Teresita de Lisieux: Jesús se esconde, pero se le adivina

jueves, 25 de agosto de
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Cta 57 a Celina
J.M.J.T.
Sólo Jesús + Lunes, 23 de julio de 1888

 

La vida, a menudo, resulta pesada. ¡Cuánta amargura, pero cuánta dulzura también! Sí, la vida cuesta, es duro comenzar un día de trabajo; tanto el débil capullo como el hermoso lirio lo han comprobado… ¡Y si al menos se sintiese a Jesús…! ¡Por Él, todo se haría a gusto! Pero no, Él parece estar a mil leguas, estamos solas con nosotras mismas. ¡Y qué enojosa resulta la compañía cuando no está Jesús! ¿Pero qué hace, entonces, este dulce Amigo? ¿No ve nuestra angustia y el peso que nos oprime? ¿Dónde está? ¿Por qué no viene a consolarnos, puesto que no tenemos otro amigo?

Pero no…, Él no está lejos. Está muy cerca y nos mira y nos mendiga esta tristeza, esta agonía… La necesita para las almas, para nuestra alma: ¡quiere darnos tan hermosa recompensa, es tan grande lo que él anhela para nosotras! 

Pero ¿cómo podrá Él decir un día: «Ahora me toca a mí» si aún no ha llegado nuestro turno, si todavía no le hemos dado nada? A Él le cuesta mucho abrevarnos de tristezas, pero sabe que ésa es la única forma de prepararnos a «conocerle como Él se conoce y a convertirnos nosotras mismas en dioses». ¡Oh, qué destino! ¡Qué grande es nuestra alma…! Elevémonos por encima de lo que es pasajero, mantengámonos a distancia de la tierra. Allá arriba el aire es puro. Jesús se esconde, pero se le adivina… Derramando  lágrimas, enjugamos las suyas, y la Santísima Virgen sonríe. ¡Pobre Madre! ¡Ha sufrido tanto por causa nuestra! Justo es que nosotros la consolemos un poco llorando y sufriendo con ella…

Esta mañana leí un pasaje del Evangelio donde se dice: «No he venido a traer paz, sino espada». No nos queda, pues, más que luchar. Cuando no tenemos fuerzas para ello, Jesús combate por nosotras… Pongamos juntas el hacha a la raíz del árbol…

¡Pobre borrador de Teresa! ¡Qué carta, qué confusión! Si hubiese podido decir todo lo que pienso, Celina tendría lectura para rato…

Jesús es muy bueno al habernos concedido encontrar una madre como la que tenemos. ¡Qué tesoro! Si la hubieses visto, hermanita, traerme tu carta esta mañana a las seis…! Me emocionó…

Jesús te pide TODO, TODO, TODO, como se lo puede pedir a los más grandes santos.

Tu pobre hermanita,
Teresa del Niño Jesús
 
 
Fuente: Obras Completas de Santa Teresa de Lisieux – Editorial Monte Carmelo

 

 

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