A quién no le ha pasado que en algún momento del año se siente absorbido por la rutina y las obligaciones? Y si a eso le sumamos un buen número de acontecimientos que nos sacan de nuestra cotidiana “normalidad”? Pues así me siento hoy. Recuerdo un día que vi en internet una de las caricaturas de la famosa “Mafalda” que decía: “Paren el mundo que me quiero bajar”. Es lo que yo sentía cuando íbamos a algún parque de diversiones y me subía a la montaña rusa. Me ilusionaba mucho subir, pero una vez que estaba arriba la sensación no era tan grata y habría preferido bajar, pero lamentablemente ya era muy tarde y tenía que esperar que el carro diera las 3 o 4 vueltas acostumbradas, subiendo y bajando por los rieles de la estructura.
Y cuento esto para poder de algún modo graficar como me he sentido estas últimas semanas, con el mismo sentimiento de Mafalda, y con la misma sensación de mi niñez: tengo que esperar con paciencia que la “montaña rusa de la vida” se dé todas las vueltas para poder bajar.
Así como en el ejemplo de la montaña, tenía que armarme de paciencia y valor, ansiando el final del trayecto, a base de gritos y algo de desesperación, en este ir y venir de la vida, con sus subidas y bajadas he aprendido que ese “esperar” no solo tiene que ver con “aguantar” o “tolerar” ciertas situaciones difíciles, sino que tienen que ser momentos en donde podamos sacar toda esa fortaleza que llevamos dentro y que nos permite mantenernos en pie pese a lo difícil que se vuelva el recorrido.
También todas estas dificultades me ayudan a salir de mí mismo, poner mi mirada en el otro y descubrir que lo mío es tan pequeño al lado de los dolores de tantas personas. Y es aquí donde vuelve en mí la cordura dentro de toda la desolación, porque creo que una de las palabras que más repito a Dios es GRACIAS. Y esa gratitud está fundada en el amor y predilección que Dios tiene por mí. Y esa palabra no solo la repito cuando recibo cosas buenas, sino que también Dios me ha enseñado a ser agradecido incluso cuando sucede algo triste o que no me gusta.
En lo anterior es cuando recuerdo a San Pablo: “Te basta mi gracia; porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad” (2Cor 12, 9) y vuelvo a descubrir una y otra vez que Dios siempre está, ahí, acompañando la vida con todo lo que trae, animando la esperanza que a veces se debilita, pero nunca se pierde, demostrándome a cada momento que por más que se vuelva agotador el camino, siempre encontramos el pozo de agua que calma nuestras sequedades.
Javier Navarrete Aspée