Evangelio según san Marcos 13, 24-32

viernes, 16 de noviembre de
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Jesús dijo a sus discípulos:

 

En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

 

Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

 

Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
 

 

Palabra de Dios

 


 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

 

El evangelio de hoy nos mete de lleno en el género apocalíptico, de este ciclo litúrgico que va terminando y nos vamos preparando luego de la Solemnidad de Cristo Rey para vivir el Adviento. Este género apocalíptico es muy común en la Biblia y tiende a hablarnos de que todo algún día va a terminar. 

 

El imaginario que hay por ejemplo en las películas de Hollywood es innumerable. Pero lo cierto es que como varones y mujeres, cuando pensamos el misterio del fin del mundo, en realidad estamos pensando en el fin de “nuestro mundo”; es decir, estamos pensando nada más ni nada menos que en el misterio de nuestra propia muerte. 

 

Nos cuesta pensar en esto. Nos cuesta reflexionar sobre esto. Nos cuesta rezar con esto. Pero lo cierto es que todos nosotros, vos y yo, tenemos fecha de vencimiento. De todas las cosas inciertas, como dice San Agustín, solo la muerte es lo único cierto. Nos da miedo pensar en el fin de este mundo, de este tiempo y de nuestra vida. La sociedad de consumo nos va a hacer deambular caminos de diversión, dispersión y divertimento, moviendo el centro de atención para que no pensamos en esto. Porque pensar en el último final nos puede generar angustia. En realidad le escapamos al bulto y no pensamos. Por eso nos cargamos de trabajo, responsabilidades, actividades para hacer, cine, teatro, redes sociales, hiper actividades… Para no pensar tanto. Porque justamente una de las cosas que tenemos que pensar es nuestra propia vida y por consiguiente, en nuestra propia muerte. 

 

Es verdad que todo algún día va a terminar y se va a acabar. Incluso nuestra vida. Pero el problema no es la muerte. El verdadero desafío será la vida. La muerte es una parte, un tránsito, un pasaje, una Pascua que hay que transitar y forma parte de nuestra vida. El problema es encontrar razones profundas para vivir, convicciones profundas para ser, voluntad recia y decidida para obrar. La muerte siempre va a estar en el horizonte de nuestra vida y el fin estará en el horizonte del mundo. Sin embargo el verdadero desafío no es mirar el horizonte perplejos sino vivir. No paralizarnos, sino dinamizar nuestra vida dándole un contenido sustancioso, vital, apasionado. 

 

Claro que solo no podemos. Por eso la Palabra de hoy. Entonces te propongo rezar con dos convicciones: la primera es que Jesús viene en gloria y majestad; la segunda es que su palabra no pasa jamás.    

 

Lo primero es hacer memoria del Dios que nos presenta Jesús y tirar abajo tantas imágenes erradas de Dios: no es un Dios severo, juez malvado de vivos y muertos, que se apura a que llegue el fin para castigar y mandar al infierno a cuanto hombre pueda. ¡Todo lo contrario! Al final de la vida seremos examinados en el amor. Entonces miremos como mira Dios y sintamos como siente Dios, cuyos atributos fundamentales son la Ternura y la Misericordia. Dios quiere que encontremos en nuestra vida y por su Palabra motivos para hacer algo cuestionable y lejos de gastar tiempo en cosas que no valen la pena, hagamos algo rico de sentido con nuestra vida y algo cuestionable para la cultura del consumo y del descarte. Sabiendo que la fuerza la vamos a tener en su Palabra y no sólo en nuestra fuerza de voluntad. 

 

Lo segundo es confiar. Confiar en que sus palabras van a permanecer para siempre. Y allí estará nuestra fortaleza, nuestro motivo, nuestra razón, nuestro corazón palpitando. Descubrir que Jesús nos llama a la confianza y que va a estar siempre del lado de la vida y que mientras nos pongamos nosotros de su lado nuestra vida va a tener sentido. No en la medida en que la guardemos celosamente en la acumulación egoísta y obsesiva, sino en la Cultura del Encuentro que nos hace descubrir a los demás, nos llama a ser hermanos y nos pone al servicio del otro. 

 

El final de los tiempos y nuestra propia muerte no tienen que darnos ni pavor, ni temor, ni miedo. Porque Dios está de nuestro lado. Porque Jesús camina con nosotros. Porque su Espíritu nos hace comunidad, comunión e Iglesia. Porque por más fin que pueda haber, sabemos que desde la Pascua de Jesús, la muerte ha dejado de tener la última palabra.   

 

Oleada Joven