Evangelio según san Marcos 10, 17-30

viernes, 12 de octubre de
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Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”.

 

Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.

 

Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre”.

 

El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud”.

 

Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”.

 

El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

 

Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!”.

 

Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”.

 

Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?”.

 

Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”.

 

Pedro le dijo: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.

 

Jesús respondió: “Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.

 

 

Palabra de Dios

 


 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

 

 

El evangelio de hoy nos pone en la verdadera órbita de los discípulos misioneros. El pasaje del joven rico, aunque en este texto de Marcos no lo sea, se nos presenta claramente dos modelos de vivir la fe y por lo tanto dos modelos de seguir  a Jesús y en definitiva, dos manera, muy diversas de ser cristianos.

 

 

En una lectura ligera parece que el hombre que se le presente a Jesús es un buen tipo, una buena persona. Se pasa un poco cuando lo trata de bueno a Jesús. Medio salamero este hombre. Pero le hace la pregunta del millón: qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna. Que es lo mismo que preguntar qué tengo que hacer para ser feliz o para alcanzar la meta, el sentido o razón primera por la que existo y he sido creado.   

 

 

Jesús entonces le cita los mandamientos; pero sólo aquellos que se refieren a los deberes para con el prójimo, no los que se refieren a Dios. Jesús lo enfrenta cara a cara con la Torá. Y el hombre sale airoso. “Todo eso lo vengo cumpliendo desde hace mucho”. Palabras bien sinceras. Palabras bien certeras las de este hombre. 

 

 

Entonces Jesús, que no se puede quedar en sus cabales, lo confronta con algo más profundo todavía: con la vida del Reino. Le dice que le falta una sola cosa: vender todo lo que tiene y darlo a los pobres. Después seguirlo. Y el relato termina mal: el hombre rico se entristece y se va. Es uno de esos relatos que a Jesús pareciera que la cosa no le sale bien. El hombre rico siente una profunda tristeza en el corazón y se va. Desaparece. Se esfuma. Todo el entusiasmo, toda la garra, toda la pasión, se evaporan frente a la palabra y la autoridad de Jesús. 

 

 

Podemos correr el mismo riesgo. Preguntarle a Jesús qué hacer, cuando en realidad la pregunta podría bien ser: quién tengo que ser. Porque para ser cristiano, pero cristiano de veras, no tengo que hacer cosas, cumplir mandamientos, observar reglas… Me siento llamado a ser alguien. Entonces cambia radicalmente la vida y por consiguiente, la fe. 

 

 

Hay muchas personas y nosotros mismos, nos podemos sentir tentados a vivir la fe como un mero cumplir normas en sentido externo, sin una autoimplicancia que haga correr riesgo nuestra vida. Podemos caer en la fe como gran refugio y como gran narcotizador de nuestra conciencia. Cumplo. Observo. Voy. Hago. Y esa manera de vivir la fe a la larga se hace insoportable. Porque es pura cáscara, mero formalismo exterior de posturas y gestos que no tienen nada que ver con la entraña del mensaje que viene a traernos Jesús, el verdadero Hijo de Dios. Es una fe vacía de contenidos. Es una fe como la del hombre rico del evangelio, que da lo que sobra, que mira desde afuera, que no se involucra, que no quiere correr ningún riesgo, que balconea la vida, -en palabras de Francisco de Roma-, que no se la quiere jugar en serio. Es una fe de espectadores externos. Es una fe que no hace  la médula de la vida. Es una fe “lomo de pato”: resbala como el agua y no hace que penetre hasta el fondo. Es una fe que en realidad de fe no tiene nada, porque nada arriesga. 

 

 

La verdadera fe no pregunta qué hacer sino más bien quién ser. No es una fe que da lo que sobra, sino que da lo que tiene. No es una fe de las verdades del catecismo sino del encuentro personal con Jesús de Nazaret. No es una fe que busca cumplir y observar sino más bien amar. No es una fe que mira desde afuera la vida de las víctimas sino que se autoimplica, se mete de lleno en la barro de la historia. No es una fe de éxtasis de retiros espirituales sino una vida cotidiana cargada de Dios por lo cotidiana que es. No es una fe que se vive por temporadas sino que es permanente y se sostiene en el tiempo. No es una fe que se guarda celosamente sino que se abre generosamente a los demás. No es una fe que busca cuidarse y encontrar garantías, sino que se hace encuentro, corre riesgos, se anima, corre, busca. No es una fe que se viva de a uno y personalmente sino que se hace mesa tendida, vino y pan. No es una fe “de la gente” sino una fe del Pueblo que marcha en la historia y se reconoce como tal. No es una fe que se retacee, sino más bien que se la juega por amor a los demás. 

 

 

¡Lindo domingo este para renovar nuestra fe!      

 

 

En el Corazón de Jesús va este abrazo. Y será hasta el próximo evangelio.  

 

 

Oleada Joven