Convertirse en apóstol de la Alegría

lunes, 7 de noviembre de

Durante sus retiros anuales, Madre Teresa revisaba su vida y renovaba su compromiso de esforzarse por alcanzar la santidad, y ella era muy exigente consigo misma.

En abril de 1957, compartió con monseñor Périer su determinación de arrancar los defectos de su fuerte carácter. Continuando su propósito del año anterior, se esforzaría en superar sus deficiencias mediante la mansedumbre y la humildad.

 

 

 

“Éstas son mis faltas. A veces he utilizado un tono excesivo y severo al llamar la atención a las Hermanas. En ocasiones he sido incluso impaciente con la gente – por éstas y por todas las faltas humildemente pido perdón y penitencia – y pido la renovación de mis permisos generales (de dar, recibir, comprar, vender, prestar, pedir prestado, destruir, dar esos permisos a las Hermanas en especie y en dinero) para las Hermanas y todas las obras de la Congregación, y le pido que me reprenda por todas mis faltas. Quiero ser santa según Su Corazón manso y humilde, por eso me esforzaré todo lo posible en estas dos virtudes de Jesús”.


Mi segundo propósito es llegar a ser un apóstol de la Alegría – para consolar al Sagrado Corazón de Jesús mediante la alegría.


Por favor, pídale a Nuestra Señora que me dé su corazón – de modo que pueda cumplir más fácilmente Su deseo para mí. Quiero sonreír incluso a Jesús y así, si es posible, esconderle incluso a Él el dolor y la oscuridad de mi alma.


 

Las Hermanas están haciendo un retiro muy fervoroso – Tenemos mucho que agradecer a Dios, por darnos hermanas tan generosas”


 

 

 

Comprometerse a llegar a ser un “apóstol de la Alegría”, cuando personalmente se sentía quizá al borde de la desesperación, era realmente heroico. Pudo hacerlo porque su alegría estaba enraizada en la certeza de la bondad última del plan amoroso que Dios tenía con ella.


Y aunque su Fe en esta verdad no le proporcionaba ningún consuelo, se arriesgó a afrontar los retos de la vida con una sonrisa. Su único punto de apoyo era la confianza ciega en Dios.


El deseo magnánimo de esconder su dolor incluso a Jesús era una expresión de su gran y delicado amor. Hacía todo lo posible para no cargar a otros con sus sufrimientos; deseaba aún menos que éstos fueran una carga para su esposo, Jesús. Su dolor no le parecía significativo comparado con los sufrimientos de Él y los de Sus pobres. Ella aspiraba a consular Su Corazón mediante la alegría. Para esto contaba con el apoyo de María.

 

 

Fuente: “Ven, sé Mi Luz”, Madre Teresa, Editorial Planeta

 

Oleada Joven