Dialogan Lázaro y Jesús

lunes, 30 de marzo de
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Lázaro:    Ya sabes, Maestro, que no me gusta hablar de lo ocurrido en Betania. Tú puede que lo entiendas. Yo prefiero extender sobre ello un telón de silencio. Y olvidarlo. Si llegué a estar muerto o no lo estuve, si tú me succionaste desde el otro mundo o simplemente me detuviste a la puerta de éste, si durante tres días visité el otro reino o estuve aquí dormido, creyendo que creía, soñando que soñaba, todo ello son cuestiones que ni puedo ni deseo entender. Sólo sé que, en realidad, tras un paréntesis, nada ha cambiado en mí: me gustan las mismas frutas, sigo teniendo sueño al caer de la tarde, me late el corazón con ritmo parecido y ese seguir latiendo me demuestra que es mortal como antes.


¿Por qué darle, entonces, tanta importancia a setenta y dos horas de vacío? En realidad, Jesús, los hombres ni vivimos, ni morimos: semivivimos y semimorimos, pero todo es un juego, no como tú que haces todo tremendamente en serio. Tú, cuando vives, vives. Tú, cuando sangras, sangras. Tú, cuando amas, amas. Y, cuando mueras, lo sé —si es que puedes morir— te morirás de veras y más de veras resucitarás. Pero no pidas al hombre que siga tus caminos, sino tal vez de lejos, muy de lejos.


Lo que de veras me aterra es lo que pueda suceder si tú te mueres. ¿Podrán seguir las rosas en sus tallos? ¿Continuarán las nubes cruzando el firma­mento? ¿O llegará la noche total que convierta este mundo en un viejo museo? Si tú eres la vida ¿de qué vivirá el orbe si te pierde? ¿O es que preparas otra —y esta vez universal— resurrección?

Pienso a veces que el día de Betania te redujiste a intentar un ensayo de algo mucho más grande y verdadero; que yo fui la disculpa para probar tu muerte.


Jesús:       Tienes razón, amigo Lázaro. Ustedes nunca podrán perder lo que no han. Yo les presto chispas de vida, gotas de existencia, un cuerpo y un alma encajados como se pega una silla que se puede descomponer de un golpe.


Pero ¿qué tiene que ver eso con la vida? La vida es Dios. La vida es mi Padre. La vida es lo sin fronteras, el muro que la muerte no rajará jamás. Por eso para mí morir será distinto y también muy distinto resucitar. Morir en mí será separar lo que Dios ha unido, cortar a sangre viva un cuerpo que es alma, un alma que es cuerpo, y por eso la tierra se resquebrajará cuando yo muera, como si alguien agitara las columnas del orbe. Y mi resurrección no será sólo un regresar envuelto en toallas y vendas, pálido y amarillo como un niño perdido en un jardín de sueños; resucitar será derrotar a la muerte tras una larga lucha que me dejará el cuerpo lleno de cicatrices.


Fíjate bien ahora en estas manos mías, en mi pecho, para que puedas después reconocerlos. Porque ellos volverán y no para morir como los tuyos sino para abrir eternamente unas puertas eternas. Sus llagas han de durar siglos y siglos y solamente viéndolas entenderán los hombres lo que era la vida, lo que era la muerte, y quién era su Dios.



J.L.Martín Descalzo

 

Fer Gigliotti