Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir».
Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?»
Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria».
Jesús le dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?»
«Podemos», le respondieron.
Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que Yo beberé y recibirán el mismo bautismo que Yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
Palabra del Señor
P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Bethanram
El Evangelio de hoy nos regala una de las grandes enseñanzas de Jesús en torno a lo que va a ser uno de los rasgos fundamentales de los discípulos misioneros. La imagen es poderosa. Santiago y Juan le piden a Jesús “sentarse” uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús parece desentenderse y les dice que no saben lo que piden, enfrentándolos al misterio de su Pascua. Ellos redoblan la apuesta y le dicen que pueden beber de su cáliz y recibir ese bautismo. Sin lugar a dudas no saben de lo que se trata en toda su profundidad pero se juegan esa posibilidad. Jesús no reprocha y les enseña que corresponde al Padre.
Y frente al querer “sentarse” de Santiago y Juan, los otros diez se indignan. Se embroncan. Se llenan de envidia. De repente el pequeño rebaño de apóstoles de Jesús se encuentra dividido. Y lo que los divide es el ansia de poder. Sobre eso va ser clave la enseñanza de Jesús.
No difiere mucho la época de Jesús de la nuestra respecto de los que se consideran gobernantes, que dominan las naciones como dueños y les hacen sentir su autoridad. Y esta autoridad se hace sentir con poder, con violencia, con manipulación, con marginación y exclusión social. Los que se creen poderosos en nuestro tiempo no son sino personas empedernidas y enfermas de poder. Entienden que el sentido de la vida pasa fundamentalmente por establecer relaciones de dominación de unos sobre otros; y a costa de otros obtener así mayor lucro, mayor ganancia, mayor renombre, mayor riqueza y una mal entendida mayor autoridad.
Jesús y su mensaje no sólo van a ser revolucionario sino profundamente contracultural: las relaciones entre los hombres serán verdaderamente humanas y humanizantes en la medida en que se establezcan no en el ejercicio del poder como autoridad, sino en la autoridad hecha servicio. Entonces cambia radicalmente la mirada y la perspectiva y salta a la vista cómo los hijos del trueno –Santiago y Juan- están equivocados.
Porque no se trata de querer “sentarse” al lado de Jesús sino más bien de “seguir” a Jesús. Lo que buscamos los cristianos no es una religión que lleve como principio fundamental el dominar por poder, sino el ejercicio del servicio como verdadera autoridad y consecuentemente, verdadero ejercicio del poder. Uno adquiere no sólo grandeza, sino sentido en su vida, sólo y tan sólo a través del servicio. “Hacerse el servidor de todos”. En esto nos va a decir Jesús que radica la grandes y el sentido de la vida, de tal manera que como han dicho muchos, “el que no vive para servir, no sirve para vivir”; y en definitiva, “un cristiano que no sirve, no sirve para nada”.
Esto nos puede parecer chocante y duro si estamos inmersos en la cultura de hoy que nos propone el éxito personal, la autorrealización y el “triunfar” en la vida. A eso somos invitados por la Cultura de la muerte y del descarte. Pareciera que el sentido de la vida pasara porque cada uno haga la suya y se salve a sí mismo a costa de los demás, buscando realizar todos sus proyectos y anhelos, aspirando a lo mejor de la vida, una vida de logros, reconocimiento, éxito y realización personal. De hecho muchos cristianos viven de acuerdo a esta mentalidad mundana. Lo que se busca es “triunfar en la vida”; “ser alguien”; “alcanzar las propias metas”.
Lo preocupante de todo esto es que no sólo es terriblemente autorreferencial, sino increíblemente individualista. Pensamos que en esta vida nos salvamos solos y por nuestros propios medios, incluso a costa de los demás. ¡Nada más lejos del Evangelio de Jesús! ¡Nada más lejos que esta Palabra de Vida que hoy proclamamos en comunidad! Jesús viene a despertarnos de esta realidad mundana de exitismo, meritocracia y autorrealización para decirnos que el verdadero poder está en el servicio y que la salvación es colectiva y universal. O nos salvamos todos o no se salva nadie. Y que la verdadera felicidad no radica en que unos pocos vivan a costa de millones en una mala, injusta y criminal distribución de la riqueza, sino que radica en el principio de equidad, donde cada uno tiene lo propio, ningún derecho es violentado y encuentra el mínimo de recursos materiales, sociales y espirituales para poder desarrollar dignamente su vida. Esto es el Bien Común. Que no es como algunos pretenden la suma del bien de todos, sino la justa distribución de bienes y recursos para que a nadie falte lo necesario para vivir y desarrollarse.
El Evangelio no es para los que quieren “sentarse” con Jesús, sino para aquellos que quieren de veras seguirlo de corazón, ejerciendo el servicio como verdadera autoridad, la libertad como condición para amar y la búsqueda de equidad y Bien Común para una auténtica realización de la vida, nunca desde una perspectiva e individual, sino colectiva y comunitaria.
Que tengas un lindo domingo lleno de la luz resucitada de Jesús. Y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio.