corazón con corazón, compañeros y compañía.

 

 

Actualmente todo esto me hace pensar en dos cosas. La primera tiene que ver con el lugar que ocupan las mujeres en nuestras comunidades y en la Iglesia en general. Cuántas veces acudimos a ellas como mano de obra barata para las tareas de limpieza de enormes templos, o para que nos hagan un favor o nos cubran los lugares vacíos en Cáritas o en la Catequesis… cuántas veces las relegamos, las ponemos en el fondo, las maltratamos… cuántas veces no somos capaces de ponernos en su lugar… cuántas veces afrontamos revanchismos sin ningún tipo de sentido en busca de derechos que todos tenemos vulnerados, pero se sienten más en las mujeres… Es necesario repensar el rol de la mujer en la Iglesia, en las comunidades, en la evangelización, en la transmisión de la fe. No como mano de obra barata, sino como protagonistas de este tiempo recio y convulsionado que nos toca vivir.

 

 

Lo segundo: volver a apostar por el amor humano a largo plazo. Es verdad que va disminuyendo el número de personas que se casan por Iglesia. Por civil también. Sin embargo el evangelio de hoy es una invitación a dejarnos cautivar por el amor humano y volver a creer que amar no vale la pena, ¡vale la vida! Siempre digo en las homilías del sacramento del matrimonio unas palabras que le escuché decir a una pastora de la Iglesia Metodista. Amar significa tres verbos: mirar, escuchar, tocar. Quien ama hace eso: mira, escucha, abraza. Y quien reclama amor pide lo mismo. Es tiempo de dejarnos tocar el corazón por el Evangelio de Jesús y que se afloje y deje de ser piedra, para volver a apostar a largo plazo por el amor humano; amor que brota de la sinceridad de dos personas que coinciden, se encuentran, se quieren y en el colmo de su vida se miran a los ojos, se toman de la mano y se dicen: “-¿adónde vamos? –No sé, pero quiero que sea con vos…” Ser una sola carne para mirar, escuchar y abrazar y construir un sueño, vivir un proyecto, encarar la vida, con otra persona, sin la cual yo no sería tan yo y ella no sería tan ella de faltarnos alguno.

 

 

Que tengas lindo domingo lleno de la Pascua de Jesús.

 

 

 

 

Oleada Joven