Quedarse en casa

sábado, 21 de junio de
image_pdfimage_print

Cuesta creer que personas pequeñas como nosotros podamos ser considerados dignos de “entrar” en esa relación especialísima que existe entre el Padre y Jesús, su Hijo amado.

Cuesta creer que esa relación esté abierta para nosotros. A nuestra disposición, como dice Nouwen. Más aún, cómo vamos a creer que ellos anhelen con todo su corazón que cada uno de nosotros entre en esa conversación íntima entre ellos. Cómo puede ser que nos estén esperando para que pasemos a descansar, a conversar, que tengan interés en que escuchemos lo que se dicen, que tengan sed de que nosotros bebamos de esa fuente de cordialidad y paz…


Cuesta creer que Dios tenga verdadero interés en relacionarse personalmente con nosotros. Que esa sea su pasión, su alegría, lo que lo desvela y lo motiva.


Por otra parte, si uno lo piensa bien, ¿por qué nos habría creado si no? No me meto en si nosotros como creaturas llegamos a ser “interesantes”, sino en que Alguien como nuestro Dios, alguien como el Padre que nos revela Jesús, no puede no estar a la altura de su propia pasión, de su esperanza y su motivación.

Pero nosotros tendemos a poner distancia a nuestro deseo de ver a Dios. No nos animamos a “mandarnos” como Zaqueo.
¿No tenemos a veces una imagen de Dios como de una persona importante que puede ser que nos ame y nos atienda pero más como alguien que nos da una cita y se muestra atento a lo que necesitamos pero muy lejos de ser alguien que tiene verdadero gusto e interés en contarnos sus cosas a nosotros y en que compartamos su intimidad?

 

“Necesito quedarme hoy en tu casa”, dice Jesús.
Jesús no tiene lugar reservado en Jericó, símbolo de este mundo, y necesita hospedaje. Jesús se sabe enviado por el Padre al mundo y “debe” hospedarse en el corazón de aquellos en los que el Padre despierta la fe y la atracción por su Persona. Para Jesús, habitar en el seno del Padre y alojarse en la casa de los Zaqueos que desean verlo y que lo buscan, es una y la misma cosa: es una necesidad.

 

Hospedar y ser hospedado. Quedarse en una casa. Volver al hogar… Son expresiones hondas del amor. El amor quiere casa, hace nido, cobija, se queda, permanece, está, habita.

 

Zaqueo es icono del hombre que busca al Amor subido a las higueras y se encuentra con que el amor desea ir a habitar en la intimidad de su casa, en lo profundo de su corazón.

Jesús atraviesa la ciudad llevando en su corazón un Hogar portátil, si se puede hablar así. Su relación con el Padre no necesita templos: es relación constante, en Espíritu y en Verdad. No necesita templos pero sí hogares: el Señor quiere casas donde poder estar. También saldrá a rezar a lugares desiertos, subirá a la montaña, se lanzará mar adentro, recorrerá pueblos y aldeas… Pero no por eso deja de lado la intimidad de Betania -la casa de sus amigos, Marta, Lázaro y María-, la casa de Simón Pedro y la casa de Zaqueo el publicano. Tres casas símbolo de todas las casas. La casa de amistad, la casa de la misión, la casa de la misericordia. Tres casas a las que el Señor se invita y viene a buscarnos, luego de haber salido de su Casa, en Nazareth. El Señor no vino “al mundo” como espacio público (de hecho el mundo no lo recibió, porque no es casa, sino lugar de comercio y de poder). El Señor salió del Seno del Padre y vino al de María. Por eso Ella es tan Casa de todos, por eso todos sentimos que allí sí podemos estar “en relación” con Dios. El Señor necesita casas donde hospedarse hoy.


 

Autor: Diego Fares sj

Fuente: diegojavier.wordpress.com

 

Oleada Joven