Cómo hacía Teresa su Oración (Aprendiendo a Orar 4ta parte)

jueves, 3 de febrero de
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Cómo hacía Teresa su Oración

 

 

Volvamos la mirada a nuestra maestra espiritual , como dice el Papa Benedicto XVI sobre sta. Teresa,  y “espiemos” su propia oración. Introduzcámonos en la intimidad de su encuentro con Dios No tengamos reparo, porque ella misma nos dice que “por muchos caminos y vías lleva Dios a las almas. Y cómo ha llevado la mía (les) quiero yo ahora decir” (V 22,2). Podemos ingresar a su experiencia desde los consejos que nos da a nosotros, son la puerta de entrada para ver lo que ella vivió en su camino contemplativo.

 

 

Con el amigo verdadero uno no tiene necesidad de disimular nada, uno está como está. Puedo estar triste y sé que mi amigo me acogerá en mi tristeza, puedo sentirme cansado y agobiado y estar, sé que mi amigo sin preguntarme demasiado me acompañará en silencio. También puedo estar con él compartiendo momentos de gozo y alegría, y él se alegrará conmigo. Así es Jesús con nosotros, y así narra Teresa su experiencia para nosotros:

 

Si estás solo/a, “procurá tener compañía. Y ¿qué mejor que la del mismo maestro que enseñó la oración que vas a rezar?. Representate al mismo Señor junto a vos y mirá con qué amor y humildad te está enseñando. Y creeme, mientras puedas no estés sin tan buen amigo. Si te acostumbrás a traerlo junto a vos y Él ve que lo hacés con amor y que andás procurando contentarlo, no lo podrás echar de vos; nunca te faltará; siempre te ayudará en todos tus trabajos; lo tendrás en todas partes: ¿pensás que es poco bien tal amigo al lado?” (C 26,1)

 

“No les pido ahora que piensen en Él ni que saquen muchos conceptos ni que hagan grandes y delicadas consideraciones con el entendimiento; sólo les pido que lo miren. Porque ¿quién les quita volver los ojos del alma, aunque sea rápidamente, si no pueden más, a este Señor? Ya que pueden mirar cosas muy feas, ¿y no podrán mirar la cosa más hermosa que se pueda imaginar? Nunca quita Jesús los ojos de ustedes. Él sufrió mil cosas feas y abominaciones y no los deja de mirar, ¿y es mucho que, quitados los ojos de cosas exteriores, lo miren algunas veces a Él? Miren que no está esperando otra cosa, sino que lo miremos. Como lo quieran lo hallarán. Para Él tiene tanto valor que lo volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya” (C 26,3).

 

“Él se hace a tu voluntad. Si estás alegre miralo resucitado; que sólo imaginar cómo salió del sepulcro te alegrará. Como quien tan bien salió de la batalla adonde ha ganado un gran reino, que todo lo quiere para vos, y a vos junto a él. Pues, ¿es mucho que a quien tanto te da vuelvas una vez los ojos a mirarlo?” (C 26,4).

 

Si estás con problemas o triste, miralo camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma! O miralo atado a la columna, lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que te ama; tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por Él, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro se pueden consolar. O miralo cargado con la cruz. Él te mirará con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los tuyos, sólo para que te vayas con Él a consolar y vuelvas la cabeza para mirarlo” (C 26,5).

 

“Si se te ha enternecido el corazón de verlo así, que no sólo quieras mirarlo, sino gozar de hablar con Él, no oraciones compuestas, sino de la pena de tu corazón, que las tiene Él en muy mucho… ¿Tan necesitado estás, Señor mío y Bien mío, que querés admitir a una pobre compañía como la mía, y veo en tu semblante que te has consolado conmigo?” (C 26,6).

 

Un consejo bien concreto salido de la pluma de Teresa para ir acostumbrándonos a estar en Su Presencia en toda circunstancia: “Lo que podés hacer, es procurar tener una imagen o retrato del Señor que sea a tu gusto; no para no mirarlo, sino para hablar muchas veces con Él, que Él te dará qué decirle. Como hablás con otras personas, ¿por qué te han de faltar palabras para hablar con Dios?” (C 26,9).

 

“Les aseguro que si con cuidado se acostumbran a lo que he dicho, sacarán tan gran ganancia que, aunque yo la quiera decir, no sabré cómo. Entonces, permanecé cerca de este buen Maestro, muy determinado/a a aprender lo que te enseña. Y Él hará que no dejes de salir buen/a discípulo/a, ni te dejará si vos no lo dejás. Mirá las palabras que dice aquella boca divina, que enseguida entenderás el amor que te tiene, que no es pequeño bien y regalo del discípulo ver que su maestro lo ama” (C 26,10).

 

Así que, para finalizar les digo que “estate allí con Él, acallado el entendimiento, ocupado/a en mirar que Él te está mirando, y acompañalo, y hablale y pedile y humillate y entregate a Él. Cuando puedas hacer esto, aunque sea al principio de comenzar la oración, hallarás gran provecho, y hace muchos provechos esta manera de oración, al menos los tuvo mi alma” (V 13,22).

 

 

Para concluir decimos que este “mirarlo” o “representación interior” que propone Teresa, es un acto de fe y amor, no consiste en una evocación imaginaria, en reproducir una imagen visual desde la memoria meramente; eso puede ocurrir pero lo más importante es avivar la fe que percibe sin ver la presencia de Cristo. Es lo que san Juan de la Cruz dice con estas palabras: “como quien abre los ojos con advertencia de amor” (Ll B 3,23). Es una mirada de conocimiento intuitivo que da el amor, y que implica una concentración en lo esencial: “como si dos personas se quieren mucho y tienen buen entendimiento, y aún sin señas parece que se entienden con sólo mirarse; esto debe ser aquí, que sin ver nosotros cómo, de momento en momento se miran estos dos amantes” (V 27,10). Así que, recordemos que Él nunca quita los ojos de nosotros, no está esperando otra cosa sino que lo miremos…

 

 

 

Hermana Silvia .de La Misericordia De Dios