Evangelio según san Marcos 12, 38-44

sábado, 10 de noviembre de
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Y él les enseñaba: “Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad”.

 

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.

 

Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.

 

Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”.

 

Palabra de Dios

 


P Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram 

 

 

El Evangelio de la viuda en contraposición a la postura de los escribas es de una gran profundidad y una terrible ejemplaridad. La viuda del Evangelio es modelo de caridad. 

 

 

Esto lo tenemos que entender en la profundidad de lo que la caridad significa o implica en nuestras tradición cristiana y en nuestra vida. Porque para muchos la caridad se volvió mala palabra, en el sentido que la han convertido en beneficencia y asistencialismo. Nada más lejos de eso. Cuando Jesús habla de amor, habla de la caridad en su sentido más hondo y más propio, que es justamente el proceder de la viuda: dar todo. 

 

 

Venimos de tradiciones donde quizás siempre se nos ha recalcado que tenemos que hacer el mayor esfuerzo por poder pensar en los más necesitados y darles algo para que puedan palear su necesidad. Hemos levantado así un esquema de “arriba-abajo”, asistencialismo barato y beneficencia insípida, que nos lleva a dar lo que nos sobra, o ya no usamos, o nos queda chico, o se rompió, u ocupa lugar innecesario en la casa. Nos hemos acostumbrado a una cultura de dar lo que nos sobra. Damos lo que ya no usamos y pensamos que le puede servir a otro. 

 

 

¡Ingenuos! Si no lo podemos usar nosotros, ¿por qué habrá motivo para que lo pueda usar otro? De repente tenemos depósitos enteros en Cáritas con enormes donaciones de ropa que no sirven más que para trapo. Ingenuamente, somos colaboradores de la cultura del descarte: no nos damos nosotros, damos lo que nos sobra. 

 

 

¡El ejemplo de la viuda es contundentemente opositor a esto! Esta pobre mujer, abandonada, sola, a la buena de Dios, confía y da todo. No da una parte. No da lo que le sobra. No da lo que ya no usa. Da lo que tiene. Todo lo que tiene, se lo ofrece a Dios en esas dos pequeñas monedas de cobre. Allí va resumida toda su vida. Todo lo que siente y es. Allí va toda su confianza a Dios. Y lo hace sin espamento. Porque claro. Las alcancías eran de metal y cuando uno tenía muchas monedas, sonaba más y todo el mundo se daba vuelta para ver quién era el que ponía. Actitud bien de fariseo que busca figurar y ser el primero, salir en las tapas de los diarios y revistas, ser reconocidos por la multitud. En cambio la mujer pasa desapercibida: sus dos moneditas no hacen ningún estruendo. Entonces nace otra enseñanza: ya ni siquiera vale dar lo que uno es sino que lo tenemos que hacer pasando desapercibidos, sin querer aparecer ni figurar en ningún lado, sin querer buscar el reconocimiento de nadie, sin querer el aplauso personal o una cantidad enorme de likes por fotos que subimos a las redes sociales donde hacemos el bien. Claro, la foto garpa. Pero no hace que me convierta en serio y de corazón. 

 

 

Las enseñanzas del evangelio de la viuda, -porque la viuda es una Buena Noticia-, nos revela muchas cosas que no está mal recordar de vez en cuando: amar es dar lo que uno tiene, lo que uno es, la originalidad que brota del propio corazón y no dar lo que sobra; caridad no es balconear la vida y mirarla a través de un vidrio, sino que significa autoimplicarse en una realidad para poder gestar cambios, no por lo que digamos, sino por lo que hagamos; el bien no hace ruido, no busca reconocimiento, sino que se hace en silencio, sin excluir a nadie, sin generar divisiones, sin buscar aparecer. 

 

 

Danos Senor, un corazón semejante al tuyo, como esa pobre viuda del evangelio, que nos enseña el verdadero sentido de la caridad.     

 

 

 

Oleada Joven