“No puedo, no debo omitir una última palabra.
San Ignacio refiriéndose a las condiciones que debían tener sus sucesores (…) dice que son muchas las cualidades necesarias (…). Pero, aun cuando faltaren todas las demás, una no debe faltar: la bondad.
Por tanto, les digo: Sean buenos.
Sean buenos. Buenos en su rostro, que deberá ser distendido, sereno y sonriente; buenos en su mirada, una mirada que primero sorprende y luego atrae. Buena, divinamente buena, fue siempre la mirada de Jesús. ¿Lo recuerdan? Cuando Pedro fue alcanzado y traspasado por aquella mirada divina y humana, lloró amargamente.
Sean buenos en su forma de escuchar. De este modo experimentarán, una y otra vez, la paciencia, el amor, la atención y la aceptación de eventuales llamadas.
Sean buenos -y también esto ha sido sabiamente sugerido- en sus manos. “Manos que dan, que ayudan, que enjugan las lágrimas, que estrechan la mano del pobre y del enfermo para infundir valor, que abrazan al adversario y le inducen al acuerdo, que escriben una hermosa carta a quien sufre, sobre todo si sufre por nuestra culpa; manos que saben pedir con humildad para uno mismo y para quienes lo necesitan, que saben servir a los enfermos, que saben hacer los trabajos más humildes”.
Sean buenos en el hablar y en el juzgar; sean buenos, si son jóvenes, con los ancianos; y, si son ancianos, sean buenos con los jóvenes.
Mirando a Jesús -para ser imagen de Él- sean, en este mundo y en esta Iglesia, contemplativos en la acción; transformen su actividad en un medio de unión con Dios; estén siempre abiertos y atentos a cualquier gesto de Dios Padre y de todos sus hijos, que son hermanos nuestros.”
P. Pedro Arrupe, sj
Fuente: http://www.rjisantafe.com.ar/98-reflexiones/171-sean-buenos