Evangelio según San Lucas 19, 41-44

miércoles, 18 de noviembre de
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Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: “¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.

 

Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios”.

 

 

Palabra de Dios

 

 

 

 


P. Sebastían García sacerdote de la congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharrám. Animador y responsable de la Pastoral Juvenil

 

 

En el evangelio de hoy Jesús se lamenta frente a la ciudad santa de Jerusalén. Frente a todos los habitantes. Frente a todos los israelitas. Y el lamento tiene una cualidad bastante especial: Jesús les reprocha a los israelitas, a los judíos de su época no haber sabido reconocer el tiempo en que la ciudad fue visitada por Dios; que la vida de los israelitas, de los judíos, de los habitantes de esa época fue visitada por Dios. Ese es el lamento de Jesús.

 

Esto a nosotros nos viene muy bien porque nos hace pensar entonces que Dios actúa en nuestra vida. Es decir, si uno tiene que encontrarse con Dios o si uno quiere hacer ese camino de poder conocer cada vez más a Dios, los designios de Dios y la voluntad de Dios no tiene que buscar en lugares extraños; sino que tiene que buscar en la propia vida.

 

Una de las grandes negligencias que nosotros podemos afrontar justamente es la misma de los judíos de la época de Jesús: no “sabernos visitados” por Dios; no descubrir cuando pasa Dios por nuestra vida. Y esto tiene que ver con que muchas veces pensamos que Dios actúa, a veces como de una manera mágica, o de una manera colosal, o a veces incluso de una manera increíble, como por fuera de nuestra cotidianeidad: Dios actúa en momentos extraordinarios, en momentos de soledad o en momentos que no tienen absolutamente nada que ver con el día a día de todos los días en los que yo vivo.

 

Me parece que este es un rasgo fundamental que nosotros tenemos que rescatar de nuestras espiritualidad cristiana: nuestra vida está llena de Dios. Y Dios pasa cotidianamente, continuamente, diariamente por nuestra vida. El problema no es descubrir si Dios pasa o no pasa. El problema descubrir cómo. El problema es saber ver. El problema es tomar conciencia de que nuestra vida está plagada de Dios. Muchas veces miro para otro lado. Muchas veces nos cuesta reconocer ese paso.

 

Pero justamente es que reconociendo el paso de Dios por nuestra vida vamos a poder descifrar de alguna manera la pregunta de Dios, vamos a poder discernir sus caminos. Vamos a poder en definitiva saber dónde está Dios y donde estamos nosotros; qué quiere Dios de cada uno de nosotros y cómo en definitiva nosotros queremos caminar los caminos de nuestra vida.

 

Dios no está por fuera del mundo. Dios no está en una realidad paralela a la que hay que acceder de algún método mágico o a través algún procedimiento especial. Dios está presente en lo cotidiano de mi vida. Y la lamentación que tiene Jesús sobre Jerusalén puede también ser una lamentación de nuestra vida. Puede ayudarnos a prevenir “ojo” por cómo vivimos. “Ojo” por cómo hacemos las cosas o por las motivaciones que tenemos nosotros al ponernos muchas veces a servir a nuestros hermanos no sea que nos estemos escapando y que no estemos descubriendo el tiempo en que Dios nos visita.

 

¿Para eso qué hace falta? Silencio. Para eso hace falta disponernos. Para eso hace falta un lindo examen de conciencia para poder descubrir en qué momento de mi vida Dios pasó con mayor fuerza y yo lo puedo ver así. Y esto en definitiva me ayuda a conocer más a Dios y a poder conocerme más a mí. El evangelio de hoy creo que es una de las linda joyas de nuestra espiritualidad cristiana: A Dios hay que buscarlo en la vida porque sale al encuentro en los acontecimientos cotidianos que tienen que ver también con nuestros hermanos que claman, que sufren, que necesitan, que nos piden… incluso hasta nos exigen que nosotros le demos respuesta. Dios se reviste de hermano y hermano necesitado para salir a nuestro encuentro.

 

Hermano y hermana que este lamento de Jesús no sea un lamento triste para nuestra vida sino que sea oportunidad de poder revisarla para poder descubrir con mirada agradecida el paso de Dios por cada una nuestra vida y de nuestra historia y de obrar en consecuencia.

 

 

Fuente: Radio María Argentina

 

Radio Maria Argentina