Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola:”Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría,y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”.
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido”.Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.
Palabra de Dios
P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betarrán. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil
A veces tengo la sensación de que frente a este fragmento del Evangelio solemos ponernos en el lugar de las noventa y nueve ovejas que se quedan con Jesús. Y sentimos que Jesús va a buscar a aquellos que están lejos, que se perdieron, que se han ido.
Pero creo que en realidad esta es una Palabra muy vocacional. El Evangelio de hoy nos cuenta nuestra historia. Nos dice quiénes somos. Nos narra nuestro origen.
Si uno hace memoria de su vida, hay un punto de inflexión, un punto crucial en el que nos hemos sentido buscados, encontrados y cargados por Jesús, Buen Pastor.
El Evangelio nos hace pensar más bien en nosotros que en lo demás que supuestamente están perdidos. Somos nosotros lo que Jesús salió a buscar y encontró. Porque todos nosotros estuvimos extraviados. Todos estuvimos perdidos. Todos alguna vez recorrimos caminos de muerte.
Por eso hoy volvemos a reivindicar una y otra vez que la oveja perdida somos cada uno de nosotros. Porque somos rescatados por Jesús. Porque somos liberados por el poder de su Pascua. Porque somos sanados por la fuerza de su nueva vida.
Sentirse “oveja perdida” es entirse una y otra vez que somos salvados por Jesús. Es afirmar con contundencia que no se salva cada uno por las suyas, sino que somos salvados por Jesús que nos re-integra al rebaño y nos salva de manera colectiva, en comunidad, en Iglesia.
Te invito a tomarte en este día un tiempo personal para pensarte “oveja perdida” y hacer memoria agradecida de ese momento, de ese proceso, de ese acontecimiento, donde sentiste que Jesús dejaba las otras noventa y nueve para ir a buscarte a vos con predilección.
Y dale gracias.
Y sumate a la utopía del Reino y salir con Jesús, para -con él- salir a buscar alguna otra oveja extraviada.
Hasta el próximo Evangelio, un abrazo en el Corazón de Jesús.