La fe es desprenderse de todo aquello que tengo en las manos para emprender el camino hacia Dios, que colma mi anhelo más profundo. Cuando Abraham partió no sabía adonde llegaría (Hebreos 11:8). Sin embargo, se aventuró.
Tener fe significa también para nosotros levantar campamento sin saber dónde podremos asentarnos. Partir es un riesgo. Pero este riesgo forma parte esencial de la fe. Es una promesa a la que seguimos, no una absoluta certeza. Quien cree, confía en que Dios colmará su anhelo y lo conducirá a la tierra prometida en la que pueda sentirse realmente en casa.
Todo aquello que construimos nosotros mismos no nos ofrece un hogar. Ésta es la última meta de la fe: buscar un hogar en el cual sentirnos siempre en casa.
La Epístola a los Hebreos también lo ve de este modo. Los creyentes, según dice el autor de este escrito, altamente teológico, ‘hacen ver claramente que van en busca de una patria; pues si hubieran añorado la tierra de la que habían salido, tenían la oportunidad de volver a ella. Pero no, aspiraban a una patria mayor, es decir, a la del cielo’ (Hebreos 11:14-16).
En esta confianza de que hay un mejor hogar que nos espera, el hogar en Dios, es que podemos desprendernos una y otra vez de lo conocido, soltar las seguridades que tenemos entre manos y emprender el camino.
La fe nos mantiene en movimiento, nos libera de todas las dependencias y ataduras por las que nuestra existencia muchas veces está determinada
Fuente: Desafíos para vivir mejor Autor: Anselm Grun